No lograba comprender el verdadero significado de esa pregunta, Erema no era capaz de ver más allá de lo que ella consideraba bien, más allá de la única salvación de su hija. Su perdida hija que no encontraba su lugar en el mundo y, que caminaba a medio abismo de ella, su madre el ser que más la adoraba y que haría cualquier cosa por preservar su vida, a su lado.
La pregunta que le hizo su hija no fue entendida como debía.
Nix no tenía ni la menor idea de que todo esto lo hacía por ella, por un bien mayor.
Así que sin importar que tantas respuestas hubieran a esa simple y llana pregunta, para Erema la respuesta era de lo más obvia.
Así que con toda su imperiosa personalidad respondió, como si eso lo explicara todo. Como si eso justificara el más cruel de los actos:
—Porque soy tu madre.
Eso fue un golpe certero a su corazón, y viéndose incapaz de seguir manteniendo a raya sus sentimientos solo hizo lo que más se le daba bien; huir en silencio.
Habían pasado horas desde que había decidido escapar, desde que esas terribles palabras salieron de la boca de su madre y más horas habían pasado dónde ella escuchaba esas mismas palabras de dos personas diferentes, repetirse hasta el cansancio en su mente.
Nix estaba agradecida con ese alguien del otro lado que le brindaba esa efímera sensación de paz, que aunque era casi nula la estaba sosteniendo como debería hacerlo su otra parte. Tenía la certeza de que no haber sido por esa calidez en el pecho, no hubiera podido soportar todo lo que al fin estaba cayendo, y que se había estado acomulando por años.
¿Qué tan cruel puede llegar a ser un padre?
¿Qué tan débil puede ser una hija?
Ella tenía unas ganas inmensas de llorar pero no podía hacerlo, era como si las lágrimas supieran que si llegaban a brotar jamás se detendrían. Sería capaz de acurrucarse mientras abrazaba sus piernas y sollozar hasta desfallecer.
No podía permitirse caer porque si no jamás se levantaría.
Era débil.
Era débil.
No, no, no.
Soy débil.
Sí.
Sigo siendo demasiado débil.
No despega la mirada de las montañas árticas que se encuentra del lado norte de Witeeler, el viento que corre desde allí le gustaba, le traía gratos recuerdos que hacen que quiera volver, pero el desasosiego se hace presente estrujándole el corazón y lastimándolo con su putrefactas uñas.
Antes de voltearse y seguir caminando, su rostro se contorsiona en una mueca que hasta parece burlona y entretenida.
La gran luna brilla en lo alto y el olor a lluvia y humedad impregna el aire a medida que se aleja y camina a paso decidido por la muralla que rodea a la mansión Anglus. Desde ahí arriba podía ver las lucesitas encendidas a lo lejos que pasan la noche encendidas, a veces se veía tentada a ir hasta allá y saber el porqué nunca son apagadas, pero no era una idea demasiado tentadora como para caer.
Negando con la cabeza y alzando la vista de nuevo para ver las estrellas que se veían tan cercanas dió un salto bastante parecido al que dió antes para subir a la muralla sin ser vista por los guardias que estaban en sus puestos.
Con otro más cayó ágil y en completo silencio en una de las orillas.
—¿Cómo va tu noche, Antonio?
El guardia saltó tomado por sorpresa pero a diferencia de las primeras veces no gritó, ya para qué, si sabía quién era ese ser tan escurridizo que aparecía de la nada en la noche menos esperada.
—Desafortunadamente aburrida —dijo dejando escapar el aire—, y no me llamo Antonio, señorita.
—Pero que formales estamos hoy, Antonio —le dijo pasando por alto su protesta, como siempre—. ¿Tienes algo para mí hoy?
Nix observó como el silencio se lo comía y él de una forma que estaba acostumbrada a verle cada vez que había pasado algo, se rascaba de manera inconsciente la nuca y hacia crecer sus uñas.
Antonio al igual que casi todos en esa mansión era un cambiaforma, pero él era un tanto especial y además le agradaba.
—Ha vuelto a pasar —dejó escapar al fin y suspiró preocupado.
—¿Qué cosa? —ladeó la cabeza y uno de sus mechones se salió de la trenza que caía en su espalda—. Sé claro, Antonio, que no te estoy entendiendo.
—Desapariciones —sonaba enojado e impotente—. Están ocurriendo desapariciones en el pueblo, y...
Nix vió como él buscó sus ojos y la expresión que tenía la sacó de balance, tanto que se tambaleó y se vió envuelta en los brazos del guardia que la tomó del brazo y la atrajo hacía él.
Sus ojos se abrieron anonados por la situación, los ojos marrones del guardia al que no le conocía el nombre, se veían asustados y el temor lo dejó entrever por su corazón que latía desbocado, la mano que le sostenía la muñeca y la que estaba en su espalda se tensaron, y no suficiente con eso él olía a... miedo.
Intenso y puro miedo.
Una expresión torturada se posó en el rostro de Nix que entendió que estaba pasando, así que con cuidado y sin una pizca de fuerza lo desprendió del cuerpo de ella. Dió unas pasos, buscando darle espacio al hombre que parecía demasiado asustado como para moverse.
Se sentó en la otra orilla de la muralla dándole la espalda a Antonio, solo fue en ese momento que cerró los ojos un momento para que volvieran a la normalidad. No pudo evitar sentirse un poco triste por como se lo tomó el guardia, pero de alguna forma ya estaba acostumbrada a esa reacción. Cómo no se sorprendería y se asustaría el guardia, si incluso su hermana le tenía miedo a sus ojos.
Clausuró por completo su olfato déjandolo... inerte, así como nadie en el mundo lo tenía. Si quería oler algo tan sencillo como su cabello tendría que colocarlo relativamente cerca de la nariz, era raro al principio pero había acabado tomándole el gusto precisamente para estas situaciones en la que no quería saber que sentía la otra persona.