Nix lo volvió a hacer, escapó. Del hombre que estaba confundido, del otro hombre que se atrevía a volver a ella, de sus padres que querían hablar con ella a todas horas, de su hermana que insistía e insistía para que aceptará, y al final también huyó de lo que más procuraba esconderse, de ella misma: de sus recuerdos, del sabor de la plenitud, y del deseo que habitaba en lo profundo de su corazón.
Huyó y se refugió en el silencio de su mente, de su alma y aunque a veces tenía ganas de gruñir por todo lo estresada y frustrada que estaba no lo hacía.
¿Para qué?
¿Por qué?
Nada tenía sentido en esos instantes.
Nada había tenido sentido en un año.
Nix... estaba tan perdida que incluso una voz incidiosa en su cabeza le decía que aceptara todas la responsabilidades y dejara de evadirlas. Qué ya estaba demasiado grande como para andar armando berrinches. Qué... qué aquí lo tenía todo; su madre, su hermana, sus memorias, su... padre. En cambio allá afuera no había nada ni nadie para ella.
Pero estaba su resolución de no querer estar ahí haciendo... todo lo poco que hacía. Estaban esas ganas de irse porque hacía mucho tiempo que ésta mansión dejó de ser su hogar, y ella la odiaba. ¡Odiaba a la mansión Anglus con todo su ser! Ella se había llevado poco a poco sus risas infantiles y ahora la estaba marchitando como una simple flor, metiéndose en su cabeza cada vez que tenía oportunidad para jugar con ella.
Nix nunca había sentido odio en su vida hasta que regresó, hasta que pusó un pie en ella. Era tan ilógico que lo sintiera por algo inanimado, que tenía pensamientos, que no respiraba, pero que aún así se las arreglaba para atormentarla y consumirla de suspiro en suspiro.
Sentía todo esto, pero lo que la dominaba y la dejaba quieta en su lugar era el... miedo. Nix tenía tanto miedo que estaba petrificada ahí queriendo correr pero sin poder hacerlo. El miedo era una cosa seria, compleja y tan ilogícamente lógico que era para reírse mientras lloras.
Así era el miedo.
Y ella estaba sumergida en lo profundo de el.
Temiéndole a ellos, a quienes ni siquiera conocía, solo sabía su existencia y a dónde se dirigían, no sabía más. No la razón, no la sospecha, no el círculo rojo en su corazón y aún así ella estaba cagada del miedo. Y aún así regresó a meterse en la boca del lobo, literalmente en todos los sentidos.
Pero ella estaba tratando de ser menos débil y últimamente se había rendido a su voz y reflexionó sobre algunas cosas.
Los días se habían escapado como agua entre los dedos y ella seguía sin hablar con él para concordar el día de su Lid, que fue lo único que su madre le permitió elegir. Así que hoy al regresar de hacer sus horas de limpieza —matar Nebulosas— hablaría al fin con Rane, su pasado.
Parada en una de las ramas gruesas de un viejo genay con un arco en la mano apuntaba a las dos cosas asquerosas esas que se dirigían hacia ella a una velocidad considerable. Estaba a una distancia bastante grande y desde atrás, muy lejos del punto dónde decidieron colocarla a ella después de que eligió el área.
Tenía a esas cosas del infierno en su mira cuando espabiló un par de veces y hasta utilizó su vista de cambiaforma para cerciorarse de que estaba viendo bien.
Con las manos temblandole ligeramente bajó el arco que tenía una forma excéntrica.
Una fugaz sonrisa vil pasó por sus labios.
Las Nebulosas tenían forma de persona, esa ilusión de cuerpo estaba conformado por una sustancia gasesosa negra que era de alguna forma tangible y que tenía un punto débil en el centro de la espalda, entre los homoplatos, era un núcleo; un corazón.
Pero lo que ella estaba viendo no era eso. Eran diferentes y tan iguales, las señales estaban claras; una evolución.
¿Pero debido a qué?
¿Por qué ahora y no antes?
¿Son diferentes en fuerza y resistencia a los otros?
Cuando había ido en busca de Ren unos días antes no pensó en el motivo, ahora lo tenía un tanto claro. Al igual que las Nebulosas ella estaba avanzando. El desprenderse de las dagas como arma principal era el indicio de un paso. Un cambio que estaba empezando y que no sabía a dónde la llevaría.
Lo encontró puliendo una alabarda, tan concentrado en la tarea que como nunca no sintió que ella estaba ahí. El cabello negro le caía hasta sus hombros recogido por un lazo para que no le estorbara al trabajar, pero aún así unos mechones traviesos caían por su frente.
Se mordía el labio inferior haciendo una mueca gracisosa con su boca, y pequeñas gotas de sudor que se delizaban por su frente.
—Ren, Ren... —lo llamó haciendo que el diera un saltito.
—¡Eh! —jadeo viéndola sorprendido—. Por Izard, eres tan escurridiza como un gato.
—Bueno, gracias —quiso sonreír pero lo único que pudo hacer fue una mueca que distaba mucho de sus ojos brillosos. El chico de ojos grises suspiró y cierta tristeza pasó por esos ojos tan hermosos—. Vine para que me hicieras un arma, Ren.
—¡Pss! Sí, como todos aquí —se encogió de hombros volviendo a la alabarda—. Escoge la que más te guste, Nix.
Una risita divertida brotó desde su pecho sin siquiera percatarse. Ren alzó la mirada y a pesar de estar anonadado con ese acto tan simple, sonrío feliz por volver a escuchar esa risa tan transparente.
—No te ofendas, Ren, Ren —Nix lo vió directamente y no pudo evitar la ola de recuerdos que llegaron cuando él rodó los ojos—. Parece que no me escuchaste bien.
—No, si lo hice —la señaló—. Vienes por un arma, así que elige y paga para que yo pueda seguir trabajando en esta belleza mortal —ahora señaló a la alabarda—. Detrás de mí están las insulsas dagas.
—¡Oye!
—¿Qué? —le sonrío divertido—. La verdad no sé porque te gustan tanto.
Nix suspiró.
—Como estaba diciendo, vine aquí a que me hagas un arma —alzó la mano deteniendo lo que sea que iba a decir el pelinegro—. Un arco específicamente.