Voracidad

11. El camino de Óbito I.


No tenía idea de dónde o cuando estaba. Sentía que había pasado mucho tiempo y a la vez tan poco. Para ella no existía el dolor, la felicidad o la congoja. La tristeza no le era conocida, hasta podría jurar que ese sentimiento nunca había existido. Y de alguna manera le agradaba, todo lo que estaba sintiendo era de su total agrado.

Cuando logró abrir los ojos por primera vez, se encontró de pie rodeada de agua que le llegaba hasta las rodillas, unas aguas tan oscuras como su entorno; arriba solo se veían las ramas de los árboles y un cielo nocturno sin rastros de... nada. Adelante de ella solo estaban las vistas infinitas de aguas negras que quizás no llevarían a ningún lado.

La fila de árboles a cada lado de ella le recordaron a algo pero no sabría decir con exactitud que era. ¿Algo importante? Quien sabe.

Ahora de nuevo estaba parada en medio del agua, así que decidió avanzar, solo por esta vez. Llevaba solo un par de pasos cuando el agua se volvió un tanto densa y por consecuente, pesada, pero nada que lograra detenerla. Por ahora.

—¡Oye Nixten, alcánzame!—el grito infantil provino desde el agua haciendo que ella bajara la mirada.

—¿Quién eres? —le preguntó a la niña que se alzaba y reía dando botes con las manos al agua para mojarla, pero esta pasaba por su cuerpo cuál ilusión.

Ella nunca la había visto.

Y para la niña ella parecía no existir.

Cuando estaba por decir algo al ver que la niña no dejaba de reírse y lanzar agua, sintió como algo pasó por su cuerpo para llegar a la niña y abrazarla, provocando que ambas se sumergieran en el agua. Con la vista en el mismo lugar esperó y esperó a que las niñas salieran, pero estas no dieron señal, era como si se hubieran desaparecido.

La risa de la niña daba vueltas en su cabeza y no la dejaba pensar con claridad, movió la cabeza a los lados y un gesto de dolor surcó sus facciones gráciles. Siguió caminando pero al poco tiempo se detuvo sintiéndose incapaz de continuar. La confusión aumentaba en su mente y el agua se estaba volviendo un poco sólida, como si se estuviera congelando, sus instintos le gritaban que volviera, que la seguridad se encontraba detrás de ella.

Con los ojos abiertos, la respiración vuelta un caos y las manos temblándole dió la vuelta.

°°°
No sabía quién era o mejor dicho si alguna vez fue alguien. Ella no sabía nada, ni su nombre y mucho menos conocía su propio rostro. Lo peor era lo último, porque bien podría ver su reflejo y preguntarse quién era ella. Eso era horrible. No estaba segura del porque pero algo en su pecho dolía de solo pensar en la idea de desconocerse a tal nivel.

La otra incertidumbre que le causaba malestar era el como parecía que se iba y volvía. Muchas veces cerró los ojos sin saber el porqué la debilidad se hacía con su cuerpo, eso fue agradable las primeras dos veces, pero ya no más, porque cuando volvía a abrirlos se encontraba lejos, como tratando de llegar al final de estas aguas. Ella no quería eso.

Dolía.

Suspiró medio cansada enderezando su espalda que dolía al estar en una mala posición, estaba recostada contra un pilar de piedra que a diferencia de todo el paisaje era como un blanco viejo y amarillento. Le había gustado seguir sintiéndose como la primera vez que despertó, sin ningún tipo de sentimientos, pero eso había ido cambiando de una manera extraña, sentía una... angustia más grande que ella en el corazón y las ganas de no querer irse aumentaban cada vez más, aunque algunas veces ese sentimiento era opacado por un deseo que se le escapaba de las manos.

Era uno que empezaba con un cosquilleo en su pecho y terminaba desplazándose por su cuerpo, era entonces que pasaba, su corazón latía como mucha fuerza y sus piernas temblaban. La atacaba con tanto esmero que tenía que abrazarse a si misma, como si tratara de que el corazón no se le escapara del pecho. La desesperación se hacía con ella y no era porque algo en su interior quería irse, sino porque quería que alguien viniera a ella. Porque entonces hacía un calor insoportable y el casi inexistente olor del lugar le molestaba.

Al finalizar, cuando esa sensación empezaba a desvanecerse podía sentir una calidez en su pecho, una que le encantaba y que le daba sosiego a su alma. La tranquilidad llegaba ella y podía cerrar los ojos sin miedo a no volver a abrirlos siendo ella.

Una sonrisa se deslizó por sus labios y ella ni siquiera era consciente de tal acción. Ese simple gesto la hacía ver menos muerta y la extrema palidez de su cuerpo parecía desvanecerse en ese instante.

Su mirada estaba perdida a lo lejos, viendo la senda que era marcada por dos filas de árboles a cada lado y el agua oscura que llegaba hasta el tronco de estos. Sería esa la razón o simplemente decidió ignorar a la visitante que apareció de pronto, imitando su postura en el pilar de al lado, también con una sonrisa que iba dedicada a ella. 

—¿Cómo estamos hoy? —preguntó como siempre, sin dejar de verla.

Su sonrisa se borró y la vida que parecía que estaba refulgiendo en ella, se fué. Ella no entendía de dónde salió ese ser y como es que siempre le hacía la misma pregunta con la misma energía, y mucho menos como era que su sonrisa no se desvanecía aunque ella no dijera nada. No entendía eso. Aunque tampoco entendía como era que tenía la seguridad de que ella sonreía si nunca se había atrevido a mirarla. No podía.

Parecía que su silencio no le afectaba.

—¿Debería estar de alguna manera en especial? —dejó escapar la pregunta que tantas veces se había hecho en respuesta a la suya.

—Supongo que sí —respondió con la misma soltura—, la soledad afecta a las personas de una manera extraña.

Su ceño se frunció y aunque parecía tener muchas dudas se quedó en silencio, hasta que pareció llegar a una respuesta.

—La soledad soy yo misma, así que no habría de que preocuparse.

—¿En serio? —abrazó a sus rodillas.



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En el texto hay: fantasia, romance, magia

Editado: 22.06.2023

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