Voracidad

18. Flores y magia.

La daga brilló como el sol y fue tragada por el anillo de Nix que quemaba en su mano, era una sensación parecida a la que tuvo ese día en la biblioteca de su padre. Apretó la mandíbula frente al dolor que estaba aumentando, hasta que este se detuvo tan rápido como comenzó.

El anillo recuperó las cadenas que se enrredaban en su muñeca y también se veía... diferente, muy diferente; el color que antes había sido plata pura, ahora era una mezcla entre plata y oro, que se mezclaban entre sí de una manera uniforme que resultaba hipnotizante; había partes dónde el oro parecía pequeñas pelusas y otras dónde se enroscaban entre sí como espirales.

Es hermoso.

—Dime, ¿por qué quieres regresar? —Sr. Dazztel le preguntó seriamente y Nixten sonrió, complacida.

Y poderoso.

—¿Por qué lo quiere hacer usted Sr. Dazztel? —habló suave, delicado, como si la pregunta no tuviera ninguna importancia peligrosa.

El pelirrojo frunció el ceño, era raro verlo así, de una manera pensativa, desconfiada, como si no supiera por dónde caminar para llegar al otro lado a salvo, pero terminó suspirando y dejando atrás esa tensión a la que se había acostumbrado con los años.

—Eres solo una niña inocente —susurró con pesar, como si deseara quitarle el dolor que veía en lo profundo de esos orbes naranjas que parecían brillar de distancia, una capa, detrás de otra capa—. De débil corazón. De espíritu frágil. Puedo verlo, Nixten Anglus, puedo verlo. Y aún así soy incapaz de entender como es que estás aquí, como es que tienes la fuerza para regresar.

Ella lo veía fríamente, de la manera en la que se ocultaba cuando su hermana se le acercaba mucho para hablar temas que ella no deseaba. Era una mezcla de mentira y verdad, sin saber dónde comenzaba cada una.

El lobo se acercó a ella y pasó suavemente la nariz fría por su mano que estaba tensa, de manera instintiva ella posó su mano detrás de sus orejas peludas, eso llamó la atención de Sr. Dazztel que los vió a ambos como si deseara saber todo de ellos, quizá era así.

Un pajarito llegó a él, posandose en su hombro para susurrarle. Algo cambió en sus ojos.

—¿Cómo vas a cumplir tu promesa, Nixten Anglus, si eres una Cambiaformas?

—No le tome importancia al proceso —dijo sin dudar con el mismo tono suave—. Usted solo tiene que interesarle si la voy a cumplir o no. Ahora, ya quiero marcharme, creo que estoy perdiendo demasiado tiempo.

Las cosas se habían puesto tensas y aunque él había echo algo para que ella confiara, no parecía haber funcionado como debería. No lo entendía, para él era lógico que ella lo hiciera, después de todo era una Cambiaformas. Era simple, ya lo había echo un par de veces, aunque ese par no terminaron nada bien, Nixten era consciente de eso, lo había escuchado de la boca de su padre.

—Me estás pidiendo confiar —siseó—. ¿Confíar? ¡¿Confíar?! Por el amor a Izard, niña, la confianza fue la que me trajo aquí, la confianza fue la que hizo que–

Nixten tenía los ojos abiertos de la sorpresa y cuando él se detuvo se inclinó ligeramente, esperando a que siguiera hablando. Necesitando saber el porqué de su muerte, una que nadie sabía.

Ella quería esa respuesta, pero no la obtuvo.

—Me sorprende tal escepticismo —se acercó a él—, y más viniendo de alguien que quiere que le den confianza. Especialmente mi confianza. —Fijó sus ojos en los de él—. Es hora de que aclaremos algunas cosas aquí; primero, puedo ser lo más débil que tú quieras, pero no voy a permitir que te metas en mi vida. Segundo, como estoy aquí y como voy a regresar no debe ser de tu preocupación. Tercero, no vuelvas a tratar de ganarte mi confianza, mucho menos de esa manera. No me compares, Dazztel, porque yo no soy, y mucho menos seré como cualquier otro Cambiaformas que hayas embaucado.

El rostro pálido de Nixten se encontraba rojo y con los ojos llaméandole en ira, en cambio Sr. Dazztel estaba sorprendido y mucho más por dejarse tratar con tanta dureza de una niña inocente.

—Ahora, sácame de aquí que, como ya te he dicho, estoy perdiendo demasiado tiempo aquí.

Duraron unos segundos viéndose fijamente hasta que Nixten se movió a un lado y empezó a caminar hacia la cabaña, de dónde no debió haberse movido. La desesperación le estaba ganando y le parecía que tomaba forma de lo grande que era, la sentía subir por sus brazos haciéndolos hormiguear, como si estuvieran a nada de dormirse.

Y la desesperación no era lo único que se estaba haciendo con ella, porque desde que había tomado la daga se sentía más débil, como si no fuera suficiente, pareciera que hubiera durado demasiado tiempo sin dormir, cuando eso pasaba solía sentirse así, de la misma manera; desesperada, débil y con... ira, una que trataba de controlar lo más que podía.

¿Era eso una mala señal?

¿Qué tan mal estaba?

¿Qué era lo que estaba haciendo su padre para mantenerla con vida?

¿Qué? ¿Qué precio pagarían los dos por una vida que se esforzaba por querer, por sentir?

Miles dudas se hacían en su mente, atormentandola y volviendo todo más difícil y confuso. Quería a su padre, a Nazareth, quería que la abrazara y le dijera que todo estaba bien, que él estaría con ella al despertar. Deseaba, deseaba tanto que le dijera que las pesadillas eran solo eso, pesadillas.

Era cierto, él tenía razón, ella solo era una niña, débil y frágil. Maldito Dazztel.

El nudo en su garganta creció con rapidez, queriendo estrangularla, queriendo que se liberara, se mostrara tal y como era... ¡pero no! La razón por la que había llegado hasta donde estaba no era por lamentarse de ser quien era, no, lo había logrado sobreponiéndose ante las dificultades y esta no iba a ser la excepción.

Una sombra se cernió a su lado y de inmediato supo quién era, cómo no hacerlo, si era parte de ella. El lobo se mostró tal y como era; gigantesco, negro de intimidantes ojos naranjas, parecidos a los de ella.



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En el texto hay: fantasia, romance, magia

Editado: 22.06.2023

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