Voracidad

21. Aquí, en la vida.

En las decadentes hermosas tierras de Witeeler era un día precioso para mimar a la cosecha de la estación; el sol se mantenía en lo alto rodeado de varias nubes y la brisa no dejaba de correr, refrescando lo que sería un día caluroso, brindándole esa sensación de paz a sus habitantes  tan anhelada. Sí, hoy era un día perfecto para las personas y las risas de los niños mientras se perseguían, divirtiéndose como solo ellos podrían le daba realidad. Definitivamente un cuadro tan inspirador como aterrador, esos niños que jugueteaban tendría que crecer en medio del camino que lleva a la muerte de sus tierras, las que le pertenecían y seguramente no podrían salvar.

Pero aún así, con ese futuro tan desesperanzador Izard parecía haber escuchado sus ruegos, esos que en las noches, todos sin falta encendían una llama y oraban al Dios que les otorgó esta vida, pedían por sus niños, por las tierras que los mantenía a ellos y a muchas personas más, pedían un futuro. Un día más.

Pedían, pedían y pedían misericordia.

Todas las noches.

Todos los días.

Rogaban por la salvación.

Y Dios, nuestros Dios, el Dios de Illumia los escuchó.

O... ¿Fue la muerte quien los escuchó?

Que importa, lo único importante aquí es que de la misma manera el hermoso día se abrió paso y fue perfecto por un par de horas, de esa misma forma las nubes se juntaron para traer consigo una tormenta silenciosa que hizo que los Witeelerianos juntaran las manos mientras rogaban asustados por lo que se avecinaba.

Esta vez rogaban por piedad.

Esta vez pedían por la muerte de... del mal que estrujaba sus vidas.

Habrán sido la una de la tarde cuando inició...

El sonido bajo de una campana empezó a recorrer las númerosas calles empedradas del pueblo como un fantasma buscando el camino, recorriendo todo mientras aprendía cada vez más por dónde pasaba, lo inundó todo hasta que en un último estallido despareció.

Las personas dejaron salir el aire contenido y mientras los jóvenes pensaba que ya había pasado, los adultos se mantenían alerta, entendiendo lo que quería decir el sospechoso silencio en el que se sumieron.

Y así fué.

El cantar de miles de aves se escuchó y el corazón de todos se estrujó en nostalgia, dolor y esperanza, pero también de un terrible miedo que heló sus huesos hasta que ya eran demasiados consciente de ellos.

Esta vez fue diferente.

El trinar solo se escuchó una vez para después solo desaparcer como una simple ilusión, la misma que dejó un mal sabor de boca en los habitantes que sintieron respirar bien de nuevo por unos cortos segundos. Todo lo que habían construido sus antepasados y que ellos protegían con amor parecía querer perderse para siempre a manos de quiénes llegaron diciendo que eran la justicia, el cambio y la verdad. El apoyo por y para el pueblo, dijeron.

Todos mintieron y el final de sus vidas como hasta ahora la conocían se acercaba a su final, de manera precipitada.

No estaban preparados y nadie lo estaba para el grito que se escuchó a lo lejos, después del aterrador silencio, desde las tierras circundantes a la mansión Anglus. La piel se les erizó y el escalofrío que los recorrió no los sacó del estupor en el que se encontraban, hasta podrían decir que sus corazones detuvieron su andar por unos interminables segundos antes de retumbar con las fuerzas del terror.

Se olvidaron de su Dios.

De la piedad.

De rogar, rogar, rogar, rogar, rogar, rogar, rogar, rogar... ¡¿Por qué?!

Las personas se lamentaban y lamentaban mientras el viento, el tiempo, la vida y la muerte, corrían por las vías respiratorias de este mundo hiendo al encuentro del renacer de un alma que no era vieja aunque tampoco jóven. No debería estar aquí. Pero como se impedía el dolor que significaba una nueva oportunidad, como se impedía el ruego de un padre que le vendería su alma al "diablo" porque su hija viviera y fuera feliz.

Simplemente no se puede.

Los brazos del amor y la voluntad envolvían el cuerpo frágil de una bestia encerrada que era infeliz y se desmoronaba a cada paso, a cada respirar, pero... ya no más.

Porque la bestia había encontrado la libertad en la aceptación.

Porque entendió que la infelicidad viene más allá de los demás y que está principalmente en uno mismo, dentro, como una enfermedad que no reconoces pero que recientes sin saber cómo defenderte.

Porque ahora tenía las armas para combatir cualquier cosa; la confianza y la voluntad.

Porque tenía personas importantes a las que amaba.

Porque... porque esta vida, es su vida y quiere la oportunidad para vivirla como quiera, a su manera.

Pero esos eran los sentimientos de un alma que se había fortalecido al encontrar el camino hacia la felicidad; que es la tranquilidad de amarse a uno mismo mientras sueltas todo eso que te ensombrece. En cambio el cuerpo delgado y maltrecho de la jovencita lloraba, lloraba y lloraba sin cesar mientras veía con amor, y dolor a esos ojos terracota empañados por el alivio.

Padre e hija no cabían en sus cuerpos de la dicha.

—Llegué a pensar, solo por unos instantes, que te perdería —el hombre movió los mechones de pelo que se pegaban en la frente de su hija—. Lo siento, lo siento, mi niña, yo no debí... no debí aceptar el juego de Erema —negó con la voz quebrada—, no debí tomar el camino más fácil. Perdón, perdón. Perdóname.

Golpes amortiguados se escuchaban en la puerta de la habitación oscura e hicieron que la jovencita olvidara todas la palabras de su progenitor, con una mueca intentó levantarse de la cama en la que estaba recostada, pero no pudo hacerlo bien cuando se quejó de dolor y su padre la sostuvo para dejarla quieta.

La respiración de la pelinegra se agitó y sus ojos se veían horrorizados.

—¿Qué... qué me pasó? —sollozó asustada mientras intentaba llevar sus manos a su vientre sin ser capaz de hacerlo.

—¿De que hablas? ¿No lo... recuerdas? —susurró viéndola directamente—. Nixten, dime, ¿no recuerdas lo que te sucedió?



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En el texto hay: fantasia, romance, magia

Editado: 22.06.2023

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