Voracidad

22. El abrazo de un hermano.


Un nuevo amanecer había llegado, sin esperar a nadie, con prisa.

Ese nuevo día, que era igual que el anterior, se movía rápido, quizá, huyendo de la noche.

El sol salía y la luna se ocultaba.

La luna salía y el sol se ocultaba.

Y así sucesivamente...

Hasta que habían pasado cinco días desde que había logrado salvarse de la muerte. Cinco que habían parecido miles a toda velocidad. Nix sonrió tranquila cuando la brisa tiró de sus mechones sueltos, cerró los ojos un momento y respiró sintiéndose feliz, afortunada, llena de coraje. Entre medio los cojines del mueble que estaba en su balcón admiró las estatuas, la que más llamaban su atención eran las de los animales, gigantescos y salvajes, aunque a los pies de seres más pequeños. Un contraste que la hizo bufar. Recorrió con la mirada lo más que pudo desde donde estaba las estatuas, hasta que divisó algo que llamó su atención.

Con una mano en el estómago se levantó para llegar al barandal, miró hacía abajo dándose cuenta que tenía que bajar para poder llegar al jardín de las estatuas. Una mueca de desagrado apareció en su emsombrecido rostro, así que tentando a la suerte y siendo quién era palpó las heridas que le faltaban por sanar, las más profundas, y llegando a la conclusión de que no pasaría nada si se movía de la manera correcta de un pequeño brinco y en cuclillas subió al barandal, afianzando los pies cubiertos en zapatos de tela movió los ojos por el lugar buscando cualquier Usuario de magia que estuviera a cargo de su padre, ya estaba harta de ellos, siempre preocupándose y diciéndole que era lo que no debía hacer.

Ah, si que es molesto.

Viendo que no había nadie cerca tomó aire y se impulsó teniendo cuidado de no hacerlo con su abdomen, terminó cayendo en el césped de la misma forma que se lanzó y aunque procuró hacerlo lo menos doloroso posible, la verdad es que la quemazón y la corriente eléctrica de dolor la atacó haciendo que se doblara un poco más hasta que su corto cabello terminó echado hacía adelante, apretó la mandíbula hasta que el dolor fue desapareciendo y dejando solo las palpitaciones de la herida como recuerdo.

La esencia espesa y oscura que recorría su cuerpo se removió de dolor haciendo que la pelinegra desviara su atención y la hiciera a un lado, ella no quería herirlo, así que decidió recuperarse por si misma, tomara el tiempo que tomara. Lo había prometido, cuidarlo así como él la cuidaba. Ahora no se iba a echar para atrás por unas heridas que no tardarían mucho en sanar. Soltó el aire que estaba reteniendo y se colocó de pie lentamente viendo que había caído al principio del jardín, en uno de sus varios caminos, lo siguió mientras escuchaba algunos murmullos de las personas que estaban a los alrededores, en su mayoría integrantes de la manada de Erema, podría jurar que eran esas justamente las miradas que sentía sobre ella analizándola, viendo con tal atención su aspecto y como caminaba.

Están buscando en la superficie que es lo que no encaja en mí.

Imbéciles.

Sé que lo perciben, pero no logran entenderlo.

Mierda. Mierda.

Nix, ella sinceramente sabía el semblante que tenía, era uno de lo más deprimente; delgada hasta el punto que había perdido mucha masa muscular, la cual, le había costado ganar, la piel tan pálida que llegaba a verse cenicienta, ojerosa y con los pómulos demasiado de marcados para considerarse saludable, labios resecos, el cabello negro opaco con un mal corte, y por último, su andar dejaba mucho que desear; no andaba derecha como debería, caminaba lento y por alguna razón que se le escapa de su entendimiento su mano izquierda pasaba sobre el área herida, como si buscara protegerse de un posible ataque similar.

Con ese aspecto más decaído que antes bastaba solo verla para saber que estuvo más muerta que viva.

Para algunos era como un fantasma que rondaba la mansión, no se lo terminaban de creer y para otros era demasiado sorprendente, era una Cambiaformas que había sobrevivido al envenenamiento causado por un arma hecha de Ozuros y además de eso ella no era pura, como si no fuera suficiente.

Algunas partes de su cuerpo, como su mano izquierda, tenían recuerdos y traumas con los que ella se sentía ajena, pero eso no era lo más la sacaba de balance, sino el hecho que no sabía cómo y a qué situación iba a reaccionar su cuerpo, como justo ahora que uno de sus pies se detuvo frente a una pieza de alguna estatua que fue rota y que posiblemente la habría lastimado debido a lo dormida que se sentía dentro de su cuerpo.

Suspiró negando con la cabeza y esquivó la pieza sin prestarle la mayor atención.

Entre una estatua en forma de serpiente y un conejo que simulaba correr encontró lo que había ido a buscar, era pequeña y no precisamente estaba entremedio, más bien, se encontraba detrás de esas estatuas, como a escondidas. O eso parecía. Porque la verdad era que aparentaba estar recién hecha aunque no lograba percibir el olor del barro o la piedra.

Que extraño.

Quería agacharse para poder verla mejor pero eso no era una buena idea, así que solo se quedó viéndola intentando comprender el porqué estaba ahí y porqué se le hacía conocida; podía imaginar los colores, la suavidad que se revivía entre las yemas de sus dedos y el olor que picaba en su nariz, todo eso indicaba que era real, pero también podría ser solo su mente jugando con ella. Bufó sin poder llegar a nada y cerró los ojos unos instantes mientras suspiraba profundo, como cuando la pesadez se hace con uno y se la pasa todo el día de la misma manera; suspirando y con la vista a lo lejos.



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En el texto hay: fantasia, romance, magia

Editado: 22.06.2023

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