Voracidad

31. Los hilos que no tenían color.

Después de haber salido de la mansión Nix miró a Ren un momento antes de romper en carcajadas apoyándose en unos de los grandes árboles y aunque este la observó incrédulo a la final terminó contagiado de su buen humor.

—Por Izard, que emocionante —dijo después de haberse recuperado—, ¿por qué nunca hicimos esto antes?

El grácil rostro de Ren se contrajo.

—Mejor no hablemos de eso —dijo a la final y ella asintió—. Vamos a darnos prisa, tenemos que el volver antes del atardecer.

—Sí, lo mejor es no encontrarnos con los Escuadrones —murmuró mientras se subía a una gran raíz—. Por cierto, si sabes para dónde vamos, ¿verdad?

—Claro que sí —bufó Ren y rodó los ojos mientras rodeaba las raíces de los árboles—. ¿Te parece divertido ir saltando de raíz en raíz?

—Ajam —dijo posando sus pies en el suelo—. ¿Qué tan lejos estamos?

—Si seguimos así, el doble de lejos —respondió sin intención de incrementar la marcha.

—Pero que gran respuesta, Ren —se burló brincando en una de las raíces del árbol que se le atravesó.

Él se rió ligeramente.

—Que importa —alzó un hombro y la miró con una sonrisa—. Disfrutemos el viaje.

—Pareces más emocionado que yo —comentó mirándolo de reojo.

—Bueno, yo no sé tú pero... —se detuvo cuando algo cayó justamente en su ropa, lo tomó con el dedo y volvió la cabeza hacia ella con una sonrisa siniestra, Nix frunció el ceño y terminó las raíces saltando al suelo—. ¿Sabes que tengo aquí?

Era obvio que ella no se iba a acercar y menos con esa malicia con que él la miraba, así que se fue caminando de costado y cuando estuvo más o menos cerca con una gran sonrisa le mostró un pequeño gusano blanco llenó de filamentos diminutos.

—¡Aaaaaaah! —gritó y salió corriendo esquivando los grandes raíces de los árboles—. ¡Aleja esa co–cosa asquerosa de mí, Renato!

—¡Oye, si ni siquiera te estoy siguiendo!

—¡No me importa! —volteó la cabeza y gritó medio enojada cuando vió que si venía tras ella—. ¡ARG! Estúpido mentiroso, por supuesto que nos ibas a perder la oportunidad.

—Pero si esta lindura no hace nada, Nix —se echó a reír—. Es totalmente inofensivo.

—¡Por todos los demonios del Inframundo, cállate, insensato!

—Los demonios no existen.

—Los gusanos inofensivos tampoco.

—Oye, espérame, no salgas del bosque sin mí.

—Eres... un... ¡Tsk! —alzó las manos al cielo y las dejó caer cuando dió un pisotón—. Bien. ¡Bien! Quiero que votes... eso... y te lavas las manos —se dió la vuelta y lo señaló—, porque no te vas a acercar a mí si no te lavas las manos, ¿me escuchaste, Renato?

Se llevó la mano a la frente en un saludo.

—¡Sí, señor!

—Muérete, Ren —murmuró en un intento de seguir molesta.

Ren le dió una sonrisa reluciente a sabiendas de que ella también quería hacerlo.

—Solo después de tí.

Nix le mostró el dedo antes de sentarse en una de las raíces de los últimos árboles del bosque de los gigantes. Cruzó los brazos en su pecho y alzó la vista al cielo, vió lo poco que se alcazaba a ver entre las copas de los árboles. Pequeños rayos de sol le pegaban en el rostro cuando la brisa mecía las ramas y calentaban su piel suavemente, la sensación le trajo recuerdos tranquilos que le hicieron cerrar los ojos para disfrutar de tal caricia.

Sin esperarlo su cuerpo se relajó de tal forma que todos sus sentidos se extendieron, con una facilidad abrumadora, por todo a su alrededor en un alcance mayor al que solía ser capaz de utilizar. En su mente no se atrevió a darle cabida al pensamiento de asombro y cayó un poco más en los brazos de los instintos liberados de sus sentidos.

La armonía que se sentía en el ambiente le llegó profundamente a su alma y dejó escapar un suspiro de alivio, de tranquilidad.

Podía sentir la fuerza y la vejez de los árboles a través de sus venas, lo sabios que eran, ese conocimiento que habían obtenido a lo largo del tiempo como conjunto de vida, pero al que ella no tenía acceso. La esencia de la naturaleza estaba llena de vitalidad, tanta que  las demás eran eclipsadas por su fuerza, aunque no había mucho por esconder, los animales aquí eran escasos y aún así había más que en las áreas de limpieza, eso ya era mucho que decir.

Siguió vagando hacía donde la llevaran sus sentidos y cuando estaba para llegar a algo que presentía que era importante la conexión que había establecido momentáneamente con el bosque se deshizo con brusquedad.

—Nix, estas no son horas de dormir —profirío y chasquéo los dedos frente a ella, la pelinegra rodó los ojos—. Tenemos cosas que hacer, vámonos.

Ella se levantó de la raíz y se limpió la ropa mientras seguía la espalda delgada del pelinegro.

—Si solo vamos a visitar a Antonio —se quejó y estiró los brazos, de verdad parecía que hubiera estado dormida—, ¿cuál es la apuro por llegar?

—No solo vamos a visitar a Antonio —le dió una corta mirada con esos ojos grises medio molestos—, eso ya deberías saberlo.



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En el texto hay: fantasia, romance, magia

Editado: 22.06.2023

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