Aun recuerdo la primera vez que camine por las grandes tierras de Vórtex, era un chico del montón, pero no sabía que el destino me tenía una pequeña sorpresa, la cual venía preparando desde varias décadas atrás. Por eso quiero que conozcáis mi ´yo´ del pasado, para que luego entiendan el ´yo´ de ahora.
Hola, mi nombre es Héctor Claver, tengo veinte años y viví en la ciudad de las Delicias. Se preguntarán por qué vine a Vórtex, pues la respuesta no es tan complicada como creen. Vine por una oferta de trabajo.
Me propusieron ser el primer arquitecto de un pequeño pueblo al norte de Oregón, era una oferta que no podía rechazar y mucho menos si es en la carrera que me gusta, la arquitectura.
El problema es que los primeros seis meses tenía que estar en una cabaña que está en el medio del bosque. Pero por otro lado, todo ese terreno está ahora en mi posesión, desafortunadamente soy el único heredero, este le pertenece a mi familia desde hace decenas de generaciones atrás, el último en tenerlo en su poder fue mi queridísimo abuelo, el cual desafortunadamente murió a causa de suicidio. Los demás integrantes de mi familia desafortunadamente fueron muriendo uno a uno, hasta llegar al punto de que el último que quedó en pie fui yo.
Solo recuerdo algunas cosas sobre esa casa, pero de lo que no podré olvidar, es que es una propiedad con bastante potencial, pero devastada y destruida por el pasar de los años.
¿Debería estar tenso por ser el primer arquitecto de un pueblo?, porque no, es una responsabilidad muy grande, además de que mucha gente necesita de mi ayuda para hacer de sus casas un lugar más acogedor, estoy muy impaciente por llegar a Vórtex. Ser el primero de todo un pueblo es un honor muy grande.
Lo que sí, que no me esperaba es que mi jefe me ofreciera el puesto a mí, si acaso llevaba en la compañía unos pocos años, aunque al mismo tiempo era poco evidente, ya que fui empleado del mes por un año completo.
Iría para aquel pueblo para abrir mi propia compañía y así ser aliado de la compañía de arquitectos del Álamo, que es la empresa de mi jefe. Es una supuesta ayuda para todas aquellas personas que nos necesitan en las pequeñas comunidades.
Lo que me enamoró al instante, no fue que me enviaran a mí, sino por el sueldo que me pagarían, ¡es de unos 30.000 dólares al mes! una cifra que para mí, un chico que no tiene muchos gastos, es asombroso.
Estuve empacando toda la ropa de mi armario, porque no solo voy a trabajar allí, sino que me voy a quedar a vivir, aprovecharé la propiedad que ahora está a mi nombre, le haré las remodelaciones que hagan falta y me apropiaré de ella como es debido, así el trabajo se me será más fácil de realizar.
Luego de empacar mis cosas decidí ver una de mis películas favoritas"El señor de los anillos” Calenté rápidamente una pizza en el microondas y en la mesa que había delante del sofá, puse una soda de dos litros. Para mí una épica noche de despedida,
Comencé a ver la película, pero, luego de cinco pedazos de pizza y dos vasos de soda bien fría, el sueño se apoderó de mí, a tal punto, que mis párpados se sentían como si fueran ladrillos, me levanté del sofá, un poco tambaleándome y llegue como pude a mi cama, lo último que recuerdo de esa noche fue el sonido de los muelles de mi cama.
A la mañana siguiente, las ansias por irme al aeropuerto eran exorbitantes, me sentía muy entusiasmado. Recogí todo lo que me quedaba por empacar y me dispuse a ir a mi destino.
Caminando por el pasillo de mi departamento me quede observando mi salón, uno de los principales escenarios que vivió conmigo todos mis sufrimientos a lo largo de mi carrera como arquitecto. Desde noches en vela, haciendo planos para mi trabajo, hasta lágrimas por lamentar la pérdida de mis seres queridos. En pocas palabras... tuve nostalgia.
Di media vuelta y salí por la puerta, el casero me esperaba sentado en las escaleras del edificio, para que le pudiera entregar las llaves del apartamento y así poder irme tranquilamente a Oregón, al bajar cada escalón del edificio se me hizo extraño, ya que sabía que era posible que no volviera a pisarlas nunca más, estaba lleno de tristeza. Me subí al taxi y mirando el portal de mi antigua casa, decía en mi mente;
-Etapas vienen, etapas van, por eso, hay que vivirla de verdad.
El conductor comenzó a mover el vehículo, y poco, a poco, una etapa de mi vida iba quedando atrás y al mismo tiempo otra comenzaba.
De camino al aeropuerto, no podía dejar de imaginar, todas las cosas nuevas que me esperaban en aquellas tierras, después mi mente se detuvo, al observar por la ventana del taxi. Mientras íbamos por la carretera, bajé la ventanilla del auto, para poder respirar por última vez el aire de la gran ciudad que nunca duerme. El viaje se me pasó en un abrir y cerrar de ojos, gracias a lo maravillado que estaba con el paisaje. Nunca me había detenido a mirar a los alrededores, ya que siempre por el trabajo iba a paso veloz.
Los edificios gigantes, el olor a perrito caliente, el humo saliendo por la alcantarilla y sobre todo las grandes muchedumbres dirigiéndose a sus respectivos trabajos, era extraño. El ser humano cuando pierde algo, lo empieza a valorar más, supongo que en ese aspecto... somos todos unos ingenuos, sabía que lo extrañaría. Luego de vislumbrar toda la gran plaza, pude seguir con mi camino a la gran Vórtex.
Fue un lío tremendo el bajar las maletas del taxi, y peor fue al llegar a la puerta de embarque, había una fila más larga que el río amazonas, así que tuve que esperar con mi mochila y mi maleta de mano, alrededor de casi una hora para poder entrar en el avión, aparentemente había una mujer con problemas con el pasaporte... un completo horror sin precedentes. Ya una vez dentro de la aeronave y para mi suerte, al lado mío se sentó un hombre gordo, no tengo nada en contra de las personas obesas, solo que justo el que estaba sentado al lado mío estaba sudado, ¡no entiendo cómo!, porque con el aire acondicionado tan alto, era imposible sudar una gota y yo pues…. Me estaba congelando.