Vórtice: Crónicas de Horror

LETRAS ROJAS

SEGUÍA nervioso aquella noche en la oficina. El hombre al que había atropellado en la mañana estaba muerto. Lo acababa de ver en las noticias, luego del hallazgo de la mujer muerta en el Hotel Thalarion. Martín López sentía remordimientos, pero no como para dar la cara ante las autoridades. Él no quería más problemas y menos con esos practicantes de magia negra o lo que sean esos ritos. En el noticiero también pasaron la grabación donde se podía ver una ceremonia que incluía el sacrificio de unos gallos y unos bailes desenfrenados a ritmo de tambores. Definitivamente a Martín no le interesaba mezclarse con ese tipo de gente y sus prácticas poco cristianas. Para él fue mejor darse a la fuga.

Tampoco es que fuera culpa suya, pensaba, el hombre se había lanzado a la calle sin molestarse en ver si venía algún vehículo. Martín reconocía que iba algo entretenido leyendo un mensaje en el móvil, pero si ese infeliz se hubiera fijado antes de cruzar la calle, aquel infortunio nunca habría sucedido.

Aunque le resultara difícil, tenía que dejar de pensar en eso y ponerse a trabajar. Estaba en aprietos por unos documentos que había falsificado y tenía que borrar sus huellas antes de ser descubierto. Vélez, su cómplice, le había puesto sobre aviso. Ese era el mensaje que lo había distraído un poco cuando atropelló al hombre en la mañana. Para esa hora de la noche, Martín ya había reescrito los informes falsificados, solo faltaba intercambiarlos por los que estaban encarpetados en los archivos de la empresa.

El tirador de la puerta giró varias veces como si fuera epiléptico, alguien intentó abrirla, pero al tener seguro no pudo. Martín se extrañó que a esas horas alguien quisiera entrar a su oficina. Fue hacia la puerta con el tirador sacudiéndose todavía, pensando que tal vez sería Vélez que había ido para ver cómo estaban las cosas, pero no había nadie cuando abrió. El pasillo estaba semioscuro y vacío, su imaginación le estaba jugando una broma. No era de extrañar con el día tan pesado que le había tocado vivir.

Regresó a la Laptop y mandó el documento de ocho páginas a la impresora, pero solo una había aparecido. Se levantó del escritorio y fue hasta la maquina pensando que le faltaría papel, pero no, el depósito estaba bien surtido. Tomó el impreso, no tenía nada que ver con el archivo que esperaba. Una única letra roja contrastaba en el blanco papel. La dejó a un lado y volvió al escritorio a imprimir el documento otra vez.

Unos murmullos se escucharon afuera. También se escucharon tambores que cesaron cuando el printer comenzó a trabajar. Otra hoja salió y Martín esperó por los demás papeles que nunca salieron del impresor. Agarró la hoja nueva y vio que también tenía una sola letra roja. Se molestó por la contrariedad y la tiró a la papelera hecha una bola arrugada.

Martín.

Escuchó una voz farfullar su nombre y sintió algo invisible que se agitó en la oficina. Se espantó buscando a quien había hablado.

—¿Vélez, eres tú? —Abrió la puerta para ver quién era, e igual que la otra vez no había nadie allí.

El pasillo seguía sombrío. No entendía qué estaba sucediendo, primero la impresora se la ponía difícil y ahora escuchaba cosas. Martín intentó reproducir el documento una vez más y solo una página se imprimió. Retiró el papel que estaba tatuado con otro carácter en rojo.

—Una O. Ahora sale una maldita O —pensaba con la hoja en las manos tratando de descubrir qué sucedía que no se imprimía el documento que deseaba.

Estaba cansado, el día había sido malo y no tenía tiempo para esos problemas informáticos. Iba a tirar el papel a la basura cuando se fijó que tenía un pequeño número de página.

—Esta es la página número dos —reflexionó tomando la otra hoja que había salido en la primera tirada y todavía descansaba en la bandeja.

—Está bien, amigos, aquí tenemos la número cinco con una R —imitó muy mal a algún comentarista de radio.

Otra vez comenzó a percibir el sonido de los tambores. Sacó el papel que había tirado en la basura y lo desenvolvió dejándolo casi lizo. Era la página siete y tenía la letra S. Fue al escritorio y usó la computadora. El impresor vomitó una nueva letra.

—Una Á, y es la página seis. —meditó acomodando las hojas una al lado de la otra para ver que iba diciendo al ir juntándolas en orden.

—Martín.




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