Voydania

Un Camino Diferente

Hoy, las esperanzas y el éxtasis de lo novedoso revoloteaban entre las puntas de mis pies, permanecí expectante durante un tiempo, contemplando la fachada neoclásica del instituto que daba la bienvenida a profesores y estudiantes. Desde la recepción fui recibido por una ola de sonrisas que confortaba a cualquier persona. Me dirigí a un pasillo para llegar al auditorio, donde el silencio se apoderó de mí al entrar, descubrí un semblante frío y helado; algo hostil y vitrificante como un mar de conciencias sin vida. Los pocos espectadores presentes dirigían sus miradas escépticas a un escenario unánime. Un estudiante del instituto apoyaba su pera en el violín y comenzó a tocar.

La melodía fluía por el lugar, atrayendo a algunas personas a la sala para escucharla. En ocasiones, el violinista cerraba los ojos al tocar como si la música lo envolviera. A pesar de no tener la mano derecha, la música se convirtió en la vía para expresar lo auténtico, algo que las palabras no podían captar por completo. Aunque el lugar no estaba abarrotado, el público reaccionaba sinceramente, proporcionándome una sensación de paz. Aun así, un ruido ensordecedor llenó mi mente por un momento, temiendo que pudieran juzgar a mi aprendiz. Deseaba liberar esas tensiones que sofocaban mi presente, impidiéndome disfrutar de la emoción y las lágrimas que se entrelazaban en el tejido de mis pensamientos.

La música del estudiante de violín fluía como un río de emociones, tocando los corazones de todos los presentes en el auditorio. La tensión que sentía al principio comenzó a disiparse a medida que me sumergía en la música. Mis ojos se encontraron con los de otros espectadores, y compartimos sonrisas de complicidad mientras la melodía nos llevaba a un lugar más allá de las palabras.

En el escenario, el joven violinista continuaba su actuación con una pasión y destreza asombrosas. A pesar de su discapacidad en la mano derecha, su música era pura expresión de su alma. Cada nota, cada arco del violín, resonaba con una profundidad emocional que conmovía a todos. La audiencia, que al principio había estado fría y distante, se había transformado en un público apreciativo y entregado.

Mi mente se liberó de la preocupación por mi aprendiz y se centró en la belleza de la música y la valentía del joven violinista. Sus notas parecían sanadoras, como si estuvieran curando las tensiones que me habían abrumado al principio. Las lágrimas brotaron de mis ojos, lágrimas de gratitud por esta experiencia inesperada.

Cuando el último acorde resonó en el auditorio, el silencio que siguió fue uno lleno de reverencia y admiración. La audiencia estalló en aplausos y ovaciones. El violinista, con una sonrisa humilde en el rostro, inclinó la cabeza en agradecimiento.

El violinista, llamado David, salió del auditorio y se dirigió al vestíbulo. Allí, me encontré con él.

¡Felicidades! – le dije eufórico - Ha sido una presentación increíble. David sonrió.

Gracias, maestro - dijo.

No hay palabras para describir lo que has hecho – dije en tono gentil - Has tocado el corazón de todos.

David se sintió abrumado por la emoción. Nunca había imaginado que su música pudiera tener un impacto tan profundo en los demás.

No podía creerlo – decía. - No pensé que fuera posible.

Claro que es posible, tu música es pura magia. – sentía tanta satisfacción de poder ver los frutos de su proceso

David se dio la vuelta y vio a una mujer que lo miraba con una sonrisa.

¿Eres David? - le preguntó la mujer.

Sí - dijo David.

Tu actuación ha sido increíble - dijo la mujer. - Me has hecho llorar.

David se sonrojó. - Gracias - dijo.

La mujer le dio un abrazo.

Has hecho un gran trabajo - dijo. - Estoy muy orgullosa de ti.-David se sintió muy feliz.

En ese instante salí del vestíbulo con un sentimiento de inquietud. Me preguntaba si solo eran supersticiones, tal vez la mujer solo estaba siendo amable, pero algo me decía que no era así. Me dirigí a la sala de profesores, pero no pude evitar mirar hacia atrás. La mujer seguía hablando con David, con una sonrisa en los labios. Me sentí incómodo. No entendía qué quería la mujer de David, pero algo me decía que no era bueno.

 




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