Gabi ha sido mi mejor amiga desde que tengo uso de razón. Siempre hago lo que dice y sus consejos son como la Biblia para mí; sin embargo, cuando me dice que mi novio, con quien estaba a punto de mudarme, me engaña, es la primera vez que decido no escucharla.
—Esto es muy serio, Esther.
Es el cuarto pasillo del centro comercial en el que me persigue y solo han pasado dos minutos desde la amarga noticia.
—Sé que es muy duro de oír, ¡pero tienes que controlarte! Grita, insúltalo, ¡algo!
Trata de alcanzarme con una mano, pero coloco el carrito de compras entre las dos. La señalo con el empaque de salsas que a él tanto le encantan y se lo tiro en el instante en que derramo la primera lágrima.
—¡Él no me haría eso!
Gabriela se lleva una mano a la cara y se frota los ojos. Tiene la impresión de que ha preparado un enorme sermón para mí; sin embargo, no es la única «primera vez» de esta mañana, porque solo dice tres palabras.
—Es la verdad.
Me doy la vuelta y continúo avanzando. ¿Cómo puede hacerme eso justo ahora? Incluso ya me ha dado una copia de la llave de su apartamento y difundido la noticia entre sus amigos. Se le ve de verdad tan orgulloso de dar este nuevo paso que no puedo siquiera envenenar mi mente a propósito.
Gabi me alcanza otra vez y en esta ocasión se pone enfrente para cortarme el paso.
—Se acuesta con alguien de su trabajo. Hay fotos.
Me detengo. «Fotos». Pruebas. ¿Era eso cierto?
—¿Las tienes?
La sonrisa de Gabi desaparece junto a mi pregunta. ¡Claro que no existe ninguna prueba! Me empino para agarrar el pan para sándwiches y me muevo al siguiente corredor. Han pasado ya cinco minutos y cada vez se hace más difícil mantener la compostura. Gabi trota a mi lado.
—Las tendré.
—¿Sabes lo mal que se escucha eso? Por favor, Gabi. Ya basta, esto no es divertido.
—Claro que no lo es —resopla—, pero ¿quién más te va a decir si no lo hago yo? Esa estúpida se ríe de ti y dice que ha estado en el nuevo apartamento antes que tú.
—Gabi…
—No, Esther. No más concesiones con ese bueno para nada. ¡Además, debería estar acompañándote! Es su día libre, ¿no? Llámalo. De seguro está con esa pe…
—¡Ya fue suficiente! —Gabi se cubre la boca con ambas manos. Una pareja de ancianos voltea a verme y retrocede, y la mamá de un recién nacido corta la conversación que tiene con la encargada de la sección «Panadería»—. ¡Deberías ser tú la que más se alegra de lo que está pasando en mi vida, Gabriela! No puedes ser una maldita justo hoy. ¡Hoy! Ponte en mi lugar, ¿qué es lo que quieres lograr con esto?
Gabi acomoda su cabello y sorbe aire por la nariz. Su pie golpea el suelo repetidas veces y seca las lágrimas antes de que se escapen de sus ojos.
Quiero retractarme de mis palabras aunque solo logro morderme la lengua y el silencio entre las dos se hace demasiado extenso como para intentar cortarlo.
Al final, sigo siendo la que cede entre las dos.
—Gabi, yo…
Alza la mano frente a ella.
—¿Lo que quieres son pruebas? —dice—. Está bien, Esther. Todo sea por mi amiga.
Gabriela se marcha y me quedo con la respuesta a mitad de camino. Sin más opciones, termino las compras para el apartamento, pero no lo llevo a donde Luca, como acordamos, sino a la mía. Debo admitir que parte del veneno de Gabi se ha colado en mi cabeza lo suficiente como para desviar la ruta de vuelta a último minuto.
Cargo las bolsas hasta la puerta de la casa. Bruno está de pie apoyado en la entrada, con un cigarrillo entre los dedos. Se sorprende tanto al verme que lo tira al suelo y me quita los paquetes de las manos. Cuando toca mis mejillas noto la humedad que restriega en mi piel.
—¿Esther?
Libre del peso, confirmo lo que ya sé: estoy llorando.
—Me peleé con Gabi. Creo que me odia.
—¿Qué fue lo que pasó?
Le cuento de nuestra discusión en el supermercado y cómo volvió a irse con la última palabra; que quizá algo ha calado en mí, porque me sentí incapaz de ver a Luca a los ojos después de lo que me habían dicho aunque estoy segura de que es mentira, solo que no sé por qué dijo lo que dijo.
Bruno lleva las compras a la cocina y me hace sentar. Cuando vuelve, me entrega un vaso al tope de agua que bebo sin pensármelo un segundo.
—Si es o no verdad…
—No es verdad.
—Si lo fuera —continúa—, debes saber que no es el fin del mundo. Tienes empleo. Tienes… esta casa.
—Es una habitación y un piso de la nevera, Bruno.
—Me tienes a mí.
Sonrío.
—Gabi nunca ha hecho algo para lastimarte. Debió tener sus razones… O de pronto se confundió. Ahora todas las personas se parecen. Quizá vio esa supuesta foto y creyó que era Luca.