Voz, radio y desamor

3: «HE TENIDO DÍAS MEJORES»

—¡Me dejó en ridículo! —digo en cuanto pongo un pie en su oficina, al acabar el breve programa de Darío. Las paredes están tapizadas de un color azul brillante y a su espalda hay una larga repisa con una veintena de macetas en ella.

Solo he subido hasta el último piso del edificio un par de veces y aunque he arreglado el maquillaje, las arrugas al final de mi blusa delatan el manojo de nervios en el que me convertido.

Estaba a punto de entrar para mi segunda intervención, pero Deiv me detuvo: primero pasarían algunos hits dirigidos por Darío y yo volvería al aire en media hora. Una amarga sensación corroe mi mente: se siente casi como una traición.

            El Señor López levanta la mirada de su libreta y me juzga en silencio; ya está al tanto de mi arrebato a mitad del programa y de cómo Tatiana tuvo que finalizarlo antes de lo debido. Hoy ha sido un día de mierda y solo quiero que pasen las cinco horas que todavía me separan de casa. Sin la fuerza suficiente para enfrentar a Gabriela y a Luca, es la mejor opción antes que desplomarme frente a ellos.

—Siéntese por favor, Esther, qué bueno que la veo. Quería hablar con usted.

Me doy cuenta de que le acabo de gritar a mi jefe y me muerdo la lengua, pero ya es demasiado tarde. Ha hecho de cuenta que no vine a su oficina a faltarle el respeto y en vez de la reprimenda que espero cabizbaja, me señala la silla frente a él y le da un sorbo a su café. Hasta que no me acomodo y quedamos a la misma altura, no me doy cuenta de las profundas ojeras que tiene ni de que su rostro ha envejecido en las últimas semanas.

El ímpetu con el que entré se ha desvanecido y me quedo quieta, fría como una quebradiza escultura. El silencio que se establece entre ambos hace que la imagen de las dos personas más importantes para mí hasta este día vuelva a burlarse de mí, y debo clavarme las uñas en las manos hasta que mi respiración se tranquiliza y logro sostenerle la mirada.

—¿Sucedió algo?

Se frota la barba y me tiende un portafolio rotulado con «Finanzas 2024» en la carátula. Consternada, la recibo y lo abro en donde me ha señalado; corresponde a la lista mensual de cada programa de la estación. Las secciones musicales, al igual que las noticias que se dan por la mañana, han traído la mayoría de las ganancias. Ojeo en busca de la mía, y me alivia ver que los números permanecen en verde, aunque los demás tengan ventaja.

—Está bien, ¿no? —digo mientras le devuelvo la carpeta. El Señor López me dirige una apretada sonrisa y tengo el impulso de arrebatarle el informe para asegurarme de haber leído bien.

—No hay pérdidas —responde.

¿Por qué no me siento conforme con sus palabras?

Me froto las manos y doy un rápido vistazo alrededor: siento que las paredes se mueven hacia nosotros y colapsarán en cualquier momento. Los labios del Señor López se mueven sin que escuche su voz.

—¿Cómo dijo?

Mi jefe arruga el entrecejo y le da un nuevo sorbo a su café. Los muros se han detenido y el rostro del Señor López vuelve a recuperar su nitidez. Es solo el estrés, me digo, necesito descansar.

—Su programa, Esther. Tiene muy poca audiencia.

—Pero… está bien, tiene ganancias, tiene…

—Si usáramos su espacio para las secciones de mayor ingreso sería beneficioso para la estación. No me malinterprete, señorita Sánchez, usted me agrada y creo que es divertido. —El semblante pierde la calidez antes de añadir—: créame que he hecho todo lo posible, pero debe entender usted también que así son los negocios.

Cierro la mandíbula, que se me ha desencajado. ¡No puede hacerme esto después de una década de trabajar para él!

—Puedo cambiar algunas cosas, si le parece.

Necesito salvar mi programa, mi sueño, el proyecto que me ha permitido un techo y comida todos los días; apenas sobrevivo a las deudas como para ser una más de la cifra de desempleo.

Me mira como un animalito lastimado. Su compasión me sabe a mierda y echo la espalda hacia atrás cuando estira el bazo para ponerme la mano sobre el hombro.

—Las órdenes vienen de arriba, me pidieron que hiciera algunos cambios, quieren darle un aire nuevo al programa. Seamos sinceros, Esther, ¿consejos amorosos? —Entrecierra los ojos y las cejas se le curvan hacia arriba.  

—Me escuchan cientos de personas, señor. —Esta vez lucho para que la voz no se me quiebre.

López suspira y revisa de nuevo los datos del portafolio mientras me remuevo en mi asiento. Ha sido de los primeros programas de la estación y desde gané mi audiencia a pulso he logrado hacerme un nombre; destruir eso solo porque sí… Contengo el aire en mis pulmones y ruego para que el día me sonría hoy aunque sea solo esta vez.

Pasa página tras página y anota varias cifras en su propia agenda; es muy pronto todavía para cantar victoria; sin embargo, no puedo evitar que la semilla de la esperanza se siembre en mi interior. López

—Intentaré abogar por usted, pero no prometo nada. —Asiento mientras me aferro a la posibilidad. Él toma su teléfono y me muestra la pantalla con el número de la central en ella, cubre el altavoz y me susurra—. Le daré aviso de lo que me respondan.




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