Voz, radio y desamor

4 «UNA CABINA PARA DOS»

Mientras habla, observo el movimiento de alguien en el reflejo del cristal y cuando me giro, el panorama se llena del rostro de Darío; la sonrisa se le deshace en cuanto me reconoce como esa «mujer grosera» de su programa y aprieta los labios para forzar una amable sonrisa que no me molesto en devolver. El Señor López le palmea el hombro y ríe, aliviado de la llegada del nuevo, que pasa a mi lado como si fuera yo la turista del edificio.

            —¡Eh! —Me arreglo el cabello y acomodo el cuello de la blusa antes de bordear la mesa y tomar el micrófono más cercano. 

—Esto es así —dice mi jefe—. Quieren ver cómo sería un programa producido por ambos, ver cómo se manejan. Sánchez, ¿qué tema tenía preparado para hoy?

Pongo frente a mí el celular con mis notas. Me niego a aceptar que haya algo que podamos compartir. Al ver a Darío de reojo, me percato que ni siquiera me presta atención: está demasiado ocupado con su móvil y lleva los auriculares puestos; incluso alcanzo a escuchar la canción que reproduce en ese momento. Doy una larga mirada al señor López en un último intento de que se compadezca de mí; no obstante, sé que está tan atado de manos como yo, y que no podría hacer nada aunque quisiera.

—Quería hablar del primer amor, señor.

Desvío la mirada para evitar la mueca despectiva y me debato entre eliminar o no el segundo renglón, que dice «rupturas amorosas».

—¿Qué opinas, Darío?

Observo con atención a Darío, que se encoge de hombros, todavía con la mirada clavada en el celular; al menos me da la libertad de escoger el contenido del programa, pero la sensación de aliviarme por ello me calienta la cabeza.

El señor López se da unas palmaditas en la panza y se truena los dedos; recoge sus cosas y murmura un breve adiós que me sabe a derrota, al cual trato de restarle importancia mientras me esfuerzo en pensar en que al menos algo de toda mi vida sigue siendo mío. Me giro hacia Darío, que ha dejado a un lado el celular. Ha detenido la música y ahora se limita a observarme con los ojos entrecerrados y el cuerpo recargado sobre la silla reclinable.   

—Supongo que eres la jefa. —Sus palabras se habrían escuchado amables, de no ser porque apenas lograron escapársele de entre los dientes.

—Pues sí —respondo—. Ya sabes cómo es el programa, ¿cierto? Solo trata de seguir el ritmo y estarás bien. Es más tranquilo que tu… trabajo.  

—Nunca lo he escuchado.  

Lucho contra mis emociones pasándome la mano por el cabello varias veces; Darío vigila mis movimientos como si estudiara quién es el más apto para dirigir el programa, ya que en realidad, aunque quisiera protegerlo, soy consciente de que dejará de ser mi proyecto en menos de un minuto.

—Ah, con razón. Ya entiendo varias cosas.

—Oye, Esther, ¿verdad? —Asiento. Treinta segundos—. ¿Tienes algún problema conmigo? ¿Es por lo de esta mañana?

Alzo una ceja.

—Claro, y por cómo te referiste a mí en tu estúpido programa. No tienes ni idea del día de mierda que he tenido, y ahora perdí el trabajo de mi vida por tu culpa.

Diez segundos.

Darío queda con la boca abierta, pero no dice nada más. El hombre de la cabina empieza a contar y es hasta el último momento, que él se vuelve por última vez hacia mí.

—El mundo no gira en torno a ti —dice justo antes de que la luz roja encienda.

—¡Hola, mis queridos oyentes! —Saludo. Darío se acerca al micrófono y exclama un «¡¿qué tal?!» que me interrumpe; me froto el cuello y la idea de soportar esto para siempre me crispa los nervios. Esto será más complicado de lo que pensaba—. Se preguntarán qué hace este extraño aquí con nosotros, ¿verdad? Mis amigos, ¡déjenme confesarles que no son los únicos sorprendidos! Puede que unos pocos de ustedes lo reconozcan, pero para aquellos que no, se trata de mi colega Darío, quien se quedará un par de días en la sección.

Darío suelta una risa.

—Si por unos días te refieres a todos, estás en lo cierto, Esther. Gracias por presentarme con tus amigos. Quién diría que la extraña que se atravesó en la carretera sería mi compañera de trabajo.

—¿Verdad? —Respiro hondo. Sé que intenta meterme en su juego, pero no lo logrará; estoy segura de que buscará la primera oportunidad para sacarme de en medio y volverse el rostro de la emisora.

Le doy un vistazo mientras termina de hablar: el cabello le cae en oscuras ondas hasta el cuello y parte lo lleva atado en media coleta. Tiene el aspecto de un criminal, con el brazo izquierdo lleno de tatuajes y varios piercings atravesándole las orejas y el labio inferior.

—Bueno, amigos míos, basta de introducciones. Sé que están emocionados, pero venimos a hablar de algo importante: escuché a Esther hace un rato, tiene un tema… fascinante para ustedes el día de hoy, ¿me repites cuál era?, ya se me olvidó.

—El primer amor.

Lo siguiente que escucho es una carcajada al lado mío. Noto que las mejillas se me encienden cuando pasan varios segundos y él todavía ríe; ¡está haciéndome quedar en ridículo! Intento salvar el momento al sumarme a él; sin embargo, mi voz se oye plana a su lado.




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