Voz, radio y desamor

7 «SEIS PORCIONES DE TORTA DE CHOCOLATE»

Darío está en silencio, observándome sin perderse uno solo de mis movimientos; de vez en cuando una sonrisa traiciona su serio semblante, aunque se percata siempre y no tarda en corregirlo. Más que amabilidad, parece estar cargada de burla. Me ha permitido hablar sin sus interrupciones de ayer y por instantes casi logro olvidar que está a mi lado. Así hasta que comenzó a vigilarme, sin importarle si le correspondo manteniéndole la mirada.

—¡Gracias por escucharnos una vez más! —Me despido. Apenas ha intervenido unas dos o tres veces, le he contado menos de un minuto en total.   

La luz de la bombilla roja se apaga: dejamos de estar al aire. Mientras guardo mi celular, Darío vuelve a sonreír. Esta vez sé que se trata de algo de lo que me he perdido.

—No sé qué le da tanta gracia.

Se pasa la mano por los tatuajes y apoya un codo en la mesa y su cabeza sobre el puño.

—Supongo que no. Usted está demasiado tranquila.

Sus palabras me frenan en seco. ¿Mencionará lo de Gabi? Qué bajo, incluso para él; no obstante, decido que no le daré chance a que tome la delantera y suelto veneno en cada palabra con lo único que tengo:

—No sabía que alguien como usted disfrutaría del piano.

—¿Alguien como yo? —Alza una ceja. Perfecto, su sonrisa se ha borrado—. Explíqueme cómo es ser alguien como yo.

Aprieto la mandíbula. ¿Traspasé un punto que no debía?; lo peor que podría pasar es que corra donde nuestro jefe y presente una queja… Respiro hondo y pienso en otra respuesta. Quiero creer que no haría algo como aquello, pero no me atrevo a correr el riesgo.

—¿Esther? —Darío ahora me clava sus oscuros ojos. Habla pausado, pero detecto el aliento de la amenaza en su tono—. ¿Cómo es ser alguien como yo?

—Es el último lugar en el que lo hubiera imaginado.

—Tiene usted la mente más cerrada que la de una anciana.

—¡¿Qué?!

—Y además —suelta mordaz. Eso es, basta de rodeos—, déjeme recordarle que las redes oficiales del trabajo son para el trabajo. No le diré si está bien o no salir a un bar si trabajará al día siguiente, pero ahórrese la humillación de la exposición y publique sus fotos en su perfil personal. No dañe la imagen de la radio.

Me bombardea una última vez mientras proceso lo que me acaba de decir.

»Tiene suerte de que estuviera despierto para borrar la foto.

Si quiere que le agradezca, tendrá que quedarse con las ganas; recojo mis cosas y me largo de la cabina con el rostro rojo del coraje, sin siquiera voltear a ver su reacción. 

Todavía falta una última sesión para la tarde y cuento con un par de horas libres antes de regresar; Darío, por el contrario, se ha quedado a su programa en solitario.

De camino a la cafetería me encuentro con Tatiana, que al ver que me dirijo al mismo lugar que ella, se acerca con las manos ocupadas por una botella de agua y varias fotografías.

—Esther, ya nos enteramos todos —dice. Alzo ambas cejas para que continúe: puede tratarse de cualquier cosa, en realidad—. Lo bueno es que no te despidieron.

—Ah, eso. —Respiro. Bueno, era inevitable que el resto del edificio se enterara tarde o temprano; y además, Tatiana estuvo presente cuando recibí el mensaje de Gabi. Corro una silla y ella toma asiento al lado—. Es algo temporal.

Tatiana me muestra una cálida sonrisa.

—Qué bien, cuando llegué a casa no lo podía creer.

—Ni yo.

Miro la hora en la pantalla del móvil: el programa de Darío ya debió comenzar hace diez minutos.

»Tatiana, quería agradecerte por cubrirme la otra vez.

—Está bien. —Luego añade—: Vaya día de mierda.

—Supongo —susurro. Trato de no pensar demasiado en aquello porque si le doy demasiadas vueltas, sé que me voy a quebrar ahora que no me corre el alcohol por las venas.

Abro la cámara del celular. Agradezco el silencio por parte de Tatiana, hasta Darío, al no mencionar el terrible aspecto que tengo: los párpados han hecho que mis ojos se vean de la mitad de su tamaño: traté de mejorar cómo lucían con algo de maquillaje, pero es evidente para cualquiera que se acerque a menos de dos metros. Suspiro y dejo el aparato lejos. Al menos tuve la precaución de tomarme algo para el dolor de cabeza y no he sentido los efectos de la resaca.

—Vas a superarlo, chica. No lo necesitas.

—Gracias.

Tatiana aprieta los labios, e impulsada por un sentido moral empapado de lástima, pone una mano la mía a modo de consuelo, pero no tarda en retirar el contacto. No somos las más cercanas, y es increíble que me acompañe hoy en la mesa.

—Si necesitas alguien con quien hablar…

—Gracias —respondo antes de que termine.

Estoy segura de que ha cumplido con la misión que se propuso al venir a hablar conmigo y está lista para marcharse, aunque no lo hace. Me acomodo en el asiento y reviso los mensajes nuevos: Luca no ha dejado de escribir desde anoche, pero Gabriela recién ha enviado el primero.




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