Voz, radio y desamor

8 «LUCA»

La tenue luz del atardecer que se aprecia en el exterior me recibe con la sombra que he intentado evitar desde el día anterior. Trato de camuflarme con los otros trabajadores que salen del turno de las seis, pero el gesto que hace cuando me intercepta me indica que ha estado pendiente de cada rostro desde hace un rato.  

            Admito que llegué a pensar en la posibilidad de que me persiguiera, más cuando en sus mensajes la máscara del amor se cayó y quedó ante mis ojos fragmentos de un Luca que yo detestaba con toda mi alma.

Doy media vuelta hacia el edificio, donde planeo esconderme hasta que se rinda y regrese a casa; su mano se cierra brusca sobre mi hombro y sus dedos aplastan mi clavícula. Cuando me obliga a verlo, mi nariz recibe el primer golpe del aroma del alcohol. Muerdo mis carrillos y ajusto mi cartera entre nuestros cuerpos.

—Estás borracho, Luca. —Son las primeras palabras que le digo al hombre que me ha destrozado. Me hago a un lado, pero él se atraviesa en el camino.—. Déjame pasar.

—No hasta que expliques por qué me estás ignorando. —Su voz, dura al inicio, se vuelve un susurro al terminar. Veo que alza una mano para acariciar mi mejilla, a lo que muevo el rostro para evitar su tacto. Hace un gesto. Sé que lo ha odiado—. ¿Qué te dijo esa Gabriela?

Intercepta mi segundo intento de escape y ahora mi espalda se golpe contra el muro del edificio. He perdido la esperanza de esconderme dentro. Luca apoya ambas manos en la pared, dejándome en el espacio entre sus brazos.

—Vi lo que tenía que ver. Muévete.

—¡Quieta, Esther!

El grito me paraliza y ahogo un grito.

«¿Sería capaz de lastimarme?»

Por instinto busco ayuda alrededor, pero solo hay unos pocos trabajadores demasiado lejos para escuchar la plática, y tal vez ni siquiera saben lo que sucede; considerarán que se trata de una típica pelea amorosa y no querrán inmiscuirse.

—No vayas a gritar —susurra en mi oído. El cálido aliento que me ponía la piel de gallina sigue teniendo el mismo efecto, solo que el sentimiento que me genera es distinto.

—Luca, por favor. —El miedo me traiciona y hace que mi voz salga apenas audible. Mis manos duelen y es porque me he clavado las uñas en ellas con tanta fuerza que han quedado las marcas, violáceas, en la piel—. Hablemos de esto en otro momento, así no. No estás bien.

—Hablaremos ahora, tú… ¿Qué fue lo que la perra de Gabriela te dijo?

—¡Luca!

—Ay, no puede ser, Esther.

Una mujer que camina de la mano con otra se detiene un segundo y me mira; sin embargo, el contacto visual se rompe porque Luca busca qué se ha robado mi atención y ella se pega a su compañera mientras se alejan calle abajo.

La luz de la farola que ilumina este sector dibuja pesadas sombras en el rostro de Luca, y las facciones que observo son las de un hombre que no conozco. Cada vez que abre la boca, el tufo me hace arrugar la nariz.

—Vámonos a casa.

Pienso si lo más inteligente es seguirle la cuerda o quedarme en mi sitio; tarde o temprano saldrá alguien y se dará cuenta de la extraña escena y querrá preguntar si todo está en orden. Cambio el peso de un pie a otro mientras me decido qué hacer, pero me saca de mis pensamientos el cosquilleo de la yema de los dedos de Luca sobre la curva de mi cuello.

«Está borracho», me repito. Me remuevo incómoda, lo que provoca que con ambas manos me sujete de los hombros y presione contra el suelo.

—No hagas ruido, preciosa. Solo fue un malentendido. ¿Crees que haría algo como eso?

El frío se acentúa cuando la brisa pasa por donde dejó sus labios. Quiero gritar, quiero patearlo y seguir corriendo, pero algo me ha dejado sin habla y con los pies tan pesados que soy incapaz de levantarlos del suelo. Debe malinterpretar mi respiración agitada porque escucho que se ríe y vuelve a acariciarme el cabello.

Quiero llorar.

—Déjame explicarte qué fue lo que pasó.

¿Dónde quedó el Luca que me hacía reír hasta que me dolía el abdomen? Hacía una semana o menos habría puesto las manos en el fuego por él, segura de que haría lo mismo por mí; sin embargo, la verdad era otra. Me ha arrancado de su vida tan cruel como si se tratara de maleza con su traición, y el filtro rosa con que minimizaba ciertos aspectos de él ha desaparecido.

¿Por qué me había hecho eso? Después de tanto amor, tantos años de planes juntos.

Deja un húmedo beso en mi frente, pero sus palabras se escuchan como si estuviera bajo el agua. Lucho por mantener guardadas las lágrimas y estoy a punto de tirar mi orgullo por la borda de momento y abandonar mi cuerpo para dejar la mente en otro lugar. Así al menos no me consume el repudio hacia mí misma que siento por dejarlo hacer. Me hago la promesa de que no voy a permitirlo, y sé que la cumpliré. Solo que necesito encontrar la fuerza para confrontarme a lo que él ha significado por tanto tiempo.

Sus dedos se deslizan por el contorno de mi brazo y se entrelazan con los míos. Es un tacto que reconozco como natural, pero siento que el corazón está a punto de salírseme por la boca.




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