El tiempo parecía detenerse mientras Vraxus se acercaba al edificio imponente que albergaba la casa del presidente. Ya no quedaba rastro de duda en su mente. Había llegado hasta allí con la única misión de hacer justicia, o al menos, vengarse. Aquellos que lo habían usado, que lo habían arrastrado a este infierno, estaban a punto de pagar por sus crímenes. Pero algo en el aire se sentía diferente, algo lo inquietaba. Sabía que el hecho de llegar hasta este punto, tan cerca de su objetivo, no podría ser tan fácil.
El presidente era solo un peón más en un tablero mucho mayor, y su misión era simplemente eliminarlo, aunque no era la verdadera causa de su dolor. Sin embargo, al llegar al interior de la mansión, algo le hizo dudar. La entrada estaba sorprendentemente desprotegida, y no podía evitar la sensación de estar siendo observado.
De repente, el sonido de los pasos apresurados alertó a Vraxus. Volteó hacia la puerta principal, donde dos cazarecompensas emergieron, sin duda enviados por la red para "ayudar" en su misión. Pero Vraxus sabía que algo no estaba bien. Había un plan en marcha, y él no sería el primero en caer.
Uno de los cazarecompensas, una mujer alta con un rostro impasible, se acercó a él. Su presencia era fría, calculadora. Era experta en espionaje, conocida por su habilidad para manipular a otros y pasar desapercibida. El otro, un hombre corpulento con una actitud imponente, tenía la fuerza bruta que intimidaba a cualquiera que lo mirara. Juntos, parecían una amenaza más que formidable.
"Nos han enviado a ayudarte", dijo la mujer con voz suave, pero llena de algo que Vraxus no podía identificar. "Es una misión fácil. El presidente solo es un obstáculo más."
Pero algo en sus palabras, en la forma en que sus ojos se cruzaron con los de él, le dijo a Vraxus que no todo era lo que parecía. Ellos no estaban aquí para ayudarlo. Estaban ahí para usarlo.
Vraxus sabía que debía actuar rápido. Los tres se adentraron en la mansión, enfrentándose a los guardias, derribando a todos los que se cruzaban en su camino. Sin embargo, el aire estaba cargado de tensión. Vraxus sintió que algo estaba por suceder. Cuando llegaron a la sala principal, el presidente estaba en el centro de la habitación, rodeado por un grupo de guardias. Pero en ese momento, la trampa se hizo evidente. La mujer, con una sonrisa fría, se apartó de él, y el hombre corpulento se adelantó, golpeándolo con la fuerza de un animal salvaje. “¡Es una trampa"”, pensó Vraxus al instante. Los dos cazarecompensas lo habían estado usando para llegar hasta allí, y ahora querían deshacerse de él.
El enfrentamiento fue feroz. Vraxus, herido por el golpe inicial, rápidamente se reagrupó, utilizando su astucia y su experiencia para contrarrestar sus ataques. El hombre corpulento era más fuerte, pero Vraxus era más rápido. La mujer trató de intervenir, pero su destreza no fue suficiente para contrarrestar el odio y el furor que consumían a Vraxus.
La pelea se alargó, pero Vraxus logró desarmar al hombre y, finalmente, a la mujer. A pesar de las heridas y la extenuación, su deseo de venganza lo mantenía en pie. Ambos cazarecompensas cayeron al suelo, derrotados.
Con el silencio pesado llenando la habitación, Vraxus se acercó al presidente, quien había estado observando desde su trono, su rostro imperturbable. Sin embargo, Vraxus sabía que este solo era un paso más. Había que seguir adelante. Había que llegar hasta el verdadero objetivo: el jefe, el que había orquestado todo.
Mientras se dirigía a la salida, sabiendo que había ganado la batalla, no pudo evitar preguntarse si el precio de todo lo que había hecho valdría la pena. La venganza no traería a su padre de vuelta, pero era lo único que podía hacer ahora.