Hacía mucho tiempo. En una tierra muy lejana. Existía un grupo de personas con una habilidad y característica especial. Podían volar.
¿Cómo? Te preguntarás.
Cientos de años atrás, existía un país que abarcaba la gran parte del que antes era considerado el único continente en el mundo. Era el país, no, en absoluto no lo era, sino que, era un reino. El reino de Bastián, el cual era llamado así en honor a su fundador y primer rey, John T. Bastián, también llamado "Gran Rey". No era de extrañar que esta fuera la nación más poderosa de aquel tiempo, ya que, dominaba la mayor parte del mundo conocido.
Pero, me estoy distrayendo del tema. Ellos, a los que en un principio me refería, eran un pueblo que vivía al norte. Su territorio era determinado por el hielo de las montañas. Es por eso que ellos eran de color blanco. Se decía que era el color que adquirían debido a la falta de colores en su mundo.
Cierto, aún no saben a quiénes me refiero. Hablo de los hombres ave. El único ser casi humano que podía volar. Su piel era de color blanco. Tenían alas completamente llenas de plumas. Blancas como la nieve que caía a su alrededor. Con estas, podían volar a grandes alturas, que el hombre común nunca podrá alcanzar.
Parecían personas completamente normales, con un color anormal en su piel y cabello. Después de todo, no esperarías ver a una persona que está completamente de color blanco mientras caminas en la nieve de alguna montaña.
Lo único que las diferenciaba de los humanos y otros seres vivos era su plumaje. Ver su cambio de humano a ave era algo fantástico. Era imposible que un humano no quedase atrapado ante la majestuosidad que emanaba tal acto. Aunque, a algunos le repudiaba ver eso, otros disfrutaban de lo que llamaban "Maravillas de la Naturaleza", ya que ellos no conocían a este tipo de seres.
Su aspecto era el de un humano, no había duda, pero, ellos podían cambiar. Sus alas eran desplegadas desde su espalda, las cuales brotaban rápidamente, alcanzando grandes tamaños en un tiempo relativamente corto. Eran como dos brazos que salían de su cuerpo, pero, justo cuando alcanzaban su tamaño máximo, estas se comenzaban a llenar de blancas plumas. Pero, este no era el único lugar de su cuerpo que se llenaba de ellas. También sus brazos y gran parte de su torso se llenaban de plumas, pero, estas no estaban puestas de manera grotesca, esparcidas sin el más mínimo cuidado, no, juntas, todas las plumas, ensamblaban una hermosa vestimenta para el portador.
Una corona brotaba sobre su cabeza. Era algo parecido a una tiara real. Después de todo, ellos estaban en la cima del mundo, no, no hablo de manera figurada, sino que, realmente estaban arriba, ya que podían ver el mundo desde el aire.
Sus pies no cambiaban en lo absoluto, solo la parte alta de su cuerpo sufría un cambio. No tenían una cola como es común ver en las aves de hoy en día. Tampoco tenían un pico sumamente dicho, así que eran mitad ave y mitad humano.
Solamente cuando descendían al pueblo humano en las faldas de la montaña principal de su hábitat era que cambiaban de apariencia, para no asustar a los demás. Eran una raza completamente tranquila, que no buscaba problemas en ningún lado. Pero, eso no les importaba a los humanos en lo absoluto.
Sin importar la fantástica habilidad que tenían como característica principal, tenían un claro defecto. La vida, era para ellos algo pasajero. Era algo que no tenía mucho valor, por lo que las relaciones no eran prioridad para muchos, por lo que sus números disminuían considerablemente cada año.
Era tal vez esa la razón por la cual no se veían muy a menudo.
Su mayor problema no estaba en lo que los rodeaba, ni en las personas que vivían lejos de ellos, sino ellos mismos. Veían la vida de blanco y negro. Colores que han adoptado miles de significado a lo largo de la historia. El bien y el mal. La Luz y la Oscuridad. Lo Correcto y lo Incorrecto. Etc.
Pero, eso no es lo importante aquí. No importa la definición que el ser humano le haya dado a los colores que puede observar en su entorno, siempre habrá alguien que viva de acuerdo a ellos.
Su vida era lamentable. No había felicidad en ellos. Eran un pueblo infeliz. No era una broma que solo pudiesen ver de dos colores. Más bien, podían ver en una escala de grises así que, sin importar cuán alto volasen, no les era posible contemplar el paisaje desde su lugar privilegiado.
Eso se debía principalmente a la crueldad que tiene el hombre contra los que no son de su especie. Siempre las busca poner bajo su mando, sin importarle en absoluto lo que ellos deseen. Y eso fue lo que le sucedió a este grupo. Eran cazados día y noche. No había descanso para ninguno de los dos bandos.
Sucedía en aquellos días que, uno de los hijos de los hombres se perdió en medio del bosque que rodeaba la montaña. Era una tarde de invierno y el frío iba en aumento. Sin duda moriría debido a que no llevaba ropa adecuada para el momento.
Había sido dejado a su suerte, ya que una repentina tormenta de nieve cubrió el bosque, haciendo imposible ver lo que estaba frente a uno. No había manera de que el chico pudiera sobrevivir hasta que la tormenta se calmara.
Buscó refugio rápidamente, pero no podía hacer nada ante el cambio de temperaturas que se aproximaba. Estaría muerto en menos de 15 minutos si no hacía algo al respecto. Lo único que podía hacer era esperar a que alguien lo pudiera rescatar.
Pero, en medio de la blanca nieve que se extendía en su mirada, logró ver algo que se movía. Una figura se acercaba a él. Según había oído el chico, los hombres que vivían en la montaña se alimentaban de humanos, los cuales usaban para tener un blanco pelaje. Decían que se bebían su sangre en una especie de ritual.
Era obvio que el chico se creía todas esas historias, ya que eran contadas por cazadores que se aventuraban en el lugar, los cuales a veces traían evidencia de la existencia de alguno de ellos. Los estaban cazando y los presentaban a manera de enemigos, como si los estuvieran salvando de algo que podría acabar con ellos.
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Editado: 03.04.2020