Vuelve a casa

Capítulo I

La verdad, no recordaba el principio. No sabía la razón. Apenas fue consciente de lo que había hecho cuando vio el papel frente a él con su firma debajo y la pluma en su mano. Alzó la mirada, y detrás del hombre sentado al otro lado del escritorio había una enorme pancarta engrapada a la pared.

“¡Enrólate en el ejército! ¡Sé un verdadero ciudadano de Gran Bretaña!”, decía.

—Eh… Michael Saunders —murmuró el uniformado, leyendo el documento, y luego levantó los ojos—. Listo, muchacho. Ahora podrás cumplir tu sueño de ser un héroe. —La voz del sujeto sonó agria y cargada de ironía. Mike lo miró al tiempo que le extendía su libreta de identidad—. Ahora muévete y deja pasar a los otros. ¡Siguiente!

Saunders salió del complejo acomodándose la boina y cargó sus pulmones del frío y húmedo aire que reinaba en Inglaterra cada invierno. Al exhalar, un cálido vapor le hizo cosquillas en la punta de la nariz. Observó la calle, los coches que iban y venían, y sintió cierta nostalgia. Dentro de unas semanas se despediría de ese paisaje tan habitual para quizá no volver a verlo jamás. Metió las manos en los bolsillos de su saco y hundió el rostro en la suavidad de su bufanda. Suspiró, comenzando a caminar. ¿Por qué? Al llegar tenía bien claras sus ideas, había estado la noche entera dándole vueltas al asunto y buscando la mayor cantidad de argumentos posibles para convencerse. Pero luego de firmar el papel, su mente quedó en blanco. Como si una razón, la más importante de todas, se le hubiese pasado por alto.

¿Por qué… se sentía culpable?

Pateó una pequeña piedra que había quedado en su camino con cierta molestia. Maldita Alemania, malditas las guerras y maldito todo país que se uniera a ellas. No le apetecía mucho la idea de ir y convertirse en uno de tantos peones de una partida que había iniciado un puñado de personas poderosas. Se imaginó a todos esos funcionarios y políticos congelados por el frío, corriendo de acá para allá en un intento desesperado por salvarse el pellejo y sonrió apenas. Si les quitaran las joyas y los guardaespaldas y les pusieran un arma en la mano las cosas serían muy distintas. Sin embargo, el mundo funcionaba aparentemente bien tal y como estaba, y gastaba tiempo en vano con sus ideas utópicas de una sociedad igualitaria. "Si no puedes contra ellos, úneteles" decía el dicho, ¿y quién era él para desafiar al mundo? Tan insignificante como una hormiga entre leones.

—¿Mike? —Una voz femenina lo llamó desde atrás, quitándolo de sus divagaciones, y se le comprimió el pecho al reconocer de inmediato aquella tonada suave y dulce; sin embargo, no quiso creerlo, por lo que tardó unos segundos en darse la vuelta.

Al hacerlo y encontrarse con sus ojos, el alma se le cayó a los pies.

—¡Oh, Mike! ¡Eres tú! —La joven sonrió y fue hasta él, ambas manos envolviendo la tira de su cartera—. ¡Qué coincidencia!

Saunders sonrió apenas, enfocado en tratar de procesar lo que estaba viviendo. Ella… Imposible.

—¿Qué haces aquí, Jas? —inquirió, no tan animado como debería haber sonado. Estaba feliz de verla, obviamente, sólo que el momento no podía ser menos oportuno; en su voz había rastros de nerviosismo que le fue imposible ocultar.

Y Jasmine, siempre tan perspicaz, no lo ignoró.

—Volvimos ayer a Inglaterra. —Se había puesto más seria—. Iba a mandarte una carta pero mis padres lo decidieron sobre la marcha. Las cosas se pusieron feas en Alemania, ¿sabes? Sobre todo para los extranjeros. Van de mal en peor, y pensaron que aquí sería más tranquilo.

Mientras Jasmine hablaba, Mike sentía cómo el cielo se le caía sobre los hombros lentamente, cada vez más. Tragó saliva con dificultad y pestañeó varias veces, tratando de calmarse.

—Ya veo. —El joven forzó una sonrisa muy poco convincente.

La joven rubia apretó los labios y sus manos se comprimieron un poco más alrededor de su cartera, dubitativa. Al final, tras un par de segundos, soltó el aire de golpe y clavó su mirada en el muchacho.

—Mike, estás algo extraño. ¿Pasa algo?

Saunders contempló esos ojos tan azules como un cielo despejado cargados de preocupación y algo dentro de él se deshizo. Cuando ella tuvo que irse, dos años atrás, habían decidido acabar con la relación que llevaban para no tener que cargar con compromisos absurdos. “Sólo amigos” habían dicho, pero para ninguno de los dos fue fácil. Y a pesar de que habían tenido en mente escribirse y mantener contacto, al final del día a ambos les faltó el coraje. Mike se había pasado todo ese tiempo diciéndose cada día que ya no la amaba, y si de algo habían servido sus pobres intentos de autoconvencimiento, todo se vino a pique al tenerla frente a él.

—Jas, yo… Tengo algo que decirte —murmuró, con la cabeza gacha.




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