Vuelve a casa

Capítulo II

Jasmine

Me recosté contra la columna de cemento, alzando los ojos hacia el cielo. Algunas nubes iban y venían con pereza. Estiré las piernas, sintiendo a las pequeñas, suaves y húmedas hierbas deslizarse por debajo. Pensé en que llevaba puesto el vestido que mi madre me había regalado para mi cumpleaños diecisiete, ese tan lindo de flores sobre campo blanco. Pensé en lo mucho que se mancharía. Pero no me importó. La sensación de la naturaleza acariciándome era exquisita, y no iba a renunciar a ella por algo que tenía solución. Si perdía, en cambio, este pedacito de tiempo, este pequeño fragmento de conexión con la madre tierra, no lo recuperaría jamás.

Comencé a tararear una canción, la primera que cruzó mi mente. La había escuchado un par de veces en la radio y, desde entonces, no había podido quitármela de la cabeza.

Las comparaciones son fáciles de hacer una vez que has probado la perfección. Como una manzana colgando de un árbol, tomé la más madura y aún conservo sus semillas.

Sonreí, ahora con la mirada gacha, jugando con algunas hierbas entre mis dedos. Realmente iba perfecta con el momento. A veces me aterraba el poder de las canciones de adaptarse a las realidades de las personas. Fruncí el ceño. ¿Eso significaba que mi vida era demasiado ordinaria o demasiado especial?

Quise tocar algo en el piano, pero mis piernas no se movieron. Se extendían sobre el césped en peso muerto. Busqué y encontré mil y un porqués, hasta que me di cuenta de lo mucho que me concentraba últimamente en detalles tan triviales. ¿Era para no recordar? Inútil, porque al final del día siempre lo hacía.

Como cuando mis padres me regalaron un perrito por mis dieciocho años, y recordé ese día que se me había escapado el tuyo del parque. Creí que te enfadarías conmigo… pero no lo hiciste.

O cuando a mi hermano se le cayó helado sobre el sofá. Mamá se volvió una furia cuando se enteró. Entonces pensé en cuando yo había manchado tu acolchado de batido y creí que me regañarías de la misma forma… pero no lo hiciste.

¿Y qué me dices de aquella vez en la que olvidé nuestro aniversario? ¡Es que era tan despistada! Cielos, pensé que te molestarías y te irías… pero no lo hiciste.

Hubieron muchas cosas que no hiciste, cosas que soportaste, cosas que aceptaste y amaste. Y yo fui profundamente feliz durante esos años de mi vida. Porque incluso las dificultades tenían un sentido, y jamás pensé que lo que dijera o hiciera fuera en vano. No me arrepentiría nunca. Ni del batido volcado, ni de los olvidos por distracción, ni de todos los paseos por el parque y las bromas que compartimos. Tú me enseñaste a jamás querer deshacer algo del pasado. Me enseñaste a apreciar incluso los malos momentos, y por ello te estaré eternamente agradecida.

Dios, ya estoy hablando de nuevo contigo… Siempre que creo haberlo superado, vuelvo a caer. No logro quitarme la costumbre de pensar como si estuvieses frente a mí; como si el sol volviera a arrancar destellos de tu cabello cobrizo y tus ojos destellaran al verme, y yo te viera sonreír y así fuera plenamente feliz.

Pero no.

No estás aquí.

Y ya no me siento en casa.

Volviendo a mirar al cielo, seco una lágrima que rueda por mi mejilla al tiempo que la última memoria de la repetitiva sucesión avanza.

Recuerdo el día que vino tu madre a mi puerta, con los ojos irritados y apretando un pañuelo en su mano. Entonces pensé cuando partiste a la guerra, prometiéndome que volverías… pero no lo hiciste.

—Porque reflejada en tus ojos quisiera quedarme así.

Quedarme justo así...




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