Vuelve a casa

Capítulo IV

Alzó los ojos, entrecerrándolos al recibir la luz anaranjada del ocaso. Las nubes se alineaban como en filas de espectadores hacia el este, concentrándose a medida que se acercaban al horizonte. La composición que simulaban en conjunto le recordaba a la del cartón corrugado: esponjosa, ondulada y homogénea, bañada de un cálido resplandor dorado. Las más cercanas al sol parecían prendidas fuego, y las otras, coronando el cielo sobre su cabeza, las cenizas que eran dejadas atrás. Tomó aire con fuerza y lo soltó lentamente, acomodándose la boina. Justo como lo había hecho aquel día; sólo que esta vez, en lugar de aspirar humedad y olor a carbón y gas, oxígeno puro mezclado con el aroma a flores y a montaña le llenó los pulmones. Era sencillamente magnífico. Luego de tanto tiempo volver a sentir en la sangre tu tierra, tus vientos, tu país.

Ya eran ¿dos años? desde que se había marchado. Aún recordaba vívidamente aquella tarde de invierno en la estación de trenes, las botas sobre el pedregullo, las campanas tintineando y la atmósfera impregnada del vapor que desprendían las máquinas. El aire acariciaba la punta de su nariz en forma de delicadas volutas. También recordaba los tacones, que se clavaban como agujas en sus oídos, y la voz que ya en dos ocasiones lo había tomado por sorpresa, llenándolo de sentimientos encontrados. Había decidido no decir una sola palabra sobre el asunto, partir a la guerra sin más despedida que un trozo de papel. Pero no había tenido en cuenta que esa mañana las clases de piano de Jasmine serían canceladas, que llegaría a leer la carta y lo alcanzaría en la estación, momentos antes de partir. ¿El destino, quizás? O el karma, golpeándolo y gritándole que fuera un hombre, que enfrentara a la vida e hiciera lo que debía hacerse como era correcto. Siempre había sabido que cometía un craso error al manejar el asunto de esa forma, pero sencillamente desconocía si podría soportar más despedidas. Al parecer sí podía. Y quien sea que estuviese allá arriba controlando todo había encontrado la forma idónea de demostrárselo.

No olvidaba el cabello rubio, brillante, derramado como una cascada dorada de tirabuzones sobre sus hombros. El modesto vestido gris que cortaba inteligentemente a la altura de las rodillas, mostrando ni mucho ni muy poco, con el saco encima y los zapatos de tacón a juego. El adorable gorro de lana que cubría la mitad de su frente. Sus pequeñas manos enfundadas en un par de guantes de seda. Pero, santo cielo, su expresión. Sus labios rojos entreabiertos, sus cejas ligeramente alzadas, y ese par de hermosos ojos celestes opacados por la tristeza y la preocupación. Advirtió que no había llorado y se sonrió. Había crecido tanto en el tiempo ausente que a veces le costaba reconocer en ella a Jas, su Jas, ese pequeño ángel que había llegado a su vida por casualidad y le había dado un giro de ciento ochenta grados. Apretó los labios al rememorar el día que se habían conocido, en la escuela de música a la que asistían de manera extracurricular. Era la chica nueva, la bonita pueblerina con acento raro y problemas de adaptación. Los demás solo veían en ella a un duende diminuto que no hablaba con nadie. Pero él había podido ir más allá. Le había dado la oportunidad de abrirse, de conocerla, y hasta el día de hoy seguía debatiéndose si agradecer o maldecir infinitamente aquel momento en el que decidió saludarla.

“Desprende las cicatrices de mi espalda,

ya no las necesito.

Puedes desecharlas o guardarlas en tus frascos de conserva.”

Jasmine le había enseñado a amar tanto a alguien que su propio bienestar era trasladado a un segundo plano. Le había inundado los días de felicidad y calidez. Pero también le había enseñado a temer cada vez que se marchaba, a preocuparse cada minuto que no estaba a su lado, y a sentir un vacío tan inmenso a la hora de decir adiós que dudaba si podría ser llenado algún día de no ser por ella.

”Espérame, Jas. Volveré. Y cuando lo haga jamás me iré de nuevo, lo prometo”.

Era verdad. Allí estaba. Pero ¿habría sido capaz de esperarlo tanto tiempo? Vio a lo lejos la tan nostálgica casa de campo y una ansiedad voraz lo consumió. Sonriente, apresuró el paso.

“He vuelto a casa.”

(&)

Sosteniendo la cadena en el aire, el pequeño llamador de ángeles que Jasmine llevaba día tras día colgado al cuello se meció suspendido durante varios segundos, girando en direcciones contrarias dependiendo del viento. Sonrió al recordar el día que se lo habían regalado, cuando había perdido su collar anterior no sabía dónde y no existía consuelo que la hiciera sentir mejor. Entonces Mike había llegado a la sala de Lenguaje musical con una pequeña caja roja entre manos y se había arrodillado junto a su pupitre frente a todos. Jas, ruborizada, le preguntó en un siseo que qué estaba haciendo.




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