Siempre me pregunté cómo empezó todo. No el final, no el caos. El principio.
Conocí a Tom una tarde de octubre, en una biblioteca antigua que olía a papel mojado y promesas viejas. Me pidió una pluma, sin saber que yo no sabía prestar nada sin perder algo a cambio. Me sonrió como si ya me conociera. Yo, como si hubiera esperado años por ese gesto.
Nos enamoramos rápido. Tan rápido como caen las hojas. Y como ellas, también nos fuimos secando. Había una tormenta formándose detrás del espejo, pero yo no la vi venir. O no quise.
Y entonces llegó Aeren.
No apareció. Se infiltró. En sueños primero. Después, en ausencias. En olvidos. Fue él quien abrió la grieta. Pero no fue él quien empujó. Fue el Eco. Fue mi madre. Fui yo.
Nunca supe cómo lo hizo exactamente. Cómo logró llevarse a Tom, borrarlo de todos lados menos del fondo de mi alma. Aeren decía que no era maldad. Que era necesidad. Que sin eliminar el amor anterior, no había espacio para él. Yo era el recipiente. Él, el que vertía.
Nunca le creí del todo. Pero parte de mí lo comprendía. Porque yo también quise a veces arrancarme lo viejo para empezar de nuevo. Solo que el amor no funciona así. Las raíces no se cortan: se retuercen.
Tampoco entendí jamás por qué mi madre eligió a mi padre como sacrificio. Decía que era el único modo de cerrarle la puerta al Eco. Que el equilibrio pedía sangre. Pero yo me pregunto si en el fondo, no fue otra forma de huir. Ella siempre eligió lo imposible antes que enfrentar lo real. Tal vez por eso me dejó ese cuaderno. Como una brújula sin norte.
Cuando volví a casa, después de todo, mi tía ya había muerto. No hubo cartas. No hubo advertencias. Solo una ausencia seca, sin perfume. Su habitación olía a lavanda y soledad. La foto que tenía de mí ya no tenía marco. Como si incluso su memoria se hubiese rendido.
Y la mujer que visité creyendo que era la madre de Aeren… era la madre de Tom.
Yo estuve en su velorio. En el de Tom. Estuve con ella. Me dijo palabras que no recuerdo del todo. Pero ahora sé por qué no lo recuerdo: porque quien asistió a ese velorio no fui yo. No del todo. Fue la parte mía que aún amaba a Tom. La parte que no había sido tocada por Aeren.
Y esa versión de mí misma... se quedó allí, llorando.Yo no.Por eso muchas veces confundí las escenas y no me reconocí a mi misma en las fotos, la parte mía que acompañaba a los padres de Tom no era la misma que estaba con Aeren.
Yo seguí adelante. Con Tom. Volvimos a intentarlo. Con cicatrices. Con preguntas. Con noches sin respuestas. A veces nos abrazamos como si intentáramos recordar cómo era amar sin miedo.
Pero todas las noches sueño con Aeren.
No con el que me mintió.
Sino con el que me miró, al final, como si yo hubiera sido su único refugio.
En mis sueños me dice que aún está buscando una forma de volver a ser algo, que camina entre ruinas, que intenta materializarse, que quiere volver a mí. No como sombra. No como ilusión.
Sino real.
Y yo no sé si quiero eso.
No sé si podría resistirlo otra vez.
Porque aunque estoy con Tom, aunque su mano es tibia, aunque su voz me dice "estoy aquí" cuando despierto gritando, una parte de mí sigue esperándolo. A Aeren.
A aquel que me robó para salvarme.
Al que fue capaz de destruirme solo para tener un instante.
Y a veces, me pregunto...
¿Y si ese amor también era verdad?
¿Y si, en el fondo, yo también quise que me eligiera?
Porque hay amores que te sanan.
Y hay otros que te reclaman, aunque ya no exista un cuerpo donde habitar.
Yo sigo escribiendo en el cuaderno quemado de mi madre.
Y en la tapa, bajo su letra, he escrito algo mío:
"El amor también puede dividir."
Y yo… aún no sé cuál mitad soy. Porque sigo extrañando a Aeren, en ocasiones olvido que lo amo por robarle la vida a Tom, pero al estar cerca de Tom me doy cuenta que nunca sera Aeren.