CAPITULO 2
LAS GEMELAS
H se acerca y dice con su misma seriedad:
—Veo que el rumor de la armadura se ha propagado muy rápido.
Una de las gemelas responde de forma educada:
—Más rápido de lo que te puedes imaginar. Perdón por nuestros modales, mi nombre es Juana y esta señorita que sostiene la cabeza del rey es Ana. Sabemos que tú eres el monstruo más poderoso del continente, por eso estamos aquí.
—¿Ana y Juana? Déjenme adivinar, su madre no las quería —dice H con su misma voz inexpresiva.
Juana frunce el ceño pero se calma al instante:
—¿Acaso crees que caeremos en tácticas de provocaciones tan estúpidas? No nos subestimes.
H pregunta qué es lo que quieren, a lo que Juana contesta:
—Queremos que te unas a nosotras. Juntos, los tres usaremos la armadura de diamante para dominar el continente, someter a todos los monstruos y erradicar a todos los humanos.
Mientras tanto, Ana se nota decepcionada, ya que H no parece ser lo que las leyendas cuentan.
H rechaza la oferta debido a que para él no hay sentido en gobernar naciones o erradicar razas.
H voltea hacia Ana y se lanza al ataque. Juana usa runas de hielo contra H, disparando lanzas de hielo, pero H, con su campo de protección, logra librarse.
Mientras tanto, Ana usa runas de roca, que incrementan su fuerza hasta triplicarla, y logra atinarle un golpe a H en la cara.
H la toma del brazo, le quita el mapa y, con la fuerza de su mano, le rompe el brazo a Ana. Esta grita de dolor, pero saca una runa relámpago grande y, sin que H pueda reaccionar, la activa a pocos centímetros de su pecho, apuntando al corazón.
Un estruendo se escucha por todo Leknes. El rayo es tan potente que aturde a las gemelas, pero H cae al suelo sin mostrar ningún signo vital.
Las gemelas, aturdidas, huyen. Sus saltos son sobrehumanos; pueden recorrer hasta cien metros de un solo salto y alcanzar alturas impensables.
Mientras esto pasa, la primera caballería de Leknes ha llegado hasta donde están W, Sara y May inconscientes. Afortunadamente, con ellos van sanadoras.
Las sanadoras curan a los tres y estos recuperan la conciencia.
Sara, al ver a su padre, corre a abrazarlo:
—Papá, gracias a Dios que estás bien, pensé lo peor —dice Sara, casi llorando de felicidad.
El mariscal Enquist está contento de que todos estén bien, pero dice que esto no ha terminado y que deben ir al castillo para proteger al rey de H.
Mientras todos corren al castillo, se escucha el estruendo del rayo que le ha sido lanzado a H.
Minutos después, llegan todos a la escena y lo único que ven es a H tirado en el suelo y decenas de cadáveres rodeándolo.
W corre hacia el cuerpo de H, mostrando preocupación y tristeza. Al revisar sus signos vitales, se percata de que este todavía sigue vivo, pero le quedan pocos instantes de vida.
W pide a las sanadoras que curen a H. Estas se ven muy cansadas, ya que han curado a toda la caballería de Enquist.
El mariscal Enquist ordena a las sanadoras curar a H, comentando que necesitan saber lo que les pasó a los guardias del palacio y al rey.
Las sanadoras forman un círculo alrededor de H, estiran sus manos apuntando a él. Los ojos de las sanadoras comienzan a brillar de color azul y entonces un haz de luz viaja desde sus corazones hacia sus manos. Sus palmas se iluminan y esta luz toma forma de esfera y sale disparada hacia H.
Las veinte sanadoras lanzan su energía curativa hacia H sin parar durante varios segundos y, una por una, comienzan a caer desmayadas por agotamiento.
Al ser H un monstruo tan poderoso, requiere de una gran cantidad de energía.
Diecinueve caen desmayadas, mientras que la última se acerca a H y le toca la frente para ver su estado. Les dice a los demás que ya está fuera de peligro y que solo tiene que descansar. Seguido a esto, la sanadora cae al suelo desmayada.
Cinco días han pasado desde la llegada de H, y este se encuentra dormido en la casa de W. La casa, una estructura robusta de madera y piedra, está rodeada de guardias que custodian a H, vigilando cada rincón con ojos atentos.
H despierta, y los guardias que se encuentran en el cuarto adoptan posiciones defensivas, sus manos firmemente sobre las empuñaduras de sus espadas. W entra al cuarto y, con una voz calmada pero autoritaria, tranquiliza a los guardias.
El mariscal Enquist llega junto con May y Sara, sus rostros reflejando una mezcla de preocupación y determinación. Comienzan a hacer preguntas:
—¿Quién mató a los guardias del palacio? ¿Quién mató al rey? ¿Quién intentó matarte?
H, con movimientos lentos y calculados, se levanta de la cama y responde:
—La respuesta para esas tres preguntas es la misma. Fueron unas gemelas híbridas, mitad brujas y mitad humanas.
May, mostrando un poco de miedo y curiosidad, pregunta:
—¿Cómo sabes que eran híbridas? ¿Sabes sus nombres?
H, mientras se pone su camisa, contesta:
—Por su olor, es igual al tuyo. En cuanto a sus nombres, eran Ana y Juana.
W, con una expresión seria y algo enojada, pregunta:
—¿Por qué ahora sí tienes ganas de dialogar?
H lo mira de reojo y luego vuelve la vista hacia él antes de responder:
—¿Quieren información? Ellas han robado el mapa hacia la armadura de diamante, que las hará inmortales, y su objetivo es eliminar a los humanos y someter a los monstruos.
Todos en la habitación quedan helados al escuchar eso. H continúa hablando:
—Solo vine aquí a destruir el mapa, pero ahora esa ya no es una opción.
H muestra un tatuaje en su muñeca derecha. Es un símbolo de espada de aproximadamente dos centímetros que comienza a brillar. El tatuaje desaparece y, frente a H, aparece una espada que cae y se clava en el suelo con un sonido metálico.
H les explica:
—Esta espada está hecha con el mismo diamante de la armadura y, en teoría, es la única capaz de destruirla.