CAPITULO 3
EL INICIO DEL VIAJE
El sol está a pocas horas de esconderse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras. W empaca sus cosas para el viaje, un viaje del que no sabe si volverá. La ansiedad lo invade mientras guarda cinco camisas y cinco pantalones en su mochila. Sus manos tiemblan ligeramente al doblar cada prenda, y su mente está llena de pensamientos inquietantes.
Cuando va a guardar un par extra de zapatos, los deja sobre su cama.
—Es cierto, los monstruos pueden andar descalzos hasta en el fuego —piensa W, haciendo una pequeña mueca de sonrisa, pero en su cara se nota la gran tormenta en su interior.
Mira alrededor de su habitación, cada rincón lleno de recuerdos de un siglo de vida en ese lugar. La familiaridad de su entorno contrasta con la incertidumbre de su futuro.
Se quita los zapatos y los pone junto al otro par en su cama. Da un suspiro profundo, tratando de calmar su mente, pero el nudo en su estómago solo se aprieta más. Sale de su cuarto, sintiendo el peso de la incertidumbre en cada paso.
Comienza a buscar a May para despedirse, pero no la encuentra en el segundo piso. Mientras baja las escaleras, la ve con una gran mochila al hombro.
—¿Qué crees que estás haciendo? Tú te quedas aquí, es demasiado peligroso para ti —dice W con una voz llena de autoridad, aunque su tono traiciona su preocupación.
May se ríe, una risa que resuena en el pasillo:
—Ese papel ni tú mismo te lo crees. Ya sé que esta misión es peligrosa, por eso iré. Alguien debe cuidarte mientras entrenas con la espada de diamante y, además, en tu estado actual, yo soy mucho más fuerte que tú.
Luego de decirle eso, May sale a la calle y grita:
—¿Vienes o te quedas?
W se queda sorprendido. Ya ha visto a May enojada muchas veces, pero nunca la ha visto así de determinada.
Antes de salir, W se despide de la casa que lo ha acogido por un siglo. Se detiene en la puerta, mirando una última vez las paredes que han sido testigos de su vida. Se promete a sí mismo que volverá pase lo que pase, sintiendo una punzada de miedo y nostalgia. En ese momento, los recuerdos de la construcción de la casa inundan su mente.
Recuerda el día en que colocaron la primera piedra, la emoción y el orgullo que sintió al ver cómo su hogar comenzaba a tomar forma. Recuerda a los trabajadores, sus risas y conversaciones mientras levantaban las paredes de piedra y madera. Puede casi oír el sonido de los martillos y el crujido de la madera bajo el peso de los clavos.
Cuando W y May caminan hacia la puerta de la ciudad, pueden ver que los ciudadanos de Leknes han retomado sus vidas normales y están reparando las casas que han sido dañadas. El bullicio de la reconstrucción llena el aire, mezclado con el aroma de la madera recién cortada y el polvo de las piedras. W observa todo esto con una mezcla de tristeza y determinación, consciente de que su partida es necesaria para proteger todo lo que conoce y ama.
Al llegar a la entrada de Leknes, se topan con un ejército de más de quinientos soldados montando jabalíes, rinocerontes, cebras, alces y otros animales. El mariscal Enquist los mira y se acerca a hablar con ellos.
May pregunta por qué hay tantos soldados.
A lo que el mariscal contesta:
—El príncipe heredero de Leknes ha ordenado que se advierta a las demás ciudades de la península de Yucatán acerca del peligro de las gemelas.
Esto hace recordar a W la gran importancia de su misión. Se despide del mariscal con un abrazo, sintiendo el peso de la responsabilidad aumentar con cada paso que da hacia el exterior de la ciudad. May lo alcanza y, detrás de ellos, sale Sara montando su rinoceronte.
—¿De verdad creías que te iba a dejar ir solo? —dice Sara, levantando una ceja.
W, intentando convencerla de que se quede, le dice:
—Sara, por favor, quédate. Este viaje es muy peligroso y no podré protegerte si pasa algo.
Sara se baja de su rinoceronte y abraza a W, diciéndole:
—Solo necesito que te protejas a ti mismo. Yo puedo defenderme sola. Además, si vamos en Kiki, llegaremos más rápido.
May se ríe burlándose del nombre:
—¿De verdad tu rinoceronte se llama Kiki?
Sara ignora las burlas de May y se sube a Kiki, la imponente rinoceronte con piel grisácea y cuernos afilados. Extiende su mano, fuerte y decidida, hacia W, invitándolo a unirse a ella.
W duda unos instantes. Su corazón late con fuerza, una mezcla de miedo y esperanza. Siente un nudo en el estómago al pensar en la posibilidad de perder a Sara, pero decide confiar en ella y en su propio coraje. Toma su mano y se sube a Kiki, sintiendo la calidez y la seguridad que ella le transmite.
Los tres se acomodan en el lomo de Kiki, y Sara, con una mirada determinada, pregunta: "¿A dónde debemos ir primero?" W, con una voz firme pero serena, responde: "Debemos ir a Trieste por un mapa de la península de Yucatán. Los mapas de Leknes no están tan actualizados. Además, necesitamos conseguir runas para May y armaduras mágicas para todos."
Así comienzan su viaje, cabalgando a Kiki, la rinoceronte, mientras los últimos rayos del sol pintan el cielo de tonos anaranjados y dorados.
Mientras tanto, H, después de dejar la casa de W, avanza rápidamente hacia su destino. Sus pasos son largos y poderosos, y con cada salto gigantesco, el paisaje cambia a su alrededor. Llega a una montaña imponente, cuya cima parece tocar el cielo. Con un movimiento casi casual, mueve una roca de varias toneladas, revelando la entrada a una cueva oculta.
La cueva está envuelta en una oscuridad profunda y misteriosa. H toma una espada vieja que yace en la entrada, cubierta de polvo y telarañas. Con un movimiento horizontal, libera una oleada de fuego que se propaga como un torrente incandescente. Las llamas se extienden rápidamente, encendiendo decenas de velas y antorchas que yacen en la penumbra de la cueva, llenando el espacio con una luz ardiente y vibrante.