CAPITULO 7
PURIFICACIÓN
Minutos han pasado desde que las gemelas han salido de la pirámide maya. La estructura, imponente y antigua, se yergue en medio de la selva, rodeada de un muro cubierto de enredaderas y musgo. El aire está cargado de humedad y el canto de los pájaros nocturnos resuena en la oscuridad.
El líder manda a llamar a sus cuatro hijos.
Primero llega Urney, el primogénito y el más fuerte, un hombre de aproximadamente treinta años, musculoso y con cicatrices de batalla por todo su cuerpo, de piel negra como su padre. Sus ojos reflejan una mezcla de orgullo y dureza, fruto de años de combates y sacrificios.
Después de Urney llega Óscar, el segundo. Es menos musculoso que su hermano, con una apariencia de unos veintiocho o veintinueve años. No tiene cicatrices de batalla, pero le falta un ojo, lo que le da un aire de misterio y peligro. Su mirada es fría y calculadora.
Luego llega Imar, que no aparenta más de veinticinco años. Tiene rasgos indígenas pero mide casi lo mismo que su padre. Se ve delgado, pero en sus manos lleva un mazo de guerra de aproximadamente cien libras y lo sostiene como si no pesara nada. Sus ojos, oscuros y profundos, muestran una determinación inquebrantable.
Por último, llega Elmer, un hombre de aproximadamente veintidós años, delgado, midiendo un metro con noventa, rubio, de ojos azules y uñas negras. Su apariencia contrasta con la de sus hermanos, y sus ojos azules brillan con una mezcla de arrogancia y curiosidad.
El líder se para frente a ellos y, como si de un discurso se tratara, comienza a hablar:
—Las gemelas mataron a H. Eso significa que ya podemos comenzar con nuestro plan de purificar la península y luego todo Centroamérica.
Elmer lo interrumpe, escéptico:
—¿De verdad crees que ese par de híbridas lo han matado? Hemos intentado matarlo durante años y nosotros somos infinitamente más fuertes que ellas.
El líder camina lentamente hacia Elmer y, de una cachetada, lo deja en el suelo. El sonido resuena en la sala, y un silencio tenso se apodera del ambiente.
—¿Qué les he dicho acerca de interrumpirme? —dice el líder, muy enojado.
Elmer se levanta y todos agachan la cabeza, sintiendo la humillación y el miedo.
El líder continúa hablando, recuperando su tono de discurso:
—Aunque ustedes estén escépticos, ya lo confirmé con los espías que había enviado a vigilarlas. Ellas usaron una runa relámpago directo en su pecho y él cayó muerto al suelo. Los guardias se llevaron el cadáver. Lo que sigue ahora que él ya no nos estorba es iniciar la purificación. Enviaremos a nuestros siervos a cada reino de la península y luego a todos los reinos de Centroamérica. Así purificaremos todo el continente y no quedará ningún monstruo que ensucie nuestro sagrado mundo.
Los cuatro hijos del líder salen del cuarto y se van a preparar para la purificación, sus corazones llenos de una mezcla de temor y determinación.
En cuestión de horas, todos los miembros del culto alistan sus armas y marchan hacia las ciudades cercanas. La selva, normalmente tranquila, se llena del sonido de los pasos y los murmullos de los soldados.
Desde la pirámide despegan los jinetes, miembros del culto que montan murciélagos gigantes, o más bien vampiros en su forma de animal espiritual. El batir de las alas resuena en la noche, creando una atmósfera de terror.
El culto comienza a eliminar a los monstruos solitarios que están en los caminos. Los gritos de las víctimas se mezclan con el canto de los insectos nocturnos, creando una sinfonía macabra.
Cuando llegan a los pueblos, los soldados del culto comienzan a matar a todos los guardias y a sus respectivos líderes. La sangre corre por las calles empedradas, y el olor a muerte impregna el aire.
Después de unas horas, comienzan a llegar a las ciudades cercanas.
Los soldados del culto marchan cantando en adoración al líder. Todos los soldados portan bastones delgados que en la cima tienen miel tan dura como la piedra.
Cuando apuntan a un objetivo con su bastón, de él sale una luz blanca que, al impactar con un monstruo, elimina todo rastro de energía, dejándolo sin fuerzas para mantenerse despierto.
Pero al impactar contra runas de protección, como las que hay en las paredes y puertas de los reinos, estas runas explotan, dejando pasar a los soldados del culto.
Cuando encuentran resistencia de los civiles de los pueblos, aldeas y ciudades, matan a todo aquel humano que les intenta hacer frente. Los gritos de los moribundos resuenan en el aire, llenando de horror a los sobrevivientes.
Todos los humanos tienen que arrodillarse ante ellos para no ser eliminados. El miedo y la desesperación se reflejan en sus rostros.
Ni siquiera los reinos más grandes tienen tantos soldados como el culto.
Mientras tanto, el líder ha salido de la pirámide descalzo. Su siervo más fiel se arrodilla ante él y le entrega un par de zapatos hechos de un fino cuero.
El siervo dice que unos pies tan puros no deben ser lastimados por la tierra.
El líder se pone los zapatos y su hijo se acerca a hablarle.
—Padre —dice Imar con una voz llena de respeto—, mis hermanos ya han emprendido su viaje, pero no encuentro a Athos por ninguna parte.
El líder se acerca a él y le dice con total indiferencia:
—El inútil de Athos ha muerto. Tanto quiso complacerme que lo envié a matar a H hace meses, y por lo que supe, murió al recibir tantos golpes. Me alegro de ya no tener a esa escoria como hijo.
Imar se entristece y agacha la cabeza, limitándose a decir:
—Entiendo, padre. Me dirigiré a Trieste como me lo habías ordenado para comandar la purificación.
El líder se voltea y sin decir nada se va.
Después de unas horas, Imar llega a Aso, un pueblo en las lejanías de Trieste que es usado como centro de operaciones del culto en la región. El pueblo, rodeado de densos bosques, tiene un aire de abandono y desolación.