CAPÍTULO 18
DÍA CALUROSO
W despierta al sentir los cálidos rayos del sol en su rostro.
Al voltear la mirada, ve a Jeffrey y May cocinando el desayuno.
—Sinceramente creí que iban a despertar gritando como de costumbre —dice May con una sonrisa sarcástica.
—¿Que no es muy temprano para tus chistes sin gracia? —le contesta W, devolviendo la sonrisa y el sarcasmo.
May revisa el mapa para calcular cuánto tiempo les falta para llegar al puerto de Cancún. Al analizarlo bien, se alegra y les informa que solo les quedan un par de horas de camino.
—Gracias a Dios superamos lo más peligroso —dice Jeffrey con alegría en su voz.
May y W se extrañan ante tales palabras, a lo que Jeffrey responde con una leve risa.
—Que me hayan transformado en vampiro no me quita lo católico —agacha la mirada y añade con un tono más serio—. Dios es la razón por la que dejé de tomar y lo que me impulsa a seguir adelante.
—Es poco común, solo eso te diré —dice May, dándole unas palmadas en la espalda.
Pero W comienza a hundirse en sus pensamientos.
Su expresión cambia y ahora parece ansioso. Su mente se llena de dudas: **¿Y si no me vuelvo lo suficientemente fuerte?** Se pone las manos en la cabeza y su visión comienza a nublarse. A lo lejos, escucha la voz de sus amigos con un eco inentendible.
Pero todo se despeja cuando Jeffrey le pone la mano en el hombro.
—W, ¿estás bien? —pregunta con una leve preocupación.
—Sí... sí... sí, estoy... bien —responde W, suspirando.
Después de eso, desayunan y se ponen en marcha.
Mientras avanzan, el paisaje comienza a cambiar. Los árboles se hacen menos densos y el calor se vuelve más intenso con cada paso. May, con el mapa en mano, guía el camino, aunque no deja de hacer comentarios sarcásticos sobre lo **"eficiente"** que es viajar bajo el sol abrasador.
—¿Por qué no llegamos saltando como ayer? —pregunta May con un suspiro exagerado, limpiándose el sudor de la frente—. Este calor es inhumano.
W la mira con una mezcla de paciencia y seriedad.
—Caminando llamaremos menos la atención. Si llegamos al puerto saltando decenas de metros, podríamos terminar rodeados antes de siquiera saberlo —responde con un tono firme.
Jeffrey suelta una breve risa mientras observa a W.
—Eso es bastante sensato, viniendo de ti —dice en tono burlón, aunque con cierto respeto implícito.
May resopla y gira los ojos, pero no puede evitar sonreír un poco. Aunque no le gusta admitirlo, W tiene razón.
El calor se vuelve insoportable, y el grupo decide detenerse a descansar bajo la sombra de una majestuosa ceiba, un árbol emblemático y sagrado en la región maya. Sus enormes ramas y hojas crean un refugio fresco, alejándolos temporalmente del intenso sol del mediodía.
W se sienta en la base del tronco rugoso, mirando a Jeffrey, quien limpia cuidadosamente el sudor de su frente.
—Jeffrey, ¿cuánto tiempo llevas sin tomar alcohol? —pregunta W, rompiendo el silencio con una mezcla de curiosidad y respeto.
Jeffrey deja escapar un suspiro antes de responder.
—Más de ochenta años —dice, su voz sonando serena, pero con una sombra de melancolía en su tono.
May, intrigada, se acerca un poco más, sentándose con las piernas cruzadas frente a él.
—¿Y cuál fue la razón? —pregunta con franqueza, aunque cuidando que su voz suene más curiosa que crítica.
Jeffrey mira el horizonte por un momento antes de hablar, como si estuviera reuniendo fuerzas para revivir los recuerdos.
—Hace mucho tiempo, me enamoré de una humana... Era militar, igual que Sara. Éramos parte del mismo batallón. Durante una misión cerca de Navidad, fuimos atacados por H. Yo... —hace una pausa, tragando saliva— yo había bebido demasiado la noche anterior. Era Navidad, y pensé que tenía derecho a celebrarlo. Pero ese error me costó caro.
Se detiene por un momento, sus ojos ahora fijos en el suelo.
—Cuando atacaron, no fui lo suficientemente rápido. Estaba tan afectado por el alcohol que no pude salvarlos... Vi con mis propios ojos cómo H mató a mi novia. Usó la misma espada con la que ella trató de defenderse y la partió en dos, frente a mí.
Jeffrey aprieta los puños y su voz tiembla al intentar continuar. W lo observa con preocupación y habla con suavidad.
—Jeffrey, no tienes que seguir si no quieres... —dice W, tratando de aliviar el peso emocional del recuerdo.
Jeffrey niega con la cabeza, mirando a W con determinación en los ojos.
—No, está bien. Necesito sacarlo —responde, tomando aire profundamente antes de continuar—. Intenté vengarme, claro que lo intenté, pero H me mandó a volar con un solo golpe. Quedé inconsciente y, cuando desperté, mi batallón entero había sido masacrado. Yo era el único que seguía con vida... porque soy un monstruo.
May lo observa en silencio, sus ojos reflejando una mezcla de empatía y tristeza. Jeffrey suelta un suspiro más pesado, pero continúa.
—Después de eso, intenté buscarlo, intenté vengarme... pero nunca volví a ver a H. Estaba lleno de ira, de culpa. Fue entonces cuando un sacerdote se acercó a mí. Todos los días me invitaba a misa, pero siempre lo rechazaba. Hasta que una Navidad decidí ir... Fue un proceso largo, muy largo, pero poco a poco recuperé la fe que había perdido. Y dejé atrás todo lo que me atormentaba.
El grupo guarda silencio. W observa a Jeffrey con una nueva comprensión, mientras May, sin decir una palabra, posa una mano en el hombro de Jeffrey, ofreciendo un pequeño gesto de apoyo.
Después de un rato bajo la sombra de la ceiba, cuando el grupo comienza a prepararse para seguir su camino, un sonido inquietante rompe el silencio.
El crujir de ramas y pasos acompasados hace que todos se tensen. De entre la espesura emergen figuras imponentes: **guerreros mayas**, cubiertos de armaduras de oro que brillan con la luz del sol, con ojos rojos que arden como brasas.