W Y H. La Guerra Comienza

CAPITULO 19 CAMBIO DE COLOR

CAPÍTULO 19
CAMBIO DE COLOR

W se lanza sobre sus enemigos con una furia desbordante y una sed de sangre que parece consumirlo por completo. Sus movimientos son un torbellino, veloces y precisos. Cada golpe de su espada de diamante ruge en el aire, mezclando el chillido del acero y el impacto seco de los cuerpos que caen.

A su alrededor, las espadas enemigas se desintegran al primer contacto con su arma, como si fueran de vidrio frágil. El aire se impregna del olor metálico de la sangre y del polvo levantado por la batalla. Las palabras "no perderé el control" resuenan en su mente con un eco insistente, como un ruego desesperado.

Jeffrey y May, debilitados en el suelo, solo observan con horror. Los sonidos húmedos del acero al atravesar la carne llenan el ambiente, mientras la escena de carnicería frente a ellos deja una impresión imborrable. La ira de W brilla en sus ojos, un azul celeste casi sobrenatural que contrasta con las manchas de sangre en su rostro y manos.

Cuando el último enemigo cae, un silencio pesado llena el aire, roto únicamente por los jadeos de W. Con la espada de diamante aún en mano, comienza a caminar lentamente hacia Jeffrey y May. Sus ojos arden con una intensidad peligrosa, y cada paso que da hace crujir el suelo bajo su peso. Jeffrey intenta incorporarse, pero el agotamiento lo retiene. May, con el rostro pálido y las manos temblorosas, alza la vista hacia W. Sus ojos, cargados de miedo, se encuentran con los de él.

W se detiene en seco, como si algo lo golpeara desde dentro. Su respiración se vuelve irregular y, con la mano izquierda, se sujeta la cabeza, como si estuviera tratando de contener un dolor insoportable. Un gemido bajo escapa de sus labios mientras retrocede unos pasos. Cuando retira la mano de su cara, su ojo derecho ha cambiado: ahora brilla con un color blanco cristalizado y su textura refleja una superficie fracturada, como la de un diamante.

—¿May? —murmura W, su voz temblorosa y cargada de una mezcla de miedo y confusión.

De repente, cae de rodillas, como si una fuerza invisible colocara un peso inmenso sobre sus hombros. La espada de diamante, aún en su mano, comienza a transformarse. Desde el mango hasta la mitad de la hoja, el azul cian se desvanece, dando lugar a un blanco cristalino que pulsa con una energía silenciosa pero imponente.

Con un esfuerzo monumental, W se levanta. Sus movimientos son torpes, pero su expresión revela que ha recuperado el control. Se dirige hacia sus compañeros, extendiendo una mano para ayudarles a levantarse. May, aliviada hasta las lágrimas, lo abraza con fuerza, sus brazos temblando pero llenos de gratitud.

—Estás bien... —susurra con una mezcla de incredulidad y felicidad.

Jeffrey, aún jadeando, le da unas palmadas en la espalda con una sonrisa cansada.

—Eso fue... algo. Pero parece que tenemos al viejo W de vuelta —dice, intentando aligerar el ambiente.

Sin darles tiempo para recuperar el aliento, los cuerpos de los enemigos masacrados comienzan a moverse. El sonido seco de los huesos al reacomodarse y el crujido de la carne regenerándose llenan el aire, helando la sangre de W, May y Jeffrey. Uno a uno, los guerreros se levantan, sus ojos rojos ahora brillando con una intensidad aún más feroz.

De repente, como si compartieran una única conciencia, todos comienzan a hablar al unísono con una voz grave y resonante. Sus palabras parecen vibrar en el aire, cargadas de un poder antiguo y amenazante.

—Han demostrado no ser simples bandidos o aventureros que buscan problemas. La espada que ese hechicero lleva ha decidido que eres mentalmente capaz de usarla, aunque no en su totalidad.

La voz se apaga, dejando un silencio abrumador que se siente como un peso físico. El viento, antes constante, ahora se detiene, como si el mundo mismo contuviera la respiración.

W aprieta la empuñadura de su espada, su mirada recorriendo los cuerpos reanimados con una mezcla de incredulidad y tensión. Su respiración se acelera, pero intenta mantener la calma. Jeffrey intercambia miradas rápidas con May, ambos procesando las palabras con dificultad. Jeffrey, aún jadeando por el esfuerzo, se limpia la frente mientras May, con el arco en mano, parece debatirse entre correr o disparar.

Los guerreros, ahora completamente erguidos, vuelven a hablar en esa inquietante voz unificada, resonante y fría.

—Sígannos —dicen, mientras comienzan a caminar en sincronía, dirigiéndose hacia la espesura del bosque. Sus pasos son firmes y rítmicos, como un tambor que marca el tiempo de una marcha fúnebre. El sonido del crujir de las hojas secas bajo sus pies se mezcla con el silencio opresivo que ha cubierto el lugar.

El grupo se queda inmóvil, observándolos con una mezcla de incredulidad y desconfianza. W da un paso al frente, sus ojos fijos en los guerreros que desaparecen lentamente entre los árboles.

—Debemos seguirlos —dice con firmeza, su voz cargada de determinación. Sus manos aún tiemblan, pero su mirada no vacila—. Saben algo sobre esta espada. Esto podría ser clave.

May lo detiene al instante, poniéndose delante de él con los brazos cruzados y una expresión de incredulidad.

—¿Seguirlos? ¿A esos psicópatas que intentaron matarnos hace un minuto? —pregunta, su tono agudo y lleno de sarcasmo, aunque claramente enmascara su preocupación—. Claro, W, ¿por qué no les pedimos amablemente que nos den un tour? Estoy segura de que no hay ninguna trampa.

Jeffrey, normalmente el mediador del grupo, se queda en silencio. Sus ojos recorren el suelo, y su frente se frunce en una expresión de pura frustración. Por primera vez en décadas, no se le ocurre nada estratégico. Su experiencia militar le dice que esto es una pésima idea, pero el peso de la incertidumbre y el cansancio le impiden pensar con claridad.

—No sé... —dice al fin, en voz baja, casi como si se odiara a sí mismo por no tener una solución—. No sé qué hacer.




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