CAPÍTULO 23
CAMBIO DE DIRECCIÓN
Oliver y Sara regresan a la carreta, su ropa aún marcada por las manchas de sangre y el desgaste de los días. Mientras se acercan, Sara comenta con un tono práctico pero cansado:
—Encontramos un arroyo. Podríamos limpiarnos y darnos un baño antes de continuar.
Ashley, sin levantar la vista de H, responde con frialdad:
—No hay tiempo para eso. No sabemos cuánto maná le queda.
El silencio invade brevemente el ambiente, pero Oliver, curioso, rompe la pausa:
—¿Qué es el maná?
Sara, desconcertada, intenta responder:
—Bueno, creo que es...
—Es la energía que permite a los monstruos usar magia —interrumpe Ashley, con un tono firme y directo—. En casos como el de H, el maná ralentiza la muerte y le da más tiempo. Pero si se agota y no encontramos una sanadora, H morirá.
La tensión en el aire se intensifica, mientras Tania, quien ha permanecido en silencio hasta ahora, murmura con un tono triste:
—No hay más reinos en esta dirección. Solo está Cancún, y está a medio día de distancia.
Sara frunce el ceño, claramente frustrada por la situación.
—No podemos regresar. Urney huyó hacia esa dirección.
Antes de que puedan responder, un ruido repentino interrumpe la conversación. Desde el horizonte, un grupo de seis vampiros aterriza cerca de la carreta con un impacto que levanta polvo y hojas secas. Sus movimientos son ágiles, pero sus rostros reflejan un cansancio que les pesa más que cualquier herida. Sus ropas están rasgadas, como si hubieran sobrevivido a una batalla reciente.
Sara reacciona de inmediato, colocando una mano firme sobre el hombro de Oliver y diciendo con un tono urgente:
—Retrocede.
Tania, sin vacilar, levanta sus pequeñas manos, apuntándolas directamente hacia los vampiros. Sus ojos brillan con una intensidad inquietante, reflejando tanto determinación como cautela.
Los vampiros, aún a una distancia prudente, avanzan lentamente, cada paso cargado de curiosidad y cautela. El silencio que los rodea parece a punto de romperse, mientras ambos grupos miden cada movimiento y las tensiones se acumulan.
Los vampiros se acercan lentamente, midiendo cada paso, mientras sus ojos analizan al grupo con cuidado. Uno de ellos, un hombre alto y robusto, con una cicatriz profunda cruzando su rostro, alza una mano como señal de paz.
—No buscamos problemas —dice con voz rasposa, cargada de nerviosismo—. Solo huimos... del culto.
Sara, visiblemente agotada pero manteniéndose firme, se adelanta un poco.
—Hablen claro. ¿Cuáles son sus intenciones? —exige, su tono serio pero dejando entrever el cansancio acumulado.
El hombre de la cicatriz da un paso adelante.
—Soy Matthew, líder de nuestro grupo. —Su mirada se mantiene fija en Sara mientras explica—. Viajamos hacia el templo. Es un lugar seguro para los monstruos.
Sara frunce el ceño, su tono cargado de incredulidad mientras pregunta:
—¿El templo? ¿De qué están hablando?
Antes de que Matthew pueda responder, Tania, aún apuntando sus pequeñas manos hacia los vampiros, murmura con voz seria pero algo dudosa:
—El templo es... un rumor.
Las palabras de Tania hacen que todos dirijan su atención hacia ella. Pausando brevemente, como si estuviera reuniendo el valor para continuar, agrega:
—Los viajeros de la región dicen que hay un lugar donde un ser misterioso protege a los monstruos buenos... de los monstruos malos.
Ashley intercambia una mirada rápida con Sara, mientras Oliver, todavía detrás de ella, susurra apenas audible:
—¿Un ser misterioso? ¿Es eso real?
El ambiente parece congelarse por un momento, con la luz del día bañando al grupo y amplificando el peso de las palabras de Tania. Matthew, alzando una ceja, observa a la niña, pero no interrumpe. Su silencio parece indicar que, aunque no descarta la historia, tampoco la confirma.
Matthew, con una voz pesada por el agotamiento, declara mientras pasa una mano por su rostro marcado por la batalla:
—El templo está cerca de Cancún... Ya estuve allí. Pero no podemos continuar. Estamos exhaustos y hambrientos.
Sara, con su semblante serio pero evaluador, da un paso hacia adelante, cruzándose de brazos. Su mirada afilada se fija en Matthew mientras propone con firmeza:
—Si les damos comida y agua, ¿nos pueden guiar hacia el templo?
Matthew intercambia una breve mirada con los demás vampiros antes de asentir lentamente. Su voz, aunque agradecida, lleva el peso de una profunda fatiga:
—Si nos dan alimentos, seremos su escolta hasta el templo. No les fallaremos.
El aire, cargado de tensión hace unos momentos, comienza a disiparse ligeramente. Pero Ashley, aún con desconfianza en su mirada, observa a Matthew detenidamente, esperando cualquier signo que traicione su palabra.
Pasadas unas horas, el viaje transcurre en un silencio tenso. Sara y Ashley vigilan cuidadosamente a Matthew y los vampiros, mientras Tania conduce la carreta con habilidad. A su lado, Oliver está sentado junto a ella, mirando el camino mientras sus manos descansan en su regazo.
En la parte trasera, H permanece inmóvil, con respiraciones débiles que mantienen a Ashley alerta. Matthew, al frente de los vampiros, observa el entorno mientras el grupo avanza, todos inmersos en la incertidumbre del camino.
Sara reparte un poco de pan de maíz y medicina que había tomado de Trieste. Los vampiros aceptan los alimentos con gestos agradecidos, inclinando levemente la cabeza en señal de respeto antes de comenzar a comer. Su hambre es evidente; devoran cada pedazo de pan con una urgencia que habla de días sin probar bocado.
Ashley, observándolos con atención, dice con seriedad, pero dejando entrever una pizca de curiosidad:
—Veo que han gastado mucho maná.
Uno de los vampiros, un muchacho que apenas aparenta tener quince años, levanta la mirada. Su tono, cargado de cansancio y sinceridad, responde con franqueza:
—Lo usamos casi todo defendiéndonos del culto... Lo poco que quedaba, lo gastamos para huir.