W Y H. La Guerra Comienza

CAPITULO 24 EL TEMPLO

CAPÍTULO 24
EL TEMPLO

W, May, Jeffrey y Balam caminan hacia el templo mientras observan las múltiples cabañas de diferentes colores de madera que decoran el asentamiento. El silencio del momento se llena con el sonido de la brisa que hace bailar las hojas de los árboles y las voces lejanas de los habitantes conversando y entrenando.

De repente, Jeffrey rompe el silencio, su tono es grave y directo:
—Escucha, sé que H es tu hermano, y aunque he intentado seguir adelante con mi vida, voy a vengarme. Voy a matar a H. No espero que lo entiendas, pero quería avisarte de antemano.

La tensión se apodera del aire mientras W responde con igual seriedad, sin detenerse:
—Ese es un asunto entre ustedes dos, así que no quiero estar en medio.

El intercambio deja a May inquieta, pero no dice nada y se limita a seguir caminando. Sin embargo, cuando llegan a los pies del templo, la majestuosidad de la edificación captura su atención. El templo maya se eleva imponentemente sobre las copas de los árboles, con una apariencia sorprendentemente nueva y bien conservada, como si el tiempo no hubiera dejado marcas en sus piedras talladas.

May, observando la larga fila de gradas frente a ellos, resopla y no puede contenerse:
—Por supuesto, un templo maya con más gradas de las necesarias. Seguro que la idea era cansar a los visitantes antes de llegar, por si alguien decidía robar algo. Muy astuto.

Jeffrey, mirando las escaleras con cierta resignación, responde mientras comienza a subir:
—O tal vez querían que sus enemigos lo pensaran dos veces antes de atacarlos.

May sacude la cabeza con una sonrisa irónica y murmura mientras sube detrás de él:
—Eso o tenían demasiado tiempo libre.

Mientras el grupo asciende por las interminables escaleras del gran templo maya, May no cesa de quejarse con su característico sarcasmo.
—¿Sabes? Esto debe ser una prueba. Si no mueres luchando contra demonios o algo peor, entonces las gradas se encargan de ti. Bastante práctico, si lo piensas.

Jeffrey, sin apartar la vista del camino, responde con una sonrisa leve:
—Podría ser que Ahau simplemente quería asegurarse de que sus visitantes estuvieran en forma. Algo así como un filtro para los perezosos.

—Pues entonces reprobaré, porque no puedo más —replica May, resoplando mientras sigue subiendo.

W, deteniéndose un momento en uno de los descansos del camino, mira hacia el pueblo desde la altura. La escena lo detiene: las cabañas de colores de madera con finas columnas de humo saliendo de sus chimeneas, los huertos llenos de vida, los corrales donde los animales se mueven tranquilos y la gente en su día a día. Los niños corren y juegan despreocupados, mientras los jóvenes y adultos trabajan o entrenan. Todo parece en perfecta armonía.

Balam, que camina con pasos tranquilos, habla con orgullo mientras observa el paisaje junto a W:
—Este lugar ha conocido la paz por más de cien años. Todo es gracias a Ahau, quien ha sido nuestro protector y guía, asegurando la tranquilidad de cada rincón.

W, con la mirada fija en la escena, comenta con un tono que mezcla respeto y curiosidad:
—Es admirable que un monstruo quiera proteger a otros monstruos. Más cuando en este continente parece que cada quien vela solo por su propio bienestar.

Balam lo mira de reojo y sonríe con una elegancia casi teatral.
—Pronto se lo dirás tú mismo —responde con un aire enigmático.

De repente, el templo comienza a temblar. Los escalones bajo sus pies parecen moverse como si estuvieran vivos. Antes de que puedan reaccionar, los escalones se reorganizan y forman una plataforma que los eleva con una velocidad vertiginosa hacia la cima del templo. El viento silba alrededor de ellos mientras la plataforma los lleva en cuestión de segundos hasta la cima.

Cuando llegan a lo alto, la majestuosa vista del templo y del vasto paisaje a su alrededor les corta el aliento. El silencio los envuelve, roto solo por el eco del viento.

Al llegar a la cima del templo, lo primero que ven es una gran zona plana, con un cuarto solitario casi en el centro. Pero lo que verdaderamente captura su atención es la figura gris que yace en medio del espacio abierto. Su piel parece de piedra, con un brillo verde recorriéndolo en líneas irregulares, como venas de luz viva.

Balam avanza sin decir nada, sus pasos resonando en el silencio casi sagrado del lugar. Sin pronunciar una sola palabra, guía al grupo hacia la estatua. A medida que se acercan, la extraña rigidez de la figura comienza a parecerles menos esculpida y más... real.

Cuando están a pocos metros, la verdad se revela como un golpe de frío: no es una estatua, sino un hombre que se está petrificando lentamente. Un guerrero maya con vestimenta de guerra, sus músculos endurecidos por una maldición que parece consumirlo poco a poco. Su cuerpo es una combinación grotesca entre lo orgánico y lo mineral, con la piedra invadiendo su piel como si intentara borrar lo que alguna vez fue humano. Lo único que aún conserva su apariencia natural son sus manos, un vestigio de carne y sangre aferrándose a la última chispa de su humanidad.

El grupo se queda inmóvil, atrapado en una mezcla de incredulidad y desconcierto. La sensación de no comprender lo que tienen enfrente les pesa como una roca en el pecho. May, por primera vez en mucho tiempo, no tiene nada sarcástico que decir. Jeffrey frunce el ceño, sus instintos militares empujándolo a analizar la escena, pero sin encontrar lógica alguna. W simplemente observa, sintiendo que algo dentro de él se remueve ante lo que ve.

Entonces, el guerrero comienza a moverse. Sus articulaciones crujen como si la piedra misma se resistiera a la acción. Cada paso que intenta dar es forzado, torpe, como si cada centímetro de su cuerpo estuviera en guerra consigo mismo. La luz verde que recorre sus venas brilla con intensidad cada vez que su cuerpo lucha contra su propio endurecimiento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.