W Y H. La Guerra Comienza

CAPITULO 25 AHAU

CAPITULO 25
AHAU

Este es Ahau , creador del templo y protector de este bosque —dice Balam con un tono cargado de orgullo y admiración, mientras su mirada se dirige hacia la figura petrificada frente a ellos.

Con movimientos torpes pero imponentes, Ahau da un paso adelante. Cada crujido de sus articulaciones suena como piedras deslizándose unas contra otras. El eco de sus pasos reverbera en el aire pesado que parece llenarse de una tensión casi palpable. Su mirada permanece fija en el grupo mientras una energía etérea parece emanar de su cuerpo. Su voz, áspera y cargada de ira, llena el espacio:
—Lárguense. Los blancos ya han arruinado suficiente.

El aire parece enfriarse ante sus palabras. Nadie responde al principio, el silencio se apodera del lugar como si incluso el viento se hubiese detenido para escuchar.

Balam, sin desviar la mirada de Ahau, da un paso al frente e intenta razonar con él. Su tono es firme, pero respetuoso:
—Ahau, W ha logrado controlar la espada de diamante parcialmente. Pero necesita tu guía para dominarla por completo.

Ahau se queda inmóvil por un instante que parece eterno. Lentamente, extiende su mano hacia W. El gesto es deliberado, casi solemne, y una energía brillante comienza a arremolinarse en torno a sus dedos. De repente, el ojo de W, antes cristalizado como un diamante, regresa a la normalidad. Al mismo tiempo, la espada que sostenía recupera su tono cian, destellando como un cristal recién pulido bajo la luz.

El grupo observa en silencio, con expresiones de asombro y desconcierto. Es May quien traga saliva con fuerza, como si quisiera decir algo, pero las palabras no le salen. Incluso Jeffrey, siempre serio y calculador, no puede evitar entrecerrar los ojos, analizando cada detalle con una mezcla de sorpresa y cautela.

El poder de Ahau es algo que ninguno puede ignorar. La fuerza y la presencia que emanan de él parecen llenar cada rincón del templo, haciendo que incluso el aire sea más difícil de respirar.

W, después de un breve momento de vacilación, respira profundamente, armándose de valor. Su voz, aunque firme, carga un matiz de desafío:
—¿Por qué tanto resentimiento? ¿Por qué no nos quieres aquí?

Ahau gira lentamente la cabeza hacia él, y aunque sus ojos están cerrados, su expresión muestra una furia contenida que parece a punto de desbordarse. Su voz se eleva como un trueno:
—¿Quieres saber por qué? Pues te lo diré.

El suelo bajo sus pies tiembla como si el templo mismo reaccionara a sus emociones. Los ladrillos comienzan a moverse, apartando al grupo y dejando un gran espacio entre ellos. La tierra se eleva con un ruido profundo y gutural, y una sección gigante de la plataforma empieza a transformarse. Bajo los ojos atónitos de los presentes, la superficie de piedra toma forma como si estuviera viva, delineando los contornos de una playa. El viento comienza a soplar alrededor, cargado con un olor mineral y frío. Las olas, aunque hechas de piedra, se mueven con un realismo inquietante, rompiendo contra la orilla con sonidos huecos y rítmicos.

Ahau comienza su relato, su voz cargada de ira antigua y dolor:
—Hace doscientos treinta y cinco años, varios barcos llegaron a estas costas.

La maqueta viva responde a sus palabras, mostrando con increíble detalle la llegada de enormes barcos al horizonte pétreo. Las velas ondean como si fueran reales, y las figuras de los tripulantes bajan por los tablones de desembarque. La escena cambia rápidamente mientras muestra a los invasores saqueando, encadenando y asesinando a hombres, mujeres y niños. El sonido de las cadenas golpeando el suelo parece resonar desde la maqueta misma, provocando una inquietud sorda en quienes la observan.

May cubre su boca con una mano, horrorizada. Jeffrey, con el ceño fruncido, observa la escena con rigidez, mientras un músculo de su mandíbula tiembla por la tensión. W, en cambio, mantiene su mirada fija, como si el peso de lo que ve no fuera una sorpresa para él.

Ahau prosigue:
—Rompí el juramento de no intervenir en conflictos humanos. Fui obligado a hacerlo al ver que nadie hacía nada. Luego de unas semanas, otros monstruos se unieron, y juntos logramos echar a los blancos.

La maqueta se transforma para mostrar la furia de las batallas. Pequeñas figuras de piedra luchan con una precisión que eriza la piel. Los barcos se retiran, dejando atrás caos y destrucción.

—Pero volvieron, con un ejército formado por todas las naciones del mundo, cuyo único objetivo era eliminarnos.

Los ladrillos se reorganizan una vez más, mostrando una flota interminable de barcos acercándose a las costas.

—Durante más de diez años dimos batalla, pero la guerra siempre estuvo en nuestra contra.

La maqueta muestra combates sangrientos, figuras cayendo en un conflicto que parece no tener fin. Cada sonido, cada movimiento, parece tan vivo que el grupo no puede apartar la mirada.

—Y fue así como, en el año mil quinientos once, decidimos sacrificarnos: los tres hechiceros más poderosos del continente americano.

Usando unas runas milenarias, logramos levantar un muro que rodearia el continente americano, asegurando que ningún invasor pudiera entrar ni salir.

La maqueta recrea con precisión el ascenso del muro, mostrando cómo se eleva y cómo la guerra finalmente llega a su fin.

Todo esto lo replica la maqueta mientras comienza a llenarse de grietas, reflejo de la ira creciente de Ahau.

—Pero el ejército extranjero tenía en sus tropas a millones de monstruos: magos, vampiros, hombres lobo, gente gato, brujos, hechiceros, sirenas, centauros, gente araña y muertos vivientes. Al ver que el conflicto entre los humanos terminó con un tratado de paz tras el muro, estos monstruos fueron excluidos. Esa exclusión los llevó a atacar a los humanos, buscando comida y poder.

—La invasión de tu gente no trajo más que desgracia y conflicto a nuestras tierras.




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