CAPITULO 29
LA PROMESA
El silencio llena el lugar; cada frase sobre el pasado de W y H deja a todos perturbados. La luz tenue de las antorchas parece vacilar ante tanta carga emocional.
Ahau rompe la quietud, con voz firme y sin apartar la mirada:
—¿Qué pasó después?
H toma la palabra con una expresión imperturbable:
—Después de matar a nuestros padres, tomamos a nuestras hermanas, quienes aún eran bebés, y comenzamos a viajar por el continente.
W retoma la palabra, su tono teñido de nostalgia y pesar:
—Después de cinco años viajando, mis hermanas y yo decidimos recuperar nuestras emociones y sentimientos; estos yacían ocultos en una isla en el Caribe.
La atmósfera se espesa cuando H interviene nuevamente con voz carente de remordimiento:
—Al tocar los orbes de cristal, donde yacían sus emociones, estos provocaron una explosión en la que el lugar fue destruido. Ellos recuperaron lo que les fue arrebatado, pero su fuerza se había ido... ahora eran solo niños.
W suelta un suspiro profundo y añade:
—Después de eso, seguimos viajando durante un par de años, y H nos abandonó en una ciudad en Panamá.
H, manteniendo la misma seriedad, le pregunta con voz fría:
—No los abandoné.
La ira crece en W; de pie, con la voz quebrada y los ojos encendidos, le grita:
—¡Nos abandonaste allí sin decir nada! ¿Solo te estorbábamos, no?
—Nada de eso —responde H sin añadir nada más.
Con el enojo aún palpitando, W exige:
—¿Entonces por qué nos dejaste en esa ciudad?
H, mientras todos lo observan, explica con tono metódico:
—Cada vez me estaba volviendo más fuerte; eso hacía que tanto monstruos como humanos quisieran retarme. Entonces deduje que lo más sensato sería dejarlos en un lugar seguro, hasta que encontrara un sitio donde nadie nos atacara y pudiéramos vivir en paz.
La voz de W se quiebra al replicar:
—¡Te esperamos varias décadas!¿Por que nunca regresaste?
H, en un suspiro casi imperceptible, contesta:
—Es porque aún no lo encuentro.
En ese instante, Ashley y Sara intercambian miradas intensas, y las lágrimas se asoman en sus ojos al asimilar la magnitud de aquellas palabras.
Oliver, con el ceño fruncido y la mirada confundida, pregunta:
—¿O sea, el señor H ha estado buscando durante doscientos años?
H, con tono corto y serio, responde:
—Correcto.
Tania, con curiosidad en la voz, inquiere:
—¿Entonces el señor no tiene emociones?
Rápidamente, Ashley la regaña:
—Preguntar eso es descortés.
—Así es —contesta H a Tania, sin levantar la vista.
El ambiente se vuelve aún más denso cuando W, paralizado, sale del trance. Es Ahau quien, con voz enigmática, le dice:
—Esa sombra verá la luz, y es tu decisión: ¿desaparece o permanece?
Con paso vacilante, W camina hacia H. Este se pone de pie. W suspira y, entre sollozos, le da un abrazo intenso. H, con su expresión vacía e inmutable, solo devuelve el gesto con unas escuetas palmadas, como si cumpliera un protocolo sin sentir nada.
Ahau interrumpe el clima emocional con un toque de sarcasmo, mientras su mirada se desliza por el grupo:
—Disculpen interrumpir su momento adorable, pero nos van a matar dentro de seis horas; ¡así que hay que formar un plan!
W se seca las lágrimas y, aún con el rastro de pesar en la voz, pide perdón. Balam, con tono elegante, lanza:
—Okay, ¿quién es el mejor estratega aquí?
Los niños murmuran que es H. Ashley agrega, con una pizca de resignación:
—H es mejor peleando solo, aunque en su estado se encuentra muy débil aún.
Sara interviene:
—He liderado grupos pequeños, pero nunca a un pueblo de cientos de personas.
Jeffrey asiente, reiterando lo mismo.
Balam reflexiona un instante, suspira con calma y declara:
—Bien, entonces serán los tres.
Rápidamente, el grupo comienza a idear un plan.
Sara le pide a Ashley que reúna a todos los niños y a todo aquel que no pueda pelear en el templo.
Ahau, con tono indiferente, añade:
—Claro, conviertan mi templo en una guardería.
Mientras tanto, Jeffrey solicita a May que reúna a los arqueros y a los usuarios de runas dispersos por el templo para coordinar ataques a distancia. H, sin apartar la vista de su bebida, dice a Balam:
—Debemos llenar el bosque de trampas, pues los del culto, compuestos por humanos, no resistían el fuego.
En otro rincón, W continúa su entrenamiento con Ahau. La penumbra del templo se mezcla con la determinación en sus ojos. Ahau, caminando con dificultad debido a la petrificación que le aqueja, pregunta:
—Bien, ahora que sabemos el pasado que te atormenta, ¿cuál es el presente que te incomoda y el futuro que te inquieta?
W responde con tono serio y dolorido:
—Creo que ambos son la misma maldición. El presente que me llena de pesadillas es convertirme en el asesino que mi padre quería que fuese, y el futuro, el pensar que no seré capaz de destruir la armadura de diamante antes de que sea tarde. Me atormenta creer que seré demasiado débil y que todos moriremos, o peor aún, que me volveré un asesino al no poder controlarme.
Ahau, al escuchar eso, le pide a W que saque la espada de diamante.
W duda unos segundos, exhala profundamente y, de repente, la espada emerge del tatuaje en su muñeca, clavándose en los ladrillos de piedra del suelo frente a él.
—Tómala —dice Ahau, con tono serio e insistente.
W vacila una vez más, tragando saliva; con la mano temblorosa, toma la espada. No ocurre ninguna transformación: ni nada bueno, ni nada malo.
—¿Qué pasa? —pregunta W, incrédulo, observando la fría superficie del arma.
Con un dejo de orgullo en su voz, Ahau responde:
—La espada conoce tus intenciones y ha leído tu corazón. Mientras no tengas un objetivo, la espada permanecerá neutral; pero cuando debas defender a alguien o la situación amerite eliminar a tu oponente, te llenará de poder.