W Y H. La Guerra Comienza

CAPITULO 31 TORMENTA

CAPITULO 31
LA TORMENTA

Balam grita con fuerza, su voz resonando sobre el caos:

—¡Allí vienen!

Todos se ponen en posición, sus mentes alerta mientras observan el bosque. El resplandor de miles de antorchas se extiende como un océano de luz rojiza y amarillenta, marcando el avance del ejército enemigo.

Las brisas nocturnas se detienen, como si el mismo viento contuviera la respiración ante lo que está por suceder. Solo queda el frío aire de medianoche, denso, expectante.

En lo alto del templo, H dirige su mirada hacia el sol que creó hace unas horas. Sin decir una palabra, extiende sus manos y aplaude. En un instante, el mini sol desaparece, sumiendo el templo en una oscuridad profunda.

Ashley, con total seriedad, se inclina hacia Tania y Oliver.

—Niños, vayan adentro.

Sin dudarlo, ellos obedecen y corren hacia una de las salas donde Kiki, la rinoceronte de Sara, está resguardada.

Todo alrededor guarda silencio. La luz temblorosa de las antorchas sigue avanzando, cubriendo el bosque con una tonalidad ardiente que anuncia la llegada de miles de soldados del culto.

Poco a poco, el ruido del ejército se vuelve más claro. Pisadas pesadas. La marcha uniforme. Un sonido monótono, casi hipnótico, como una melodía de muerte.

Entonces, sin previo aviso, activan las trampas.

Uno por uno, cientos de barriles con pólvora y aceite explotan, rodeando el templo en un anillo de fuego. El aceite que se esparce por el aire hace que las llamas se expandan con ferocidad, devorando el bosque sin piedad.

Los gritos de agonía y sufrimiento inundan la noche mientras los soldados del culto caen, quemándose vivos.

El fuego sigue propagándose, convirtiendo el paisaje en un infierno. Todos permanecen a la espera de órdenes, hasta que Sara y Jeffrey gritan al unísono:

—¡Fuego!

Los arqueros, armados con flechas explosivas e incendiarias gracias a las runas del mismo nombre, disparan hacia la retaguardia del enemigo. Las flechas impactan y generan nuevas explosiones, destruyendo árboles y extendiendo el incendio, creando una barrera mortal que encierra al ejército enemigo en fuego.

De repente, cientos de rayos blancos surgen desde la oscuridad del bosque: rayos purificadores.

Balam reacciona al instante.

—¡Barreras!

Todos, excepto H, extienden sus brazos al frente y varias burbujas de energía translúcidas emergen, protegiéndolos de la embestida de los rayos.

Ahau grita con urgencia:

—¡H, hazlo ahora!

H junta su dedo índice y meñique detrás de cada mano, haciendo un movimiento flexible. Tras un movimiento circular de ambos brazos, apunta hacia el bosque.

De sus manos, decenas de soles del tamaño de sandías emergen y se disparan a toda velocidad. Conforme se alejan, se vuelven cegadores y abrasadores, iluminando el bosque con un resplandor blanco incandescente.

Los enemigos, atrapados en la luz, se retuercen de dolor, sus ojos quemados por el brillo implacable.

Pero, en un parpadeo, los mini soles son destruidos por ráfagas de rayos purificadores.

Desde lo alto de un pino gigantesco, el líder del culto sonríe al ver la expresión de H.

Ashley, repentinamente, abre los ojos al recordar algo.

—Soy una estúpida… H, toma las espadas de Zeus y Deméter. Olvidé dártelas.

Desde los tatuajes en sus muñecas, las espadas emergen. H las toma, y estas se fusionan con las otras ocho espadas de su cuerpo, integrándose como nuevos tatuajes.

Ahau se acerca con calma.

—Sabía que las necesitarías, así que mandé a buscarlas.

Le entrega las espadas de Poseidón y Atenas.

H las une a sus tatuajes. Finalmente, tiene las doce espadas griegas.

Sin previo aviso, monolitos de hielo caen horizontalmente sobre el bosque en llamas. En cuestión de segundos, el fuego se extingue bajo el impacto de los bloques helados que se derriten con rapidez.

El campo de batalla cambia de inmediato.

Los soldados del culto avanzan, cruzando el pueblo. Pero las trampas aún los esperan.

Las casas explotan a su paso, esparciendo astillas, tablones y cuerpos destrozados por los aires.

Desde su posición en la copa del pino más alto, el líder del culto observa con una sonrisa impasible. Junto a él, sus hijos:

Óscar, corpulento y con un parche en el ojo derecho.
Elmer, rubio, alto y musculoso.

—En el ajedrez, los peones siempre van al frente —susurra el líder con satisfacción.

Las explosiones siguen consumiendo al ejército, mientras la batalla se intensifica.

El último conjunto de trampas explota. Los enemigos, ahora desesperados, comienzan a subir las gradas del templo. Pero el esfuerzo los agota rápidamente.

May, con una sonrisa sarcástica, grita:

—Ja, sabía que esas malditas gradas eran a propósito.

Los usuarios de runas, incluyendo May, activan runas relámpago, enviando ráfagas de electricidad incinerando a los soldados al instante y sus cuerpos ruedan hacia los pies del templo

El líder envía nuevas ráfagas de rayos purificadores, impactando a varios monstruos habitantes del pueblo.

—¡Dispérsense! ¡Luchen desde el pueblo!

Decenas de monstruos **bajan de un salto**, dispuestos a defender su hogar con su vida.

H observa el campo de batalla con expresión seria, terminando de beber las últimas pociones de energía.

—Hemos eliminado a la mitad —informa sin emoción.

Ahau, con su calma inquietante, declara:

—Aún nos falta mucha batalla. Aquí somos blanco fácil. Vayan a luchar, yo cuidaré la entrada.

May se sube a la espalda de Jeffrey y bajan de un salto. H y Ashley descienden por la otra esquina.

Sara se queda custodiando la entrada.

W baja corriendo a toda velocidad, ignorando la gravedad.

De su tatuaje en la muñeca derecha, la espada de diamante emerge, cambiando de color de cian a un blanco cristalino que potencia su fuerza.




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