W Y H. La Guerra Comienza

CAPITULO 32 LOS PRINCIPES

CAPITULO 32
LOS PRINCIPES

Ashley, con una furia sangrienta reflejada en sus ojos, lanza sus cuchillos con precisión mortal, cada uno incrustándose en la frente de un soldado del culto. Al gastar sus veinte cuchillos, saca uno de sus nuevos látigos, cortesía de la gente del pueblo.

El látigo se extiende con una fluidez casi sobrenatural, creando un domo de movimiento a su alrededor. Como si tuviera vida propia, se desenrolla con violencia y estrangula a sus enemigos, decapitándolos en un solo movimiento.

Mientras tanto, H elimina cada soldado con un solo golpe, sin importar el lugar donde impacta. Sangre y cuerpos se acumulan a sus pies mientras los soldados intentan recargar sus báculos con los rayos purificadores. Sin embargo, el humo creciente les dificulta la visión y la concentración, y cuando creen estar listos, los árboles del bosque, ahora convertidos en bestias feroces, los aplastan sin piedad.

Las criaturas atraviesan, desmiembran y devoran a sus objetivos, convirtiendo el campo de batalla en una escena de horror brutal. H observa la masacre de reojo por un breve instante antes de continuar su despiadada ofensiva.

Con un movimiento calculado, H crea un nuevo minisol, iluminando el campo de batalla y potenciando la fuerza de las bestias árboles.

Óscar y Elmer se columpian y saltan sobre los pinos, desplazándose con agilidad entre las copas. Óscar toma la punta de uno de los árboles, lo parte con un solo movimiento y lanza un trozo de más de tres metros directamente hacia W.

W reacciona de inmediato y parte la madera en dos. Los pedazos se estrellan contra el templo con tal fuerza que se hacen trizas.

—Nada mal —dice Óscar, su voz rebosante de emoción y arrogancia.

Antes de que Elmer logre llegar hasta H, el líder del culto lanza una enorme masa de hielo, casi del tamaño del templo mismo. Aunque destruye a varios habitantes del pueblo, también acaba con una gran cantidad de sus propios soldados. La batalla se divide: Ashley y H quedan en un lado, mientras que May, W y Jeffrey terminan en el otro.

La voz del líder resuena en el aire, su tono casi compasivo.

—Escuchen, ya no quiero más sangre. Entréguenme la Espada de Diamante y a H, y nos marcharemos.

Óscar gira la cabeza con molestia hacia su padre, disgustado por su intervención.

Los habitantes del pueblo gritan con desprecio. Jamás confiarán en el culto, y mucho menos en su líder.

El líder guarda silencio, y Elmer entiende perfectamente lo que eso significa.

—Bien, eso quiere decir que podemos pelear a gusto. —Óscar sonríe con emoción.

W empuña su espada, y ambos se lanzan al ataque. Sus armas chocan con un estruendo abrasador, haciendo que chispas caigan como una lluvia de fuego.

Sin embargo, el impacto del primer choque es tan brutal que W suelta su espada, incapaz de soportar el dolor. Sus ojos vuelven a la normalidad, y la espada pierde su resplandor. Sus manos tiemblan y se enrojecen por la fuerza del impacto.

Mientras tanto, Elmer se acerca a H con una elegancia casi teatral.

—Buenas noches, mi estimado H. Disculpa la molestia, pero me gustaría luchar contra ti.

H guarda silencio y avanza hacia un espacio vacío en medio del caos de la batalla.

Elmer sonríe con satisfacción y se acerca con movimientos refinados, contrastando su gracia con el escenario sangriento a su alrededor. Su piel pálida brilla bajo la luz del minisol, y sus ojos azules relucen con intensidad, reflejando la felicidad que siente ante el combate que está por comenzar.

—Ambos vestimos ropa blanca, así que te pido que evitemos levantar demasiado polvo. Mis vestimentas son delicadas.

Se quita el chaleco y lo dobla con precisión antes de dejarlo sobre una grada del templo.

H no responde.

Elmer, con absoluta tranquilidad, comienza a tronarse los dedos y el cuello, preparándose para la pelea.

—Hay otras dos peticiones, perdona de antemano. Primero, quiero que pelees con todas tus fuerzas, sin contenerte. Segundo, quiero dar el primer golpe. Sé que es descortés, pero la ocasión lo amerita.

H adopta una postura defensiva, lo que provoca una sonrisa en Elmer.

Con un movimiento veloz y elegante, Elmer se lanza hacia H con una velocidad sobrehumana. H esquiva el ataque con precisión, anticipando el movimiento de su adversario, e inmediatamente intenta conectar un rodillazo directo al estómago de Elmer.

Pero Elmer, con reflejos impecables, salta ágilmente, esquivando el golpe en el último instante. Mientras está en el aire, gira su cuerpo con fluidez y lanza una patada descendente hacia H. Sin embargo, H, con su instinto de combate intacto, se agacha con una rapidez casi inhumana, haciendo que el ataque pase de largo.

H se impulsa para ganar distancia.

—Es un poco patético de mi parte no estar a tu nivel, ni siquiera en tu estado actual. Me disculpo por ello, y agradezco que no uses armas. Se nota que aprecias lo que es un duelo de caballeros. —dice Elmer con elegancia, su voz serena mientras sigue flexionando sus manos.

Ashley, mientras tanto, sigue observando lo que puede, aunque su látigo aniquila a varios soldados a la vez. No puede excederse, pues la batalla aún está en sus primeros compases.

Mientras esto sucedía, W intenta reponerse. Aguanta el dolor, su respiración es pesada, pero no se detiene. Con esfuerzo, toma la espada, aferrándose a ella como si le otorgara fuerza.

Óscar, molesto, se acerca con paso firme.

—Sinceramente, yo quería luchar contra H. Me parece patético que me hayan puesto a pelear contra ti.

El resplandor cian regresa, cubriendo su arma y sus ojos.

May y Jeffrey se paralizan al verlo en ese estado.

May, preocupada, murmura para sí misma.

—Carajo, si W pierde el control en una pelea así, lo más probable es que muera.

Jeffrey le grita.

—¡Intenta controlarte, no pierdas el control!




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