CAPITULO 34
Último suspiro
Jeffrey llega corriendo hacia W y May.
—No vuelvas a hacer esa estupidez nunca más —dice May, abrazándolo con fuerza.
Sara, aliviada, le agradece a Ahau por haberlo salvado.
—Me gustaría salvarlo de su estupidez también, pero ni yo soy tan poderoso —responde Ahau, mientras el suelo bajo sus pies se mueve, llevándolo al otro extremo del templo.
A unos metros, Óscar aún agoniza en el suelo, sus costillas rotas perforando su carne en una imagen de dolor absoluto.
Balam, con una elegancia autoritaria, les grita a W y los demás:
—¡Apresúrense! Maten a ese tipo y luego vayan a ayudar a H.
W, decidido a terminar con esto, toma su espada y avanza hacia Óscar. May y Jeffrey lo siguen.
Desde la cima del templo, Ahau llama a Balam para que juntos observen el feroz intercambio de golpes y esquives entre H y Elmer.
—¿Cuánto tiempo crees que tarden en acertar un golpe? —pregunta Balam con curiosidad.
Ahau analiza cada movimiento con atención, viendo cómo ningún golpe encuentra su objetivo.
Ahau contesta sin apartar la mirada del combate —Su velocidad es similar. El primer golpe no lo recibirá el más lento, sino el que sea más rápido al planear una estrategia.
Mientras tanto, W se acerca al cuerpo agonizante de Óscar, empuñando su espada con determinación.
La espada de diamante cambia a un blanco resplandeciente, al igual que los ojos de W.
—Perdón, pero hay que terminar esto —murmura, alzando la espada para decapitarlo.
Sin previo aviso, decenas de rayos purificadores se disparan hacia ellos.
W y Jeffrey reaccionan con rapidez, creando una barrera protectora antes de ser alcanzados por los rayos.
En medio del caos, varios soldados del culto llegan y se llevan el cuerpo de Óscar.
—¡Hay que atacar o retirarnos! —grita Jeffrey, su voz apenas perceptible por el estruendo de los rayos impactando contra la barrera.
W, con determinación y un destello de miedo en sus ojos, les dice:
—Tengo un plan, pero deben ser rápidos.
Los rayos no cesan y la barrera consume su energía a gran velocidad.
Los tres toman aire. Jeffrey extiende su mazo de guerra, generando una pantalla de humo con su elemento de fuego.
La barrera de protección desaparece.
El humo comienza a cubrir más terreno.
Por un instante, los rayos se detienen mientras su comandante analiza la situación.
De la nube de humo emergen flechas explosivas, impactando contra los soldados y haciéndolos volar por los aires.
Pero quien las lanza parece moverse demasiado rápido dentro del humo, imposible de rastrear.
Dentro de la nube, Jeffrey carga a May mientras se mueven velozmente de un lado a otro, aguantando la respiración. Sus rostros comienzan a tornarse rojos, el aire escasea, pero deben resistir para darle tiempo a W de cargar su ataque.
Los soldados del culto, desesperados, comienzan a disparar rayos purificadores en todas direcciones.
Sin embargo, cientos de flechas de diamante emergen de la nube, masacrándolos sin piedad.
Los pocos sobrevivientes, heridos y aterrados, huyen.
Finalmente, al escuchar el silencio, W, Jeffrey y May salen corriendo fuera del humo, tosiendo y jadeando, casi ahogándose.
Ahau levanta la tierra en la que están parados, creando una plataforma improvisada que los lleva a la cima del templo.
Mientras ascienden, la realidad los golpea con una visión de pesadilla.
Todos aquellos que intentaron defender el pueblo yacen muertos en el suelo.
La tierra se ha teñido de rojo.
Los gritos de la batalla han cesado, dejando tras de sí un silencio pesado, cruel, inquebrantable.
La respiración de Jeffrey se acelera, pero se niega a ser controlado por sus emociones nuevamente.
Cierra los ojos y sostiene su cruz con fuerza.
May, en cambio, siente ira no contra el culto, sino contra sí misma, por no haber podido hacer más.
Ahau y Balam observan la escena en total silencio.
Sara deja escapar una lágrima y, con voz temblorosa, pregunta:
—¿Con qué fin justifican esto?
W cae de rodillas, sus manos tiemblan. Una nube de ansiedad y culpa comienza a formarse dentro de sí.
Jeffrey toca su hombro derecho. May el izquierdo.
Ella intenta consolarlo:
—Todos ellos han dado su vida para proteger a sus seres queridos.
Jeffrey continúa la oración:
—Es nuestro deber ahora proteger a esa gente.
W aprieta los dientes. Su corazón, lleno de furia, explota en su interior.
—Voy a matar a cada uno de esos malditos —exclama con una ira incontenible.
En la cima, sus sentimientos se desvanecen por un instante cuando Sara lo abraza repentinamente.
Ahau, llevándose por los ladrillos bajo sus pies, se acerca a W y, con tono de urgencia y regaño, dice:
—No es tiempo de llorar. Ellos se están reuniendo. Pronto subirán al templo. Me gustaría ayudar, pero al asistirte, me he debilitado demasiado.
Oliver y Tania aparecen montando a Kiki, la rinoceronte, y se dirigen hacia Sara.
Los niños bajan de la rinoceronte y miran a los demás con curiosidad.
Oliver sonríe con ingenuidad infantil.
—¿Ya terminó todo? ¿Ya ganamos?
Tania toma la palabra, pero su voz suena como una disculpa.
—Venimos porque ya no escuchamos el ruido de la pelea.
Nadie responde.
El silencio los empuja a caminar hacia el borde del templo.
La imagen que ven les revela la peor cara de la guerra.
Cuerpos calcinados, hombres y mujeres de ambos bandos desmembrados y decapitados.
La sangre pinta el paisaje de rojo.
El bosque y el pueblo, destruidos.
Miles de cadáveres que hace solo momentos llenaban el lugar de vida, ahora son testigos mudos de la muerte.
Oliver entra en pánico, reviviendo en destellos la muerte de su madre en el ataque a la ciudad de Ipala días atrás.