Capítulo 35
Sangre y Sudor
Ashley corre hacia H después de haber eliminado a los adversarios que la rodeaban. Su respiración es agitada, la adrenalina todavía arde en sus venas.
—Pajarito, ¿estás bien? —pregunta mientras lo abraza sin reservas.
H, con su característica seriedad, responde sin emoción aparente.
—Estoy bien.
Sin embargo, al notar los agujeros en su camisa, ve cómo comienzan a cerrarse, formando un intrincado patrón de telaraña que se entrelaza sobre la tela hasta quedar como nueva.
H recorre la tela con los dedos, su mirada se afila con curiosidad.
—¿Fue tu idea?
Ashley, sintiéndose orgullosa, acomoda levemente la camisa de H sobre su pecho antes de responder.
—Sip. Le pregunté a la gente araña de este pueblo si podían hacerte una camisa que sirviera como armadura. Esto fue lo que me dieron. Aunque al ser blanca veo que ya se ensució bastante.
Antes de que H pueda responder, Elmer se acerca con una expresión confundida, dejando de lado su habitual elegancia.
—¿Por qué me has salvado? —pregunta, como si aún no comprendiera la lógica detrás del gesto.
H no se detiene a pensarlo demasiado.
—Dijiste que querías morir con honor. Así que lucharemos a muerte en otra ocasión.
Elmer recupera su compostura y, sin perder su porte distinguido, exclama.
—No lo hagas sonar como una cita, por favor. Perdona mis modales, te doy las gracias por salvarme.
H asiente sin más y fija su mirada en la figura distante del líder, quien aún yace en la cima de un pino, expectante, con una tranquilidad que roza lo antinatural.
Elmer se coloca junto a él y también clava la vista en su padre.
—¿Crees que envió el monolito sabiendo que yo estaba aquí? —pregunta con esa voz refinada que lo distingue.
Ashley responde antes que H, con un tono impregnado de molestia.
—Tu padre es el líder. ¿De verdad crees que le importas?
Elmer responde con frialdad, su postura recta, pero con un brillo de incertidumbre en los ojos.
—Me niego a creer que mi propio padre intentara matarme.
Desde el interior del bosque, un estruendo rompe el momento.
Óscar emerge de las sombras con furia, su cuerpo renovado de energía, sus pasos golpeando el suelo con una determinación brutal. Sus ojos reflejan una emoción oscura, su rabia acumulada desbordándose sin control.
Detrás de él, una procesión de casi quinientos soldados del culto avanza, sus báculos en alto, apuntando directamente hacia H y Ashley.
Óscar no reduce la velocidad. Su voz resuena con una mezcla de arrogancia y crueldad.
—Elmer, nuestro padre me dijo que no tenía intención de matarte. El ataque era solo para distraer a H y evitar que te asesinara.
Elmer se queda inmóvil por un momento, sus manos se cierran en un puño. La negación se instala en su corazón y, quizás por un instante, quiere creer en las palabras de Óscar.
Suspira, y sin mirar atrás, camina lentamente hacia su hermano, alejándose de H y Ashley. Se detiene y se gira con una mirada seria.
—¿Ahora qué acción debemos tomar en nuestro enfrentamiento?
Óscar sonríe de lado, como si disfrutara cada segundo de tensión.
—Propongo una pelea dos contra dos. Una pelea a muerte.
El silencio se extiende como una capa pesada sobre el campo de batalla. Los guerreros observan sin aliento, el viento apenas se atreve a soplar.
H, sin vacilar, responde con la misma frialdad con la que siempre lo hace.
—Ustedes dos contra mí.
La sonrisa de Óscar se ensancha. Elmer, en cambio, entrecierra los ojos, calculando tácticas en su mente.
Óscar deja escapar una risa baja y sádica.
—Espero que des batalla. No quiero que el monstruo más poderoso del continente muera al comienzo de la pelea.
Ashley, indignada, le dice a H que la deje pelear junto a él.
H la mira de reojo.
Ashley sonríe. Algo en su expresión es casi juguetón, a pesar de la tensión.
—Está bien, les daré espacio, pajarito.
Con dos saltos ágilmente ejecutados, se retira hacia la cima del templo.
Ahora los tres quedan cara a cara. El viento cambia, las hojas tiemblan en los árboles, la atmósfera se vuelve helada.
Óscar le entrega una poción de vida a Elmer.
—Tómala, hermano.
Elmer, sin dejarse llevar por la emoción del enfrentamiento, la bebe con elegancia.
—Te lo agradezco, hermano.
La brisa que antes era tranquila comienza a correr con más fuerza.
En la cima del templo, los demás observan con incertidumbre. Los niños se aferran a Ashley en busca de seguridad.
Oliver, preocupado, pregunta.
—¿El señor H podrá solo con ellos dos? Aún está muy débil.
Ashley suspira, pero no oculta la verdad.
—No lo sé. Pero me envió aquí para ayudarles a defender el templo.
W da un paso al frente, con intención de ayudar a H, pero Balam lo detiene con firmeza, poniendo una mano en su hombro.
—Él nos quiere aquí por alguna razón. Sabe que lo que viene será peligroso.
En el campo de batalla, la tensión explota en acción.
H dobla las rodillas y, con un impulso feroz, salta decenas de metros hacia atrás con un movimiento que desafía la gravedad.
Óscar, con una furia incendiaria, grita a sus soldados con un ardor que llena el aire de violencia.
—¡Ataquen!
Los cientos de soldados del culto avanzan como una marea de sombras, sus ojos reflejando la sed de sangre que consume sus almas.
Óscar desenfunda su espada negra de obsidiana, la luz de la luna roja reflejándose en su filo como un abismo sin fin.
—¡No te contengas, maldito!
Elmer, más calculador, flanquea con precisión, su katana lista, su velocidad afilada como el filo de su arma.
El enfrentamiento comienza con un estruendo que sacude el suelo.
Óscar salta con un grito feroz hacia H, su espada negra de obsidiana brillando bajo la luna roja.