veinte años después.
El gran conflicto, ahora conocido simplemente como la Guerra de la Sangre, había terminado, pero no había traído paz, solo un silencio lleno de tensión. La Legión Lycan se había replegado en una defensa tensa. El Imperio Valpuri, en cambio, se había reconstruido en la sombra, más frío, cruel y enfocado en la tecnología.
El heredero del Imperio, Boris, era un joven adulto. Su cabello rubio ceniza y sus ojos azules llevaban la marca de su padre, Sergey, pero su alma era diferente; donde Sergey había tenido ambición, Boris tenía una crueldad metódica y sin límites.
En la cámara de entrenamiento Valpuri, Boris practicaba. Su mentor, Ivanov, observaba. Ivanov ahora era una máquina andante; su brazo izquierdo era una compleja prótesis cibernética de acero pulido. Además, el lado izquierdo de su rostro estaba cubierto por un implante que mejoraba drásticamente su visión táctica. La mitad humana de su rostro era un recordatorio silencioso de las pérdidas de la Guerra de la Sangre.
—La concentración es fuerza, Boris —dijo Ivanov, con su voz metálica y áspera.
Boris no respondió. Un Valpuri clon intentó un ataque. Boris desenvainó su espada especial, una reliquia encontrada en ruinas ancestrales. El arma brillaba con una luz negra opaca.
Boris esperó, paciente. Cuando el clon se acercó, no usó ningún poder elemental. En cambio, con un movimiento rápido y horrible de su espada, arrancó sin piedad las entrañas del Valpuri.
El clon cayó, desintegrándose en un humo violeta.
—Fallo de ejecución, Ivanov —dijo Boris, limpiando el filo—. El corazón es demasiado lento.
Otro Valpuri de bajo rango, temblando, se adelantó para la prueba. Boris lo miró con una sonrisa de placer sádico.
—Me aburren los débiles —dijo Boris.
Esta vez, usó la espada para cortar un flanco y, con su propia mano, rasgó el resto del cuerpo del Valpuri. El acto era puro sadismo.
—La sangre débil es un desperdicio, mentor —replicó Boris, sus manos manchadas—. Mi purificación comienza con la eliminación de lo inútil. Yo no solo mato; yo disfruto la superioridad.
En el antiguo estudio de Sergey, Charlotte, la madre de Boris, intentaba descifrar el legado de su difunto esposo. La habitación olía a secretos y dolor.
Charlotte tenía desplegados pergaminos y mapas arcanos. Su atención estaba fija en unos documentos en código Valpuri antiguo, que detallaban la ubicación de estructuras geográficas inusuales que Sergey llamaba "Pilares Valpuris".
Una línea roja marcaba las coordenadas de tres pilares. Charlotte notó algo crucial: el lenguaje era místico, pero las claves genéticas no estaban completas. Las escrituras eran tan antiguas que ni siquiera Sergey había logrado cifrar todo.
—¿Qué buscabas exactamente, Sergey? —murmuró Charlotte.
Ella sabía que su esposo no buscaba un arma, sino la fuente. El mapa mostraba la ubicación de "El Dorado", oculta por glaciares, casi inaccesible. La búsqueda de Sergey era el linaje.
La puerta se deslizó. Ivanov entró, sus implantes faciales brillando.
—Lord Boris exige información sobre su armadura.
—Dile que espere —respondió Charlotte, irritada, sin dejar de mirar los papeles—. Ivanov, ¿qué sabes de estos "Pilares"?
Ivanov se acercó. Sus ojos fríos se posaron en los pergaminos ancestrales.
—Lady Charlotte, esos no son Pilares. Son los archivos de la ubicación de nuestro linaje ancestral.
Charlotte levantó la mirada, sorprendida. —¿El linaje?
—Sí. La leyenda habla de ellos, pero Sergey fue el único que los ubicó realmente. Esos puntos son las ubicaciones de los primeros Valpuris Ancestrales, nuestros fundadores. Ellos están sellados, dormidos.
Ivanov señaló la marca del "El Dorado". —Sergey quería despertarlos. Pero la ubicación real y confirmada solo la tenemos de uno. El más poderoso. Sergey lo llamó "El Caballero".
—¿Estamos seguros de que es real? —preguntó Charlotte.
—Lo sabremos pronto. Pero esta verdad no debe llegar a Boris. Él es demasiado inestable.
—Boris es nuestro futuro —siseó Charlotte—. Lo usaremos. La Legión Lycan caerá si el linaje ancestral regresa.
Mientras tanto, en la Base de la Legión Lycan, la tranquilidad era la peor tortura.
Tony, el Alfa, supervisaba las rutinas. Su cabello mostraba los toques grises del estrés de las últimas dos décadas de inacción.
En la sala de mando, Lía y Darío hablaban con un tedio apenas disimulado.
—Veinte años de buscar fantasmas. ¿Cuánto más crees que durará esta calma, Darío? —preguntó Lía, apoyada en la consola.
—Es el regalo más extraño que nos ha dado la Guerra de la Sangre —respondió Darío, estirándose—. Estoy empezando a creer que la verdadera batalla es contra el aburrimiento, Lía. Creo que podríamos envejecer en esta base sin un solo problema.
Justo en ese momento, una alarma silenciosa y antigua, un código cifrado que solo Tony reconoció, se activó en el comunicador. Era una baliza Valpuri, activa después de dos décadas. El pulso de energía era tan débil que la Legión casi lo ignora.
—Bueno, parece que hasta aquí duró la tranquilidad —dijo Darío, con una sonrisa irónica, levantándose de golpe mientras Lía miraba la consola con una expresión de pánico.
Tony cortó la comunicación. —Lía, Darío. Reúnan al Escuadrón. No es un simulacro. La baliza Valpuri está activa. El juego ha comenzado.
Minutos después, la alarma de intrusión sonó en la base del Escuadrón 7.
—¡Intrusión, Tony! —gritó Darío. —Dos firmas Lycan de alto nivel. ¡La tecnología no puede identificarlos!
Tony corrió. Cuando llegó al hangar principal, la tensión era insoportable. Dos figuras, cubiertas de pies a cabeza en túnicas oscuras con capuchas, estaban rodeadas por soldados Lycan que dudaban en atacar.
El silencio era total. El ambiente, pesado y ancestral.
En medio del cerco, las dos figuras se detuvieron. Lenta y deliberadamente, se llevaron las manos a las capuchas.
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Editado: 09.12.2025