RELIGIÓN
El campamento humano de la Resistencia estaba escondido en una depresión rocosa, protegido del viento y de la vista Valpuri. Layla, con la edad madura marcada por las cicatrices de innumerables batallas, se encontraba en una tienda improvisada. Frente a ella, en el suelo de tierra apisonada, se encontraban sentados cinco hombres encapuchados. Estos eran los Grandes Sacerdotes.
La atmósfera era densa, cargada de un silencio que no era respeto, sino terror. Layla, líder de mercenarios y guerrera experimentada, se sentía intimidada por su presencia. Los Sacerdotes no eran soldados, sino custodios de la historia antigua y los secretos de la humanidad.
—No pudimos obtener los archivos, Santos Padres —dijo Layla, omitiendo la frustración en su voz—. Marcus y Tanque fallaron. Pero la información es clara: la línea de sangre se ha activado. La guerra de la sangre está a punto de ser mucho peor.
Los Sacerdotes no se movieron. Sus capuchas cubrían sus rostros por completo, y sus cuerpos, delgados y cubiertos con túnicas grises, parecían inertes. Cuando hablaron, no fue una voz, sino un murmullo profundo, una reverberación.
—Lo sabemos, hija de la Tierra —dijeron los cinco Sacerdotes al unísono, sus voces fusionándose en una sola y escalofriante nota—. El velo entre los mundos se desgarra. El despertar es inminente.
Layla frunció el ceño. Odiaba esa forma de hablar. —Necesitamos información sobre los Ancestrales. Necesitamos saber cómo detenerlos antes de que los Valpuris los liberen.
—La batalla feroz se acerca, Layla. Una batalla que podría destruir gran parte del mundo —continuó la voz unificada—. Los Lycans y los Valpuris son solo los niños de la guerra. Lo que viene ahora es la ira original.
Layla se desesperó por la falta de acción. —¿Y los Ángeles? ¿No pueden ser invocados de nuevo, como en el pasado?
El murmullo se detuvo por un segundo, y la voz se hizo más grave, resonando con advertencia.
—El precio de esa intervención es demasiado alto. La humanidad casi fue aniquilada la última vez. No. Esta vez, deben ser los Nuevos quienes luchen contra los Antiguos.
Layla entendió. Estaban solos. Los Sacerdotes le dieron órdenes crípticas de dirigir sus fuerzas a las zonas de Noruega, mencionando que la geografía de la sangre se estaba volviendo importante, pero sin dar un plan claro. Layla salió de la tienda, sintiendo el peso de la fe y la soledad. La humanidad, con su escasa tecnología y su fe en un pasado mítico, estaba en la línea de fuego.
Mientras la Resistencia Humana se movía en las sombras, la base Lycan bullía con una mezcla de frustración por el fracaso y una extraña alegría por el reencuentro. Tony había llevado a Zill y al diezmado Escuadrón 6 de vuelta.
Zill era el polo opuesto de Tony. Si Tony era el peso serio de la culpa, Zill era la ligereza del orgullo.
—Un poco más y Boris me hubiera aburrido hasta la muerte, Tony —dijo Zill, un Lycan tan alto y bien parecido como Tony, pero con una arrogancia que irradiaba de su sonrisa perfecta. Su transformación Lycan, la Sombra Blanca, era conocida tanto por su belleza como por su letalidad.
Tony, con la herida vendada por Sofía, lo miró con furia. —Si hubieras estado donde debías, no habríamos tenido este problema. ¡Y lo peor de todo es que obtuvieron mi sangre!
—Relájate, hermano —Zill se encogió de hombros, con el aire de un millonario creído que acababa de perder una apuesta trivial—. Tienes que aprender a tomarte las cosas con calma.
La tensión entre ellos era palpable. Eran hermanos legítimos, lo que hacía que sus constantes peleas fueran más feroces. Tony lo odiaba por su frivolidad y Zill lo odiaba por su excesiva responsabilidad.
—¡Y yo no le di mi sangre! —dijo Zill, elevando el tono de voz con orgullo, como si eso fuera una victoria personal—. Ivanov vino a buscar la mía, por supuesto. ¿Crees que soy un novato, Tony? El maldito cyborg tuvo que conformarse con unas gotas de tu sangre melancólica.
La sangre de Tony se calentó. —¡Eres un maldito! ¡Podrían haberte matado!
Zill solo rió, su ego intacto. —Pero no lo hicieron.
Zolan y Kalea se acercaron a observar el familiar espectáculo, uniéndose a Phove y Alia.
—Hay cosas que nunca cambian —dijo Zolan, moviendo sus dos hachas de mano distraídamente, aliviando la tensión con una frase que todos los Corvus entendían.
La risa se extendió levemente por la sala, un pequeño alivio en el mal momento.
—Ya basta —dijo Phove, con una voz más seria—. Dejaremos las peleas para después de la guerra. Nos juntaremos de nuevo para batallar contra esos Ancestrales. Esta es la verdad: somos los guardianes.
La tensión se convirtió en acción. Los dos escuadrones, el 7 (Tony) y el 6 (Zill), comenzaron a alistarse. Luka, al mando temporal de la base, aseguraba la logística.
Antes de que la misión comenzara, los Corvus se reunieron para un último chequeo de equipo. La muestra de armas era un reflejo de sus personalidades y su linaje.
Cada uno sacó su arma única, una reliquia o una creación personal, diseñada para cortar, perforar o destrozar el tejido de la vida Lycan o Valpuri:
Tony sacó su espada. Era una hoja de luz concentrada, increíblemente delgada y mortal. Un filo que cortaba hasta lo más difícil, capaz de atravesar la armadura Valpuri como si fuera papel. Un arma de precisión total, como su dueño.
Zill desenfundó su arma. No era un arma blanca, sino un cañón de una sola mano, que había sido modificado con un cañón largo y elegante, especializado en proyectiles explosivos a larga distancia. Un arma de distancia, reflejando su arrogancia.
Phove reveló su arma: una simple barra metálica que tenía una cadena pesada enrollada en el extremo. Con un movimiento rápido, la cadena se soltó, y de la punta surgió una gran bola de hierro con púas. Una maza de guerra brutal, reflejando su fuerza bruta.
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Editado: 24.12.2025