War Blood: La revelación Corvus

CAPÍTULO 19 - LA PESADILLA CARMESÍ

LA PESADILLA CARMESÍ

SOMBRAS EN LA PAMPA

​El transporte transatlántico de la Legión Lycan volaba bajo, evitando los radares internacionales, pero el silencio dentro de la cabina era más pesado que cualquier tormenta. El olor a antisépticos y a ozono medicinal llenaba el aire. En el centro de la zona médica, el Comandante Garra estaba conectado a monitores que emitían pitidos erráticos. Sus heridas, lejos de cerrar, supuraban una energía oscura que parecía devorar la luz circundante.

​A su lado, Lía intentaba mantenerse erguida, pero su piel, usualmente bronceada y llena de vida, ahora tenía un tono ceniciento. Sofía le aplicaba compresas de hierbas andinas y tecnología mística, pero el resultado era nulo.

​—Tony... —susurró Lía, su voz apenas un hilo—. No dejes que me quede atrás. Puedo pelear.

​Tony se acercó y, con una ternura que rara vez mostraba, le tomó la mano. Sus dedos estaban helados.

—No es una cuestión de voluntad, Lía. Es una cuestión de supervivencia. La Dra. Jessica ha sido clara: si entras en combate con esa herida abierta, tu propia magia de sangre se volverá contra ti. Deben regresar a la base principal en cuanto aterricemos en el punto de extracción. Necesitan cámaras de estasis mística.

​Zill, sentado en una esquina mientras cargaba cartuchos explosivos en su cañón largo, no hizo ninguna broma esta vez. Su mirada estaba fija en el mapa digital que mostraba las coordenadas de una red de cavernas en la provincia de San Luis, Argentina.

—El rastro de Charlotte es fuerte allí. Silas no se molesta en esconderse; es como si quisiera que los siguiéramos. Es una trampa, Tony. Una trampa de sangre.

​Al aterrizar en las llanuras argentinas, el calor seco contrastaba brutalmente con el recuerdo del hielo noruego. La Legión se desplegó con rapidez. Tony, Zill, Rock, Darío, Sofía y el resto del equipo avanzaron hacia una estructura que parecía una pirámide invertida enterrada en la tierra roja.

​Los Valpuris de Boris estaban apostados en los riscos, disparando ráfagas de energía carmesí. La batalla fue un caos de tierra y sangre. Dorian y Valian cubrían los flancos de Zill con una ferocidad suicida, mientras Darío usaba su velocidad para desviar los ataques dirigidos a una debilitada Sofía.

​En el centro del anfiteatro natural, Charlotte y Silas observaban. Silas levantó una mano y, con un simple chasquido de sus dedos, una onda de choque invisible derribó a toda la primera línea Lycan.

—Despierta, hermano mío —dijo Silas, su voz retumbando en el eco de las cavernas—. El mundo ha olvidado el sabor del acero.

​La tierra se abrió en una grieta perfecta. De las profundidades emergió un coloso. Lord Cassian Draco no tenía la elegancia espectral de Silas; era un monumento a la guerra. Vestía una armadura pesada de un carmesí tan oscuro que parecía hecho de sangre seca, y en su mano derecha sostenía una espada ancha, una Zweihänder antigua que emanaba un calor abrasador. Sus ojos eran dos carbones encendidos de color rubí.

​Tony no esperó. El dolor por sus amigos heridos se transformó en un impulso eléctrico. Activó su espada de luz y se lanzó contra Cassian en un movimiento que habría decapitado a cualquier Valpuri común. Pero Cassian no era común.

​El Ancestral movió su espada pesada con una agilidad imposible para su tamaño. El choque de las hojas produjo un sonido metálico que hizo sangrar los oídos de los presentes. Tony atacaba con precisión, buscando las costuras de la armadura, pero cada vez que su espada estaba cerca de tocar carne, una llama roja brotaba de Cassian, repeliendo el ataque.

​—¿Este es el heredero de los Corvus? —rugió Cassian, su voz como el choque de placas tectónicas—. ¡Eres una sombra pálida de lo que fluye por tus venas!

​Con un movimiento brutal, Cassian golpeó el escudo de energía de Tony con su hombro, lanzándolo diez metros hacia atrás. Antes de que Tony pudiera recuperarse, Cassian clavó su espada en el suelo, provocando que columnas de fuego surgieran de la tierra. Los Lycans gritaron mientras eran dispersados por el incendio místico.

​Zill intentó intervenir, disparando una ráfaga concentrada de su cañón largo. Cassian simplemente levantó su mano libre y atrapó el proyectil en el aire, deshaciéndolo con la presión de su puño. Silas soltó una carcajada fría desde la retaguardia.

​—¡Es suficiente! —gritó Tony, viendo cómo Rock y Dorian apenas lograban contener a una horda de Valpuris que se lanzaban sobre ellos—. ¡Sofía, saca a los heridos! ¡Luka, activa el transporte de emergencia!

​La retirada fue humillante. Tony tuvo que cubrir el escape mientras intercambiaba tajos desesperados con un Cassian que parecía estar solo calentando. Al llegar al transporte, Tony vio a Garra y Lía siendo subidos a las cápsulas de emergencia. La palidez de sus rostros era la prueba final de su derrota.

​—No podemos seguir así, Zill —dijo Tony, una vez que estuvieron a salvo en el aire, viendo cómo el complejo en Argentina se alejaba—. Silas y Cassian juntos son invencibles para nosotros ahora.

​Tony se acercó a Lía, quien estaba semiinconsciente. Las heridas de Silas en Noruega habían comenzado a brillar con un tono rojizo, reaccionando a la presencia de Cassian.

—Jessica tiene razón. Si los llevamos a Perú, morirán solo por estar cerca de ellos. Sus cuerpos son ahora receptores de la magia de los Ancestrales.

​Al llegar a la base secreta para el reabastecimiento, Tony tomó la decisión más difícil de su vida.

—Comandante Garra, Lía... se quedan aquí. Sofía, quédate con ellos y supervisa la estabilización.

​—Tony, no puedes ir solo con Zill —protestó Sofía, con lágrimas de frustración—. Necesitan apoyo médico.

​—Tenemos a la Dra. Jessica y a Luka —respondió Tony, su mirada endurecida por el odio—. Si llevamos a Lía y a Garra, Silas usará sus propias heridas para matarnos a todos. Esas uñas no solo cortaron carne, dejaron un ancla.




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