War Blood: La revelación Corvus

CAPÍTULO 20 - EL SECRETO DE LOS ANDES

EL SECRETO DE LOS ANDES

​La base de la Legión Lycan en la Patagonia se había convertido en un hospital de guerra. El silencio solo era roto por el zumbido de las máquinas de soporte vital y el goteo constante de los sueros místicos que la Doctora Jessica administraba a los heridos. Tony Von Corvus permanecía de pie frente al cristal de la cámara de estasis donde el Comandante Garra luchaba por su vida. Las heridas infligidas por Silas en Noruega parecían haber cobrado vida propia, ramificándose bajo la piel del comandante como venas de color obsidiana que palpitaban al ritmo de un tambor invisible. Lía, en la camilla contigua, dormía un sueño inquieto, con el rostro contraído por un dolor que ninguna medicina humana o lycan podía mitigar del todo.

​Tony sintió una mano pesada en su hombro. Era Zill. El Lycan de pelaje blanco no llevaba su habitual sonrisa de suficiencia; sus ojos reflejaban la misma fatiga y rabia contenida que los de su hermano. Habían perdido dos veces, y cada derrota había dejado a su familia y a su ejército más cerca del abismo. Tony suspiró, apartando la mirada de sus amigos caídos. Sabía que llevarlos a la fase final sería sentenciarlos a muerte, pero dejarlos atrás se sentía como una traición al código de los Corvus. Sin embargo, la lógica de la guerra era implacable.

​La orden de Kan, su padre y líder supremo de la Legión, había llegado a través de un canal encriptado de máxima prioridad. El mensaje era breve pero devastador: el Soberano Vladimir, el más poderoso y antiguo de los tres señores Valpuri, estaba siendo localizado en las cercanías de las ruinas de Machu Picchu, en Perú. Kan había ordenado el despliegue de todas las fuerzas disponibles, pero también había dejado claro que Tony y Lía debían permanecer en retaguardia para coordinar la defensa de la base debido al estado crítico de la moral y la salud de sus escuadrones.

​—Él cree que estamos acabados, Tony —dijo Zill, rompiendo el silencio con una voz cargada de veneno—. Papá cree que si vamos a Perú, solo seremos más cadáveres para el banquete de Vladimir.

​—No se trata de lo que él crea, Zill —respondió Tony, ajustando las correas de su armadura táctica—. Se trata de que somos los únicos que sabemos cómo pelean Silas y Cassian. Si Kan se enfrenta a los tres sin nosotros, la Legión desaparecerá antes del amanecer. Pero tiene razón en algo: Lía y Garra no pueden ir. Sus heridas reaccionan a la presencia de los Ancestrales. Si se acercan a Vladimir, sus cuerpos estallarán desde adentro.

​Tony tomó su espada de luz y la aseguró en su espalda. Miró a Luka, quien estaba terminando de cargar los suministros en una nave de transporte oculto. No iban a obedecer las órdenes de quedarse en la base. El Escuadrón 7, o lo que quedaba de él, junto con los seguidores de Zill, partirían hacia los Andes en una misión de insurrección y justicia.

​El viaje hacia el norte fue un trayecto de tensión insoportable. Cruzaron las fronteras invisibles del continente, volando sobre las selvas densas y las cumbres afiladas de la cordillera andina. A medida que se acercaban al Cusco, el aire comenzó a vibrar con una frecuencia antigua y poderosa. No era la frialdad de Silas ni el calor de Cassian; era una presión atmosférica que parecía querer aplastar los pulmones de los Lycans. Era la esencia de Vladimir.

​Al aterrizar en una meseta oculta por la neblina perpetua de las montañas, el equipo fue recibido no por enemigos, sino por el filo de lanzas de madera reforzadas con obsidiana. Tres figuras emergieron de la niebla con una velocidad que sorprendió incluso a Zill. No vestían uniformes tácticos ni armaduras modernas, sino mantos de lana y cuero grabados con runas que Tony reconoció como pre-incaicas.

​—Deténganse, extranjeros —dijo el hombre que lideraba el grupo. Era alto, de hombros anchos y una mirada que parecía contener la luz del sol—. Estas tierras no pertenecen a la Legión del sur ni a los chupasangres del viejo mundo. Soy Inti, protector de la Tumba de la Montaña, y ellos son Rumi y Wara.

​Inti desprendía un aroma a tierra mojada y ozono, un olor Lycan puro, sin las impurezas de la civilización moderna. Tony bajó su arma en señal de respeto, comprendiendo que estaban ante una estirpe de Lycans que se creía extinta: los Guardianes del Sol.

​—No venimos a conquistar, Inti —dijo Tony, dando un paso al frente—. Venimos a detener lo que está despertando bajo estas piedras. Los Valpuris ya están aquí, y traen consigo a dos Ancestrales que ya han devastado nuestras filas.

​Inti intercambió una mirada sombría con Rumi, un hombre de piel curtida y brazos como troncos, y con Wara, una mujer de ojos felinos que sostenía un arco cuyos extremos parecían estar hechos de hueso de dragón.

​—Lo sabemos —respondió Wara, su voz era como el susurro del viento entre las rocas—. Los hermanos del caos han llegado. Se hacen llamar Demian y Orion. Se han aliado con el que llaman Boris. Han estado profanando los altares, buscando la entrada al Gran Sello. Han traído una oscuridad que la montaña no ha visto en milenios.

​Tony sintió un escalofrío. Demian y Orion eran nombres que figuraban en las leyendas Valpuri como los "Arquitectos del Dolor", tácticos que habían servido bajo Vladimir durante las Guerras Originales. Si ellos estaban allí, significaba que la seguridad de la tumba ya había sido comprometida.

​La alianza entre los Lycans modernos y los Guardianes Andinos se forjó en la urgencia del momento. Inti los guio a través de senderos que no aparecían en ningún mapa satelital, subiendo por escalinatas de piedra que desafiaban la gravedad. A medida que ascendían hacia la meseta oculta que albergaba el Sello de Vladimir, el ruido de la batalla comenzó a resonar entre los picos.

​—Están cerca —advirtió Rumi, olfateando el aire—. El olor a sangre Valpuri es fuerte. Pero hay algo más... una esencia de Corvus que no pertenece a ninguno de ustedes.




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