War Blood: La revelación Corvus

CAPÍTULO 21 - EL PRECIO DE LA LEALTAD

EL PRECIO DE LA LEALTAD

​El estruendo en la meseta andina no era solo el de la batalla, sino el del fin de una era. La neblina se teñía de un rosa enfermizo bajo el resplandor de las ráfagas de energía. Tony Von Corvus se abría paso entre la marea de Valpuris, su espada de luz emitiendo un zumbido ensordecedor que apenas lograba acallar los gritos de los moribundos. A su lado, Inti derribaba enemigos con su lanza de obsidiana, moviéndose con una gracia ancestral.

​—¡No dejen que se acerquen al centro del altar! —rugió Tony, su voz rasgada por la tensión—. ¡Si la sangre llega al sello, Vladimir despertará antes de que podamos sellar las grietas!

​En el flanco derecho, el caos era absoluto. El Escuadrón 6 estaba siendo empujado hacia el borde de un precipicio natural. Dorian, con su pelaje cobrizo erizado y cubierto de ceniza, descargó su martillo sobre el cráneo de un Valpuri de élite, pero antes de que pudiera recuperar su postura, un silbido metálico cortó el viento. La cadena de Orion voló como una serpiente de acero, golpeándolo directamente en el pecho. El sonido de sus costillas rompiéndose fue audible incluso por encima del fragor del combate.

​Dorian salió despedido, golpeando un pilar de piedra con un impacto seco. Valian, que estaba degollando a un enemigo cercano, se quedó petrificado al ver a su compañero inmóvil.

​—¡DORIAN! —el grito de Valian desgarró el aire. Se lanzó desesperadamente, ignorando las dagas que rozaban sus costados. Al llegar, se desplomó de rodillas, tomando la cabeza de su amigo entre sus manos temblorosas—. ¡No, no, no! ¡Mírame, idiota! ¡Quédate conmigo!

​Dorian abrió los ojos con dificultad, una cascada de sangre espesa brotando de su boca. Intentó levantar una mano para tocar el brazo de Valian, pero sus fuerzas lo abandonaron a mitad de camino.

​—Val... —susurró Dorian con un esfuerzo sobrehumano, sus ojos perdiendo el foco—. Corre... diles a los demás que... fue un honor...

​—¡Cállate! ¡No te despidas, maldito seas! —sollozó Valian, apretando el cuerpo inerte contra su pecho mientras sentía cómo el calor de su amigo se desvanecía—. ¡Dra. Jessica! ¡Sofía! ¡Alguien, ayúdenme!

​Pero nadie acudió. Dorian exhaló su último aliento en un suspiro ronco, dejando a Valian solo en medio del carnicero, abrazando un cadáver mientras el llanto se transformaba en un aullido de puro odio.

​A pocos metros, la situación del Escuadrón 7 era igual de desesperada. Lord Cassian Draco caminaba impasible, su Zweihänder carmesí goteando sangre Lycan. Sofía intentaba cubrir a los heridos mientras Darío mantenía la posición a duras penas.

​—¡Es demasiado fuerte, Tony! —gritó Sofía, disparando ráfagas de su arma de mano que apenas hacían mella en la armadura del Ancestral—. ¡No podemos contenerlo más!

​Cassian Draco soltó una carcajada profunda que hizo vibrar el suelo.

Pequeños cachorros jugando a ser lobos —siseó el gigante, levantando su espada sobre su cabeza—. Es hora de que se reúnan con sus ancestros en el polvo.

​El Ancestral se lanzó hacia Sofía con una estocada descendente. Ella cerró los ojos, sabiendo que no sería capaz de bloquear ese golpe. Pero el impacto nunca llegó. Darío se había lanzado en un movimiento suicida, empujándola con todas sus fuerzas.

​—¡SOFÍA, FUERA DE AQUÍ! —fue lo último que gritó Darío.

​La espada de Cassian no falló su objetivo secundario. En un movimiento tan rápido que pareció un destello de luz roja, el filo cercenó el cuello de Darío. La cabeza del joven Lycan voló por el aire antes de caer entre los escombros, mientras su cuerpo caía de rodillas, soltando chorros de vida sobre el suelo sagrado.

​Sofía cayó al suelo, aturdida por el empujón, pero al levantar la vista y ver el cuerpo decapitado de Darío, su mente se quebró. La lógica del combate desapareció. Sus ojos se inyectaron en sangre y un grito de agonía pura escapó de sus labios.

​—¡NOOOOO! ¡DARÍO! —Sofía se puso de pie de un salto, desenvainando sus dagas gemelas—. ¡Maldito seas, monstruo! ¡Te voy a arrancar el corazón!

​—¡Sofía, no! ¡Vuelve a la formación! —gritó Tony desde la distancia, pero sus palabras cayeron en oídos sordos.

​Ella se lanzó contra Cassian en una ráfaga de tajos ciegos. Cassian ni siquiera se molestó en usar su espada para defenderse; simplemente movía su torso con una elegancia insultante, esquivando cada golpe por milímetros.

​—Tu dolor es delicioso, niña —dijo Cassian, atrapando ambas muñecas de Sofía con una sola mano, apretando hasta que los huesos crujieron—. Pero tu debilidad me aburre.

​—¡Púdrete en el infierno! —le escupió Sofía a la cara, intentando morderle la garganta con sus colmillos Valpuri.

​Cassian Draco soltó una sonrisa cruel. Soltó sus muñecas y, con un movimiento fulminante, la agarró por el cuello, levantándola a un metro del suelo. Sofía pataleó, sus uñas arañando desesperadamente el metal del guantelete del Ancestral. Con un giro seco de su muñeca, Cassian rompió el cuello de la mujer. El sonido del hueso quebrándose fue como una rama seca en el silencio de un bosque. Luego, lanzó su cuerpo sin vida sobre el de Darío, como si se tratara de basura.

​Tony Von Corvus lo vio todo. Vio la muerte de Dorian, vio la decapitación de Darío y vio el asesinato a sangre fría de Sofía. El mundo pareció detenerse. El ruido de la batalla se volvió un zumbido lejano. En su pecho, un calor insoportable comenzó a expandirse, quemando sus venas, incinerando su humanidad.

​—¿Tony...? —murmuró Zolan, que estaba cerca, retrocediendo al ver el aura que comenzaba a emanar de su líder.

​Tony soltó un rugido que hizo que incluso los Valpuris se detuvieran. No era un rugido de dolor, sino de poder puro. Su pelaje comenzó a brotar, volviéndose de un negro tan denso que parecía una mancha en la realidad. Sus músculos se hincharon bajo su armadura, rompiendo parte de ella. Sus ojos brillaban con un fuego carmesí que iluminaba la neblina.




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