EJECUTOR CELESTIAL
[RECUERDO DEL PASADO DE KAN Y VLADIMIR]
En el umbral de la consciencia de Kan, justo cuando el agotamiento amenazaba con apagar su mente, emergió un recuerdo nítido, bañado en la luz dorada de un pasado que parecía pertenecer a otra vida. Eran dos niños, pequeños y asustados, abrazados en el rincón oscuro de una cabaña mientras afuera el mundo se desmoronaba. En aquel entonces, su pueblo era un santuario oculto donde demonios, licántropos y otras criaturas de la noche convivían en una paz absoluta. No buscaban la guerra con el hombre; solo buscaban el derecho a existir en los márgenes de la creación.
Pero la humanidad, movida por el miedo a lo desconocido, invocó un castigo que no distinguía entre inocentes y culpables. El recuerdo se tornaba vívido y doloroso: el cielo abriéndose para dejar paso a una figura de armadura blanca y alas cegadoras. Azael. El ángel no cuestionó, no dudó. Con un movimiento de su espada, redujo la aldea a cenizas y ejecutó a los padres de Kan y Vladimir frente a sus ojos infantiles.
Fue Carmen, una mujer humana de una bondad incomprensible, quien los encontró escondidos entre los escombros y los crió como propios. Durante su adolescencia, los hermanos notaron la cruel disparidad de sus naturalezas: mientras ellos apenas cambiaban con el paso de las décadas, Carmen envejecía a una velocidad que les rompía el corazón. Tras su muerte, la balanza se rompió. Vladimir, endurecido por el trauma, juró que el linaje Corvus nunca volvería a ser víctima, mientras que Kan buscaba honrar el legado de paz de Carmen. Esa divergencia fue el cáncer que terminó separando a los dos hermanos en una guerra de mil años.
De vuelta en el presente, sobre las piedras ensangrentadas de Machu Picchu, el silencio tras el combate de los reyes era casi insoportable. Kan Von Corvus permanecía de pie, con la ropa hecha trapos y el pecho subiendo y bajando en estertores pesados. Vladimir, derrotado, estaba hundido en un cráter, su forma de Ancestral desmoronándose ante la luz del alba que ya teñía las nubes de un rosa pálido.
De repente, la tensión se rompió de la forma más inesperada. Kan, el imponente patriarca de la Legión, simplemente dejó de luchar contra la gravedad. Sus rodillas cedieron y cayó de espaldas contra el suelo de piedra con un golpe seco que hizo eco en las ruinas.
—PADRE! —gritó Tony, lanzándose hacia él con lo poco que le quedaba de energía.
—¡Resiste, viejo, no te mueras ahora! —bramó Zill, llegando al otro lado, con las manos temblando mientras buscaba signos vitales.
Incluso Luka y Valian se acercaron con rostros de terror, temiendo que el esfuerzo de la forma Lycan Rey hubiera detenido el corazón de su líder. Pero entonces, un suspiro largo y ronco escapó de los labios de Kan. El patriarca abrió un ojo, mirando a sus hijos con una mezcla de fastidio y afecto cansado.
—Dejen de gritar acaso un viejo no puede un poco, idiotas —refunfuñó Kan, soltando una pequeña risa que terminó en una tos seca—. Solo estoy cansado. Me duele hasta el alma y el suelo está extrañamente cómodo. Si alguno intenta hacerme respiración boca a boca, juro que lo degrado a limpieza de letrinas por el resto de su vida.
Tony soltó un suspiro de alivio tan grande que casi se desploma él también, mientras Zill se sentaba en el suelo, riendo con histeria.
—Casi me das un infarto, viejo. Por un momento pensé que tendríamos que repartir la herencia y Tony se iba a quedar con tu colección de todo tu alcohol.
—Ni lo sueñes, Zill —respondió Kan, cerrando los ojos con una sonrisa débil—. Esas botellas me los beberé todos yo cuando salgamos de es matadero.
La pequeña burbuja de humor se desvaneció cuando una nube de humo denso y negro comenzó a brotar de las grietas de la tumba principal. Boris emergió, seguido de cerca por el cyborg Ivanov. El joven Valpuri estaba cubierto de polvo y sangre, pero su determinación seguía intacta. Caminó hacia el cráter donde Vladimir yacía exhausto.
—Señor Vladimir... —dijo Boris con un tono de respeto absoluto, inclinando la cabeza brevemente antes de ofrecerle el brazo—. El sol está reclamando el cielo. Debemos retirarnos a las cámaras inferiores inmediatamente. La regeneración mística está lista.
Vladimir, aún en su estado de debilidad, permitió que Boris lo levantara. Ivanov se posicionó delante de ellos, sus sistemas de armas emitiendo un pitido de advertencia mientras apuntaba a los Lycans.
—Objetivos localizados. Protocolo de retirada en curso —anunció la voz metálica del cyborg.
Vladimir miró a Kan desde la distancia, apoyado en el hombro de Boris.
—Has ganado una batalla, hermano, pero has despertado un hambre que no puedes saciar. El sello ya no existe. El mundo recordará por qué nos llamaban los Soberanos.
Boris lanzó una mirada de odio gélido hacia Tony, una promesa silenciosa de que su rivalidad personal estaba lejos de terminar, y los tres desaparecieron en las profundidades de la pirámide justo cuando el primer rayo de sol directo golpeó el altar de piedra.
Tras el cese de la batalla a cientos de kilómetros de distancia donde la geografía no localiza la ubicación ya que los cubría magia antigua.
En un valle recóndito, los oradores humanos de la resistencia habían completado el círculo. Layla observaba con los ojos entrecerrados el centro del ritual, donde la realidad misma parecía estar desgarrándose. El aire olía a ozono, incienso y a un poder que hacía que el instinto de supervivencia de cualquier ser vivo gritara "huye".
—Capitana, la señal es absoluta. El puente está abierto —informó un soldado, cuya voz temblaba por la presión atmosférica que los rodeaba.
De repente, una columna de luz blanca y pura, de un brillo tan intenso que quemaba las retinas, descendió del cenit del cielo. El impacto contra el suelo no generó fuego, sino una onda de choque de pureza que hizo que los soldados humanos cayeran de rodillas de forma involuntaria. Una neblina dorada y gélida se extendió por todo el valle, y de ella, con una lentitud aterradora, emergió una figura.
#732 en Fantasía
#422 en Personajes sobrenaturales
#1054 en Otros
#192 en Relatos cortos
Editado: 24.12.2025