War in the after life

Alejate

La fiesta empezaba a vaciarse. Las luces se habían vuelto más suaves, y la música sonaba lejana, como si todo el lugar estuviera quedando atrás. Erick salió al exterior en busca de silencio, todavía con la cabeza llena del encargo y de la escena del balcón.

Cuando el ruido se disipó, una voz familiar lo detuvo.

—Erick.

Se giró. Andrei estaba allí, ya sin la copa en la mano ni la sonrisa de anfitrión.

—No pensé que seguirías aquí —dijo el omega, con un intento de indiferencia.

—Tampoco yo. Pero pensé que sería una pena terminar la noche sin hablar de verdad. —Andrei guardó las manos en los bolsillos—. A unas calles hay un lugar tranquilo, sirven buena comida.

Solo una cena.

Erick dudó. Todo en él le decía que era una mala idea, pero su silencio se alargó demasiado y el ruso lo tomó como un sí.

—Prometo que no es una trampa —añadió con una media sonrisa.

Un rato después, se encontraron frente a una mesa discreta, en un restaurante casi vacío. El murmullo del lugar y la tenue luz de las velas hacían parecer que el mundo entero se había encogido a ese rincón.

La conversación empezó con cortesías. Asuntos triviales, comentarios sobre la música, sobre la ciudad. Pero poco a poco la voz de Andrei fue volviéndose más baja, más personal.

—A veces pienso que no debería estar haciendo esto —confesó—. Que mezclar el trabajo con lo que siento es peligroso.

Erick alzó la mirada.

—¿Y aun así lo haces?

—No siempre elegimos lo que nos atrae —respondió él—. A veces simplemente sucede.

El silencio entre ellos volvió a llenarse de esa tensión que parecía seguirlos desde el balcón. Erick apartó la vista, respirando hondo.

—No deberías acercarte más —dijo finalmente—. No me busques, Andrei. No quiero volver a esto.

—¿A qué te referís con “esto”? —preguntó él, con voz contenida.

—A lo que sea que intentás hacer —replicó el omega, levantándose—. No necesito complicaciones, ni que alguien me lea como si pudiera entenderme.

Andrei se incorporó también, sin alzar la voz.

—No quiero complicarte, Erick. Solo… no puedo fingir que no te veo.

Erick dio un paso atrás, nervioso.
—Te lo advierto. Alejate.

Por un momento, el ruso no respondió. Solo lo observó, y en su expresión había más tristeza que desafío.

—Podría hacerlo —dijo finalmente—. Pero mentiría si dijera que quiero hacerlo.

Erick lo miró, indeciso entre el impulso de irse y el de quedarse. Luego giró y se alejó, sin mirar atrás.

Andrei permaneció en su sitio, viendo cómo su figura se perdía entre las luces de la calle.

—No voy a rendirme todavía —murmuró.

Pov. Andrei

La puerta del restaurante se cerró detrás de él, y por un momento todo quedó en silencio. Afuera, la ciudad respiraba con el brillo distante de los autos y el olor a lluvia que empezaba a caer.

Andrei se quedó quieto, mirando hacia donde Erick había desaparecido.

No era la primera vez que alguien lo rechazaba, pero esto se sentía distinto. Había una carga, una electricidad que no podía controlar.

Y más allá del impulso, había algo que lo inquietaba: ese olor. Ese rastro suave de rosas que parecía haber quedado impregnado en el aire y en su memoria.

Se pasó una mano por el rostro, exhalando con frustración.

—Así que eras tu… —murmuró para sí.

El omega que había percibido en la organización, aquel aroma que lo había perseguido todo el dia sin poder ubicar su origen.

Ahora lo sabía.

Acomodo su ropa y caminó hasta su coche. Mientras avanzaba, su mente ya planeaba.

No podía acercarse directamente, no ahora. Erick era desconfiado, y con razón. Pero todos los muros se derrumban con el tiempo.

Podría aparecer de forma casual, ofrecerle ayuda en la misión, cruzar miradas donde él menos lo esperara.
No necesitaba forzar nada; solo debía esperar el momento exacto en que su control se quebrara.

“Lo conquistaré”, pensó, con esa calma peligrosa que solo mostraba cuando ya había decidido algo.

“Y cuando me mire sin miedo, sabrá que no puede escapar.”

Encendió el motor y se perdió entre las luces.

Pov. Erick

Esa noche no durmió.

El espejo del baño devolvía su reflejo cansado, pero no era el cansancio lo que lo atormentaba, sino el recuerdo del ruso: su mirada, su voz, su insistencia.

Se recostó en la cama y se cubrió el rostro con un brazo.

“Idiota… ¿por qué dejaste que te afectara?”

No podía permitirse distracciones. Había una misión, un objetivo claro.
Y sin embargo, cada vez que cerraba los ojos, volvía a sentirlo tan cerca que su respiración se agitaba.

Intentó convencerse de que todo había sido una estrategia: que Andrei jugaba con él, que quería manipularlo, que nada de lo que dijo era real.

Pero su cuerpo lo traicionaba.

Había algo en su olor, en su presencia, que lo alteraba más allá de la lógica.

Se levantó con un suspiro exasperado y miró por la ventana.

La lluvia caía ahora con fuerza, y en el reflejo vio sus propios ojos cargados de una emoción que no quería nombrar.

“No voy a caer en esto”, se dijo.
No era la primera vez que alguien intentaba romper sus defensas. Pero si algo había aprendido en la organización, era que los sentimientos eran un lujo… y un arma.

Y él no pensaba ser el blanco de nadie.




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