Mi mundo olía a café tostado y a papel viejo, los dos aromas que definían a "El Tintero". Mi oficina y refugio donde mis textos cobraban vida. Afuera, la ciudad rugía con el estruendo metálico de una obra en construcción, un recordatorio constante del caos que intentaba ordenar en la página en blanco. Pero el verdadero desorden estaba en la esquina superior derecha de la pantalla de mi notebook. Tres pequeños sobres rojos parpadeaban con la insistencia de un latido arrítmico. ”Estimado Leonardo García, le informamos que posee una deuda de…”. Cada notificación era un reclamo de mi realidad, para que hiciera algo al respecto.
Con un suspiro, minimicé las ventanas. No iba a solucionar eso ahora. Quizás nunca, al menos eso me temía, luego de estar meses enviando solicitudes de trabajo sin éxito. Al otro lado del local, ajena a mi naufragio silencioso, estaba Clara. Tenía el pelo recogido en un moño desordenado y el ceño fruncido en un gesto de concentración mientras leía un libro de tapa blanda. Para mí, ella era el ancla de aquel lugar; la personificación de una calma que me resultaba tan lejana como la superficie de Marte.
Abrí mi aplicación de escritura, pero algo había cambiado. Un pequeño cuadro de diálogo me informó de una actualización completada. El programa que antes conocía como 'WriterPro' ahora se presentaba con un logo más elegante, casi orgánico. Debajo del nuevo nombre, una nota en letra pequeña: Weaver v7.7.7. Al hacer clic en la notificación de la app, apareció un anuncio con las nuevas funciones. “Te presentamos a nuestro nuevo asistente integrado con IA, Weaver te ayudará con tus ideas para que tu escritura alcance el siguiente nivel”. Arqueé una ceja. “Qué número más raro”, pensé. “Ese número como una máquina tragamonedas. Seguramente sea una broma de algún programador con demasiado tiempo libre”. Lo cerré sin darle más importancia y me enfrenté al cursor parpadeante.
Las palabras no fluían. La frustración, espesa y amarga, se me subió por la garganta. ¿De qué servía todo aquello? Comencé a teclear con una rabia sorda, más para desahogarme que para avanzar en la novela.
«En su mundo, el comandante Vexthar podía controlar el caos. Podía escribir ‘un golpe de suerte’ y la vida misma encontraría la solución entre los escombros de su propia desesperanza, pero aún así, no lograba conseguir aquello que anhelaba».
Dejé la frase ahí, suspendida. Un monumento a mi propia impotencia.
Dos horas más tarde, con los ojos cansados y solo un par de párrafos mediocres añadidos, decidí rendirme por el día. Guardé el portátil en la mochila y me acerqué a la barra.
—Hola, Sara. Cóbrame el americano de siempre —le dije, sacando la cartera.
Ella, una joven con piercings y una sonrisa perpetua que ocultaba su cansancio, negó con la cabeza mientras limpiaba la máquina de expresos.
—No hace falta, Leo. Ya está pago.
Me quedé observándola, confundido. —¿Pago? ¿Por quién?
—No lo sé. Un cliente que se fue hace un rato. Dijo que te pagaba lo de hoy y que te dejaba otro café pendiente para mañana. Un golpe de suerte, ¿no?
La frase me golpeó como una descarga eléctrica. Me quedé inmóvil, con la cartera a medio abrir. Mi mirada se desvió inmediatamente hacia la mesa vacía donde había estado sentado, donde el portátil ahora dormía dentro de la mochila. El ruido alrededor, el murmullo de las conversaciones, todo parecía desvanecerse en un leve zumbido. Se sintió una eternidad, pero duró un segundo. Intenté no darle mucha importancia en el momento, dejé unos centavos de propina y me fui para mi apartamento.
Llegué con la cabeza hecha un lío. Me serví un vaso de agua, intentando diluir la extraña coincidencia que se me había pegado al paladar, pero el sabor persistía. “Un golpe de suerte”. Era una frase común, una casualidad estadística. Nada más. Intenté forzarme a creerlo, pero una parte de mí, la que vivía de tejer patrones y encontrar significados ocultos, no podía soltarlo.
Me senté frente al notebook, para hacer lo único que sabía hacer cuando el todo se volvía demasiado ruidoso: escribir. Abrí el manuscrito de Vexthar en Weaver. De pronto, la imagen de Clara en la cafetería llegó a mi mente. Decidí regalarle esa calma a mi comandante.
Inspirado, me quedé escribiendo durante horas. Proyecté ese anhelo en el personaje, construyendo la escena que deseaba vivir. Y empecé a escribir cómo el rudo protagonista se encontraba con Lyra, la misteriosa erudita, en una biblioteca ancestral. Un primer acercamiento, algo un poco inverosímil para él, pero en el momento sentí la necesidad de escribirlo. Por más que después lo borrara, tenía sentido en ese ataque de inspiración.
«Vexthar observaba a Lyra desde la distancia, admirando la serenidad con la que descifraba los tomos prohibidos. Ansiaba una excusa, un puente sobre el abismo de silencio que los separaba. Y entonces, como si el destino escuchara su ruego, un acólito torpe tropezó cerca, derramando una jarra de agua que salpicó peligrosamente el pergamino de ella. Momentos después, al intentar ayudarla se le escurrió de entre las páginas un marcapáginas de cuero trenzado, que cayó al suelo sin que ella lo notara. Era la oportunidad perfecta».
Al día siguiente, en "El Tintero", me senté en mi mesa habitual, sintiéndome un poco más ligero. Escribir siempre ayudaba. Pedí el café que tenía a favor y abrí el portátil. Clara ya estaba allí, hermosa como siempre, pero esta vez estaba en la siguiente fila, más cerca. Y entonces, ocurrió.
Un camarero, nuevo y visiblemente nervioso, tropezó al esquivar a un cliente, y la bandeja que llevaba se inclinó. Un vaso de agua se derramó, y salpicó el borde de la mesa de Clara, a centímetros de su libro. Me quedé paralizado. Mientras ella se apresuraba a revisar que su libro estuviera seco, un pequeño marcapáginas de cuero trenzado se deslizó de entre las hojas y cayó al suelo, silencioso, junto a su silla. Instintivamente, como si algo me empujara, fui a ayudarla, le ofrecí unas servilletas y le devolví el marcapáginas, el cual observé fijamente por un momento. No lo podía creer. Clara me agradeció y volví a mi asiento.
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distorsion de la realidad, alterar el futuro, escritor frustrado
Editado: 30.09.2025