"Werena en el pueblo de los muertos"

Capítulo I - El viaje

Isela tenía planeado ir de vacaciones a la playa junto a su grupo de la escuela como premio por haber terminado el año con buenas calificaciones.

Aquella mañana, el minibús aguardaba con el motor encendido y las ventanas abiertas. El aire era tibio, cargado de risas y música improvisada. Todos subieron hablando al mismo tiempo, contando historias, cantando canciones que ya nadie recordaba completas.

Isela se sentó junto a la ventana, en uno de los asientos del fondo. Detrás de ella se acomodaron Tomás, León y Bruno, empujándose entre bromas. Cerca de la puerta corrediza iban Malena e Iván, apoyados contra el vidrio, mirando el camino.

En los asientos delanteros viajaban el chofer, la profesora Elvira y la secretaria Silvia.

El vehículo arrancó.

Isela apoyó la frente contra la ventana. El paisaje comenzó a deslizarse lentamente y, sin darse cuenta, el murmullo de las voces se volvió lejano. Cerró los ojos.

Soñó con un portón negro.

Despertó de golpe con gritos.

Sus compañeros forcejeaban desesperados intentando abrir la ventana de la puerta. Golpeaban el vidrio, se empujaban, gritaban palabras sin sentido. El minibús se sacudía.

—¡Tranquilos! —gritó la profesora Elvira, alterada—. Falta mucho para llegar, cálmense.

Nadie la escuchaba.

En el caos, uno de ellos cayó sobre la puerta. Hubo un golpe seco. El metal cedió y la puerta se desplomó contra el suelo del vehículo.

El minibús frenó bruscamente.

Isela intentó levantarse para ayudar, pero resbaló entre los cuerpos y el ruido. Sintió un golpe fuerte… y luego, nada.

Cuando despertó, el silencio era absoluto.

El sol la encandiló. Tenía las rodillas cubiertas de sangre seca, los codos raspados, el rostro ardiendo. Su bolso no estaba. El minibús tampoco.

Lo único que conservaba era su pulsera de mar.

Se incorporó con dificultad y miró alrededor. Estaba en una carretera interminable, flanqueada por árboles verdes cuyas hojas secas crujían con el viento. El sol, alto, vibraba con los colores intensos del atardecer, como si el tiempo estuviera suspendido.

A ambos lados del camino crecían girasoles amontonados, moviéndose al unísono.

Gritó pidiendo ayuda. Nadie respondió.

A la derecha, un sendero de piedras se abría entre la vegetación. Isela caminó hacia allí.

Entonces lo vio.

Un enorme portón negro, diseñado con formas de flores marchitas. La pintura era fresca y oscura como la luna nueva. En la parte superior, un nombre grabado en siglas:

BIENVENIDO AL PUEBLO DE LOS MUERTOS

Isela se quedó inmóvil.

Era exactamente el lugar que había visto en sus sueños durante el viaje. El aroma a árboles secos, los cuervos cruzando el cielo, le provocaron una nostalgia profunda, un recuerdo imposible… como si ya hubiera estado allí antes.

El portón se abrió solo.

Y ella avanzó.

Frente a sus ojos se desplegó un pueblo increíble.
Una neblina comenzó a invadir su mente de recuerdos y tormentos que se sentían raros pero cálidos como un hogar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.