Isela llegó a la entrada y un viento fresco le atravesó los huesos. No era frío, pero sí profundo, como si le hablara desde adentro. La sensación era extraña.
No tenía miedo, no se sentía sola, se sentía en casa todo era familiar
Tomó aire. Respiró hondo. Y empujó el portón.
El metal negro, cubierto de flores marchitas, rechinó con un sonido antiguo, como si no se hubiera abierto en años. El eco se extendió por todo el pueblo los cuervos negros salieron volando de las murallas.
Al cruzar, Isela se detuvo.
Frente a ella se desplegaban casas hermosas, alineadas con una perfección inquietante. Cada una tenía un número en la puerta. Todas eran similares, casi idénticas, aunque pintadas en colores pasteles y tonos intensos. Era como si alguien hubiera repetido la misma casa una y otra vez, cambiándole apenas el color.
Lo raro de cada casa es que tenía números en las puertas lo que representaba algo importante que Isela va a descubrir más adelante.
Había lugares para compartir, mesas, espacios abiertos. Todo parecía preparado….esperando por ella esperando ese momento en el que ella vuelva a ese lugar
Isela suspiró.
Entonces levantó la vista.
En lo alto de una montaña se alzaba una mansión blanca. Su portón, de un blanco esmeralda, brillaba bajo el sol. La colina era tan alta que parecía tocar el cielo. La neblina cubría parte del camino, escondiéndola y revelándola al mismo tiempo.
Isela quedó inmóvil, sorprendida.
—¡Una intrusa! —gritó de pronto una mujer que barría la vereda de una de las casas.
La señora la señaló—. ¡Está viva!
Las puertas se abrieron. Las miradas se clavaron en ella.
—¿Qué hacés acá?
—No deberías estar aquí.
—Este no es tu lugar.
Isela intentó hablar, pedirles que se detuvieran, pero la rodearon. La empujaron de un lado a otro hasta que una voz firme atravesó el murmullo.
—¡Paren! Disparando una bala de su revolver
El silencio cayó de golpe.
Todos se quedaron en silencio con la cabeza abajo observando cada paso que el hombre hacia hasta llegar a ellos.
Un hombre avanzó entre ellos. Su presencia imponía calma.
—Es Isela —dijo.
Todos quedaron inmóviles.
Luego comenzaron los murmullos, los suspiros, las exclamaciones.
—Volvió…
—Después de tanto tiempo…
—Perdonanos.
La gente sonrió. Volvieron a sus quehaceres como si nada hubiera pasado.
Isela permaneció en el centro, confundida.
—¿Dónde estoy? —preguntó.
El pastor la observó con una expresión imposible de descifrar.
Bienvenida soy Caspian el pastor del pueblo
Luego levantó el dedo y señaló la montaña.
—Él te espera.
Isela se giró para seguir hablando…
Pero ya no había nadie.
Solo el viento fresco, la neblina y el silencio del pueblo.