What i´m for you.

Capítulo 1

 “Ambientalista de personas”

 

Sentí aquello extraordinario que muchos llamaban amor a los quince, mi primer amor para ser específicos. Su nombre era Alex y tenía miles de problemas rodeándolo y atormentando su mente minuto a minuto, por lo que no pude resistir a ayudarlo con mi amor. Nuestra relación era tóxica, él hacía las cosas mal, me lastimaba y más tarde con palabras bonitas lo perdonaba, así permanecimos hasta los diecisiete años pero un día supe que no iba a cambiar hasta que sintiera la verdadera pérdida. Ese día fingí una enfermedad crónica capaz de matarme, con la ayuda de conocidos lo engañé, a él le dolió y aún más cuando descubrió mi mentira pero entonces entendió que debía cambiar y se fue. No estuve en desacuerdo, al contrario, me había alegrado, no niego que dolió, porque sí lo hizo pero una cualidad que odiaba de mí era que pensaba en el bien de otros antes que en el propio. Otra característica era mi obsesión de siempre pensar lo mejor de los demás, de mi padre, un asesino a sangre fría, pensaba que podría cambiar, amarme y llegar a formar una pequeña familia. Odiaba ser así pero era incapaz de odiarme a mí misma por el simple hecho de que sentía un rechazo inminente a odiar personas.

Sin embargo, a pesar de todo lo malo y lo bueno ahí estaba yo, una muchacha de dieciocho años en medio de un posible asesinato de una mala persona. Querían electrocutar a un delincuente por matar veinte personas sin parpadear. Sea quien sea, lo mereciera o no, nosotros no somos jueces para determinar la muerte de una persona, sólo Dios es capaz de ello.

–Si lo matan a él, me matarán a mí y entonces tendrán problemas por asesinar a un inocente– En ese momento me sentí como una de aquellas personas que se encadenaban a los árboles para que no los talen. Una ambientalista, pero en vez de defender los derechos de las plantas, defendía los de las personas.

–¡Muévete de ahí niña!— Los guardias no se animaban a acercarse y causaba gracia la forma en la que me observaban, vi el miedo en los ojos de cada uno.

–Si jalan esa palanca los explosivos que llevo encima harán ¡BOOM! — A ser sincera no podía controlar las ganas que tenía de reír, la dinamita era falsa y aunque sé que mentir no es propio de buenas personas no dejaba de repetirme, “el fin justifica los medios”, o por lo menos lo hacía en ciertas ocasiones. Y nuevamente me veía pensando en Alex y mis mentiras para ayudarlo, hacía ya un año que no lo veía, que no lo sentía pero sabía que estaba bien así.

–Escucha niña, prefiero morir yo a que lo hagan todas las personas en la sala. Me culpan de algo que no hice pero hay muchas cosas de las que me arrepiento en mi vida y son justificación necesaria para lo que están a punto de hacer.

El hombre que estaba por ser electrocutado me hablaba al oído por detrás ya que yo estaba sentada encima de él, pobre hombre, de seguro elegiría morir antes que tenerme arriba suyo.

–Exactamente por lo que dice usted, lo están culpando por algo que no hizo.

–Quítate de ahí— Los policías estaban aterrados mirando fijamente lo que llevaba pegado con cinta adhesiva a la chaqueta.

–¡Ustedes no son Dios para juzgar si éste hombre merece la pena de muerte o no!

–Adela por favor, soy Shane, nosotros dos somos buenos amigos pero este es nuestro trabajo y sólo cumplimos órdenes.

No era la primera vez que cometía semejante locura, protesté durante semanas para que quitaran la estatua de una guillotina que ocupaba la columna del patio de la prisión. Además de mis protestas iba al establecimiento para ayudar a los presos con sus vidas, los escuchaba, me hacía amiga de ellos y entre ambos buscábamos una solución. Estaba orgullosa de la persona que era y sabía que mi mamá también lo estaba, me lo confesó entre sueños.

—No me importa que seamos amigos, hermanos, compinches o lo que sea. Además, él me afirma que no es culpable de los crímenes de los que se le acusa, no pueden electrocutar a una personas inocente, dos mejor dicho.

–A ser sincero no nos preocupa tanto eso, sino que si te matamos a ti nos mataremos a nosotros; por lo tanto muchachos suspendan todo, hablaré con la señorita y el “inocente”.

Ese hombre que acababa de hablar con arrogancia y egoísmo era Gabriel, jefe de la prisión y de la estación de policía de Las Vegas; nada más ni nada menos que un cerdo inútil preocupado por su trasero. Siempre me había preguntado por qué se llamaba Gabriel si era todo lo contrario a su significado. No lo odiaba, sólo aborrecía su presencia.

Cinco minutos más tarde de todo el lío me encontraba sentada en el escritorio de aquel hipócrita con Malcom a mi lado, el hombre que querían asesinar, esperando a que llegase el rey de Roma con impaciencia. Shane había ido unas dos veces para llevarnos bebida, sin embargo ambos lo rechazábamos cansados de esperar al ser egoísta y petulante que se hace llamar como un ángel.




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