What you Mean to Me.

13: Se enamoró, Sabrina.

No ha sido para nada fácil el asunto del embarazo y no sé, de momentos Max lo acepta y luego no.

Justo como ahora que estábamos en el patio trasero de nuestra casa en Londres viendo la tarde caer lentamente sumergidos en un silencio ensordecedor. Él no decía nada y yo tampoco, así como tampoco nos mirábamos. Yo hice el ademán de tomar su mano y visualizar su anillo de matrimonio brillar en su dedo anular.

Tanto para mí cuñada como para mis suegros fue una total sorpresa mi embarazo y aunque al principio se vieron asustados recibieron la noticia de mi pequeño milagro con mi misma emoción. Yo solo quería dejarle algo de mi a mi amado Max antes de irme definitivamente de su lado a un sitio donde no sufriré más.

Un lugar a donde no existe el cáncer…

Uno en dónde el vitíligo no me haya hecho ganar el desprecio de mis padres…

Uno en dónde puedo soñar con la idea adversa a lo que fue realmente, un sueño donde pude amar eternamente a Máximo.

Observé de reojo a mi esposo y él mantenía su linda mirada perdida en la nada, se estaba consumiendo en su espesa nube de pensamientos tristes. Quiero ayudarlo a salir de la tristeza en la que se encuentra pero no sé cómo comenzar o si al menos quiere recibir mi ayuda.

Ha estado así desde que el médico le informó que nuestro hijo nacerá en el séptimo mes por medio de una cesárea, era una operación de la cual no se sabe si saldré con vida ya que mi prontuario médico es largo y complicado. Solo le pido a Dios que mi hijo no herede de mi el vitíligo y ninguna otra enfermedad que pueda arrebatárselo a su papá.

—¿Me amaste alguna vez? —. La pregunta de Max me saca de onda y hace que lo vea herida.

En más de una ocasión me hice esa misma pregunta y la respuesta es si, estuve enamorada de él desde nuestro primer encuentro y ese amor continúa vivo.

—¿Lo dudas?

—Si me amas como lo dices no me estuvieras dejando.

Él lo hace difícil, esto debe ser fácil para que no me sienta aún más culpable de amarlo.

—Estoy enferma, Max. Tengo cáncer de piel. Tengo vitíligo, ya mi cuerpo no aguanta más y solo quiere descansar.

—¿Has detenido las quimios?

—Mi hijo debe nacer sano.

—Si tu no estás no será lo mismo, la idea era ser padres juntos.

—Pero no se podrá. Y tú debes ser un buen padre para él, te va a necesitar mucho cuando yo me vaya.

Él no dijo nada así que volteo a verlo y lo encuentro perdido viendo al cielo implorando quizás por algún milagro.

Y la duda me invade: ¿De verdad existen los milagros? ¿Existirá un Dios misericordioso en aquel llamado reino de los cielos? De existir pido por la sanidad absoluta de mi hijo, doy mi vida por la de mi hijo.

—Él te va a necesitar. Eres fundamental para él.

Lo de amamantar me inquieta y aunque Max se enfade lo he calculado todo para cuando abandone este plano terrenal, junto con Elida hemos calculado todo para que a mí hijo nada le falte.

—Y tu igual, eres su papá, Máximo, y te necesita. Yo necesito que tú estés fuerte, necesito que me des fortaleza. ¿O piensas que es fácil para mí? Necesito a mi esposo.

Él rompe a llorar, lo hace de un modo desconsolado, llorosos fuertes que denotan lo roto que está por mi noticia y por li decisión.

—Te he dejado sola aún cuando tenemos que estar juntos y no está bien. Lo lamento tanto, Sienna, pero es que enterarme del embarazo y de tu sacrificio me han sacado de onda.

—No te pido más que tú compañía, Máximo.

Él se voltea y toma mi mano entre las suyas, deja un beso sobre su dorso y me recita las palabras más hermosas de todo el mundo, o que por lo menos a mi me terminó de enamorar.

—La compañía me la das tu a mí, me salvaste Sienna, tu me salvaste a mi. Sin ti puedo decir que mi vida sería la mas triste de todas, por ti ahora mi color preferido es el azul.

El color mas triste de la paleta de colores resultó el más esperanzador de todos.

—Te amo, Max, siempre te amaré.

—Te amo más, te amo desde la primera vez que nos conocimos, te amo desesperadamente Sienna Harrison, y juro que en estos meses te haré feliz.

Lo que él no sabe es que ya lo soy,

Lo soy desde que nos conocimos,

Lo soy desde que nos casamos,

Lo soy desde que me enteré que llevaba a su hijo en mi vientre,

Y lo seré hasta que mi alma muera.

El día siguiente llega y con ello más sorpresas por parte de nuestra familia, varios nos han traído presentes a nuestro bebé y nos dicen lindas palabras. Mis suegros se han encargado de decorar conmigo la habitación que ocupará mi bebé en sus primeros días, de las cosas que él va a necesitar. No veré nada y por ello quiero dejar algo de mi en su habitación, quiero que tenga presente algo que yo le haya hecho.

—La de las nubes eres tú.

Max me atrapa encima de una escalera pintando nubes blancas y rosadas por todo el cielo que pinte en las cuatro paredes. Él me toma de la cadera y me ayuda a bajar, lo beso en la mejilla y le explico.

—Mi niño debe de tener algo de mi.

—¿El sexo del bebé no se sabe hasta el quinto mes? —. Entorné mis ojos, Max no sabe nada.

—Lo llevo por dentro Máximo, se que es un niño.

—¿Y si resulta niña qué?

—Bueno, ahí me tendrás de nuevo en tu vida. Mediante nuestra hija.

Él me ve en silencio y se acerca para dejar un beso en mi frente.

—Mi niña azul tan dulce.

—Meloso. —. Le molesto y él sonríe.

—Por siempre seré tú meloso.

Y sale dejándome otra vez decorar en tranquilidad. A la media hora Elida sube a la habitación de mi hijo con una bandeja de comida y bebidas, ella quiere alimentar muy bien a su sobrino.

—¿Y ya lo aceptó? —. Me pregunta mi rubia amiga.

—Hablamos un poco y nos dijimos ciertas cosas, ya al menos acepta que moriré y deberá ser padre a tiempo completo.

—Es duro, debes comprenderlo. De la noche a la mañana se enteró que sería papá y que su esposa tiene los días contados. Le será difícil empezar de cero…




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