El hielo no era el mismo para todos.
Para ella, era un lienzo. Cada giro, cada salto, era una pincelada que dibujaba libertad y belleza bajo los reflectores. El sonido de las cuchillas rozando la superficie era su música secreta, su refugio en medio del invierno interminable de Toronto.
Para él, en cambio, el hielo era una batalla. Los choques contra las tablas, la velocidad, el peso de un equipo entero confiando en sus manos. El hockey lo había enseñado a resistir, a levantarse después de cada caída, a luchar hasta el último segundo del partido.
Dos mundos distintos, dos formas de sentir el mismo frío.
Ella buscaba arte. Él, victoria.
Pero el destino tenía preparado un cruce inevitable: una mirada fugaz en la pista, el roce accidental de dos caminos que jamás debieron encontrarse… y, sin embargo, estaban destinados a cambiarlo todo.