A la mañana siguiente, el sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas cuando mi hermano irrumpió en mi cuarto como si fuera la alarma humana más molesta del mundo.
—¡Arriba, dormilona! Hoy vamos al hospital. —dijo, jalando mis cobijas.
—Nick, son las siete de la mañana. —gruñí, hundiéndome más en la almohada.
—Exacto, la hora perfecta. Logan ya está abajo esperándonos.
Abrí los ojos de golpe.
—¿Qué? ¿Ya está aquí?
—Sí, y por cierto, trae café. Me cae mejor que tú ahora mismo. —rió, saliendo de la habitación.
Suspiré. Entre el dolor de mi tobillo y la idea de tener que ver a Logan tan temprano, mi corazón latía más rápido de lo que debería. Me vestí con lo primero que encontré, recogí el cabello en una coleta rápida y bajé.
Allí estaba. Logan, sentado en el sillón, sosteniendo dos vasos de café. Cuando me vio, sonrió de esa manera tranquila que parecía desarmarme.
—Te traje uno. —me extendió el vaso—. Pensé que lo necesitarías.
—Gracias… —dije, sintiéndome más nerviosa por el café que por la lesión.
Nick dio unas palmadas.
—Bueno, vamos ya. No quiero perder toda la mañana en una sala de espera.
El camino al hospital fue más tranquilo de lo que esperaba. Nick hablaba sin parar de un partido que habían tenido la semana pasada, y Logan escuchaba con paciencia. De vez en cuando, me lanzaba una mirada rápida, como preguntándome en silencio si estaba bien.
En el hospital, el médico revisó mi tobillo con calma.
—No es grave —dijo al final—, pero necesitas reposo absoluto por una semana y fisioterapia ligera. Nada de saltos ni entrenamientos intensos hasta nuevo aviso.
Sentí que mi estómago se hundía. Una semana podía significar retraso en mi coreografía, y la competencia estaba tan cerca...
—¿Una semana? —pregunté.
—Es lo mínimo. Si fuerzas el tobillo, la lesión puede empeorar.
Asentí en silencio. A mi lado, Logan habló antes de que Nick pudiera decir algo sarcástico.
—Lo importante es que te recuperes bien. Una competencia no vale arriesgar tu carrera.
Lo miré sorprendida. Había algo en su voz, una seguridad que me hizo sentir un poco menos asustada.
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De regreso a casa, Nick seguía con su charla eterna, pero yo apenas escuchaba. Logan conducía tranquilo, y a ratos nuestros ojos se encontraban en el retrovisor. No necesitábamos palabras: con esas miradas cortas sentía que me entendía mejor que nadie.
Al llegar, mi hermano desapareció rumbo a su cuarto, murmurando algo sobre hacer tarea. Logan, en cambio, se quedó conmigo en la sala.
—¿Quieres que te ayude a subir? —preguntó.
—Puedo sola. —intenté ponerme de pie, pero el dolor me obligó a apoyarme en el sofá.
—Claro que puedes. —dijo con una sonrisa divertida—, pero mejor te ayudo.
Antes de que pudiera negarme, pasó un brazo por mi espalda y me sostuvo con suavidad. Mi corazón dio un salto. Caminamos juntos hasta mi habitación, y por un instante me pareció que el tiempo se había detenido.
—Gracias. —murmuré cuando me acomodó en la cama.
—De nada, Violet. —dijo mi nombre con tanta naturalidad que sentí un cosquilleo extraño en la piel.
Se quedó unos segundos en silencio, mirándome como si quisiera decir algo más, pero Nick apareció en la puerta con un tazón de cereales en la mano.
—¿Interrumpo algo? —preguntó con su sonrisa de siempre.
—Sí. —respondimos Logan y yo al mismo tiempo.
Nick levantó las cejas, divertido, y se fue silbando por el pasillo.
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Esa noche, mientras trataba de dormir, mi mente no dejaba de dar vueltas. Pensaba en el doctor, en la competencia, en mi tobillo… pero, sobre todo, en Logan. En su sonrisa, en su calma, en la forma en que me cuidó como si de verdad le importara.
Y ahí estaba yo, preocupada por mi lesión, cuando en realidad lo que más me asustaba… era lo que empezaba a sentir por él.
Han pasado dos días. No había visto a Logan desde el día en que fuimos al hospital y ahora estaba encerrada en mi habitación. Mamá se había enterado de lo sucedido; al principio pensé que me había delatado Nick, pero resultó que el hospital al que fuimos era de un amigo suyo y, por desgracia, le contó sobre mi lesión.
Mamá me prohibió ir a los entrenamientos por dos semanas, hasta que estuviera segura de que no había peligro alguno. Ella misma llevaría mi tratamiento, pues también es doctora y directora de su hospital. Al igual que papá, es CEO; él, además, es un famoso arquitecto con su propia empresa.
—¿Qué tal, hermanita linda? —me dice Nick entrando en mi habitación con una sonrisa.
—¿Qué pasa? —le respondo sin ganas de hablar.
—Mamá y papá me acaban de decir que tienen que ir a Nueva York por la inauguración del hotel, y me mandaron a preguntar si vamos o no.
—Nos podemos fugar a Las Vegas.
—Solo si yo voy con ustedes —dice papá entrando también a mi habitación—. ¿Cómo te sientes, princesa?
—Mejor, si mamá no fuera tan exagerada.
—Sabes cómo es Sofía… o sea, tu mamá. No hay nada que podamos hacer. Pero dime, ¿quieres ir o no a Nueva York?
—No podré hacer nada si voy, y el dolor no me dejará en paz. Mejor me quedo con mi nana y se llevan a Nick.
—¡Ni loco! —responde Nick—. Me niego a salir de Toronto sin ti. Además, recuerda que nuestra nana pidió permiso por un mes.
—¿Y cuánto tiempo ha pasado desde que se fue?
—Solo cinco días, Violet. Pero tu hermano tiene razón, es mejor que se queden los dos para que no estés sola.
—Pero es la inauguración del hotel… —le digo, dudando.
—No te preocupes. Los Morgan irán con nosotros —me dice. En ese momento me arrepiento de haber dicho que no, porque sé que ellos también son socios de la cadena hotelera.
—Ok, como usted diga, señor Alexander Blackwell. Sé que su hermosa esposa, la señora Sofía Russo, estará a su lado en caso de que se le caiga el micrófono.
—Muy graciosa, princesa. Por cierto, ¿ya hablaste con tu entrenadora?
—Aún no, pero mañana iré a hablar con ella —le aseguro.
—Yo la acompañaré —dice Nick.
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mafia +18, drama y giros inesperados, sueños y secretos y un amor de película
Editado: 04.10.2025