White Mind

1. En blanco

 

Año 2011.
Región Autónoma del Tíbet.

Las cumbres borrascosas en la cordillera tibetana del Himalaya auguraban un día de temporal igual o peor que el anterior. Unos metros más abajo de las mismas, las pisadas de una pareja formada por una chica y un chico alrededor de sus 20 años se hundían en la espesa capa de nieve.

—Recuérdame otra vez que estamos haciendo en el culo del mundo, cariño. —Solicitó ella con una mirada acusadora que acompañó de un pequeño atisbo de sonrisa al final.

Vestía un anorak blanco con ribetes anaranjados e innumerables capas de ropa de abrigo bajo el mismo.

Con la capucha puesta y los despeluchados pelitos de alrededor cosquilleando sus sonrosadas mejillas, a causa del frío, ocultaba la mayor parte de sus mechones azabaches mientras alzaba la cabeza hacia él.

—Espera. ¿El culo del mundo no era Australia? —Bromeó éste con sus chispeantes ojos azules apuntando hacia su chica.

—Muy gracioso, Ryan. Muy... gracioso. —Saltó sobre el castaño hundiéndole el gorrito de lana hasta la nariz. Él la atrapó por las piernas cargándola con facilidad. Era un peso pluma—. Mis abuelos maternos eran australianos, ya lo sabes.

—Y eso explica este bonito trasero tuyo. —Le pellizcó un carrillo con cariño, dejándose caer sobre la nieve con ella encima—. Hey, preciosa.

—Zalamero. —Negó la morena soltando una pequeña risa vahada a causa de las bajas temperaturas—. Y sigues sin responderme.

—Creía que Carla Harper lo sabía todo. 

—Solo si entra en temario para examen. —Apuntó la aludida quedando cómodamente apoyada sobre su pecho mientras le miraba con sus almendrados ojos castaños—. ... Es que no le veo el futuro a esto de ir dando tumbos de un lado a otro persiguiendo mitos.

Ryan era el hijo de unos afamados exploradores y deseaba demostrar que podía ser tan bueno como sus padres.

Y eso era precisamente lo que les había llevado hasta allí. La persecución de una supuesta piedra preciosa que albergaba un poder excepcional según varias leyendas de la región.

Sin embargo, Carla era mucho más reacia a todas aquellas creencias.

Apoyaba a su chico, por supuesto, pero prefería estar entre libros en la gran biblioteca de Harvard preparándose para las oposiciones al Gobierno que allí pasando frío.

—¿Sabes qué existe un diamante de 5 kilos en algún lugar del África septentrional? —dijo Ryan tratando de hacerle ver el trabajo mucho más atractivo—. ¿Y si te lo consiguiera?

Carla arqueó las cejas con una vaga sonrisa.

—¿Y qué hago yo con semejante pedrusco? ¿Llevarlo en una mochila?

—Ser asquerosamente afortunada.

—Pero ya lo soy. —Rebatió mirándolo con ternura.

Era muy practica y poco ambiciosa económicamente hablando. La felicidad para ella estaba en las cosas pequeñas. Como en la sonrisa de su chico.

Ryan rozó sus mejillas con los guantes devolviéndole una mirada de completa adoración.

—Yo sí que lo soy. —Se incorporó para besarla con suavidad, calentando así los labios de ambos en aquel dulce y tierno beso—. Y tú eres mi debilidad. Eso eres.

—Vale, me acabas de convencer. —murmuró ella mientras sus cálidos alientos se entremezclaban—. Vamos a por ese tesoro.

Más de dos horas tuvieron que caminar bajo el inclemente invierno hasta llegar a una especie de gruta que se adentraba en la tierra.

El explorador asintió con ilusión al comprobar su GPS.

—Es aquí.

—Perfecto, nos vendría bien resguardarnos de esta ventisca. —Se frotó los brazos Carla sobre el grueso anorak.

—Entremos. —Dio el visto bueno él posando una mano en la cintura de su novia para acompañarla dentro.

La morena sacó una linterna del interior de su bolsillo apuntando hacia la roca para iluminar el camino. A simple vista no era nada más que una gruta normal y corriente, como cualquier otra de las que debían abundar por la zona.

—¿Estás seguro de que es aquí?

—Sí, mujer de poca fe...

En silencio siguieron adentrándose hasta llegar a una galería que contaba con su propia iluminación. Un conjunto de farolillos eléctricos en el suelo iluminaba el camino a partir de allí.

Los sonidos de cómo si alguien estuviese picando piedra se iban incrementando según avanzaban.

—¿Mineros? —Se aventuró Carla girándose hacia él.

—No. Creo que más bien se nos han adelantado... —contestó Ryan en apenas un susurro.- Suerte que busquen un poco más al este del lugar exacto.

Tomándole de la mano empezó a guiarle por un camino más oscuro y completamente desértico. Poco a poco iban alejándose de quien fuera que se encontraba al otro lado.

—Has hecho tus propios planos topográficos, ¿verdad? —Sonrió Carla orgullosa de su chico. Al contrario que ella, Ryan era una verdadera eminencia en todo lo que tuviese que ver con números y cálculos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.