A cada bocanada de aire que tomaba los pulmones le ardían cada vez más entorpeciendo su carrera.
Carla no estaba preparada —ni física ni mentalmente—para salir huyendo a más de 5000 metros de altura entre galerías laberínticas y soldados que buscaban su cabeza. Aun menos tras haber sido testigo del asesinato de su novio.
Sin embargo, era lidiar con el mal de páramo y la pérdida o ser acribillada a balazos por quienes quisiera que fueran aquellos hombres a los que Ryan se había referido como HYDRA.
Fuera como fuese la alternativa no era para nada bonita y por ello seguía corriendo como alma que lleva el diablo.
Tras de sí las pisadas cada vez más cercanas de aquellos que buscaban darle caza como a un mero y asustadizo armiño resonaban con fuerza gracias al eco de la cueva. Sonido que pronto se vio agravado a causa de un nuevo y repentino temblor que le hizo perder el equilibrio e hincar una de sus rodillas en el suelo.
Con la escasa ventaja comprometida debido a la caída, a Carla no le quedó otra que tratar de ocultarse tras uno de los escollos que sobresalían desde la pared.
Se arrastró hasta él apoyándose con ambas manos en el mismo y con el corazón en la boca imploró a quien estuviese allí arriba que no la descubriesen.
Un pelotón de soldados pasó de largo sin advertirla mientras torcían a la derecha al final de la galería.
Carla suspiró con el pensamiento de que lo peor había pasado cuando atisbó una pequeña grieta en la pared por la cual se colaba luz natural. Era una salida. Y su menudo cuerpo no tendría dificultades para atravesarlo. Aun así, el alivio le duró poco cuando unos firmes pasos se detuvieron justo detrás de la piedra que la ocultaba.
Al otro lado, el Soldado de Invierno se alzaba imponente con su fría mirada clavada en el escollo, como si pudiese oír los acelerados latidos del corazón de la muchacha o olfatear su miedo.
La morena contuvo la respiración al ver la sombra del corpulento hombre proyectarse en la pared. Si empezaba a moverse hacia la grieta quedaría al descubierto delatándose. En cambio si se mantenía petrificada quería creer que tendría una oportunidad.
Pero todas sus suposiciones se fueron al traste cuando un brutal impacto contra la piedra redujo la misma a meros guijarros.
Invierno había hecho uso de su brazo metálico destruyendo el cobijo de Carla y atrapando en el proceso el anorak de la misma para empezar a atraerla hacia sí.
La joven lanzó un grito de espanto sin esperarse el movimiento mientras se dejaba las uñas en el suelo buscando cualquier tipo de adherencia posible al mismo.
Con movimientos torpes y desesperados empezó a lanzar coces contra el Soldado buscando reptar hasta la estrecha salida.
La suerte pareció tornarse a su favor cuando el tejido de su prenda de abrigo se rasgó quedándose parte de la misma en la mano metálica de Invierno, que soltó un gañido molesto al brindarle a la morena una oportunidad más de huida.
Carla se escabulló por el hueco sintiendo la inclemente ventisca golpearle de lleno en el rostro al salir al yermo paisaje cubierto por una espesa capa de nieve. Había ido a dar a lo que suponía que era la otra parte de la montaña porque nada de lo que allí contemplaba le sonaba de antes.
Miró a su alrededor con desespero mientras escuchaba como el Soldado de Invierno empezaba a hacer añicos parte del estrecho túnel con su puño de hierro. Dispuesto a seguirla hasta terminar con ella y cumplir su misión.
A escasos metros de allí un conjunto de motos de nieve llamaron la atención de la chica. Claro que estaban a los pies de una atalaya de vigilancia que probablemente contaría con uno o dos francotiradores... ¿Pero qué otra opción le quedaba?
Los sonidos metálicos eran cada vez más próximos y feroces, erizando cada fibra de su ser. Tenía que actuar. Y tenía que ser rápida. Muy rápida.
—Hora de comprobar ese cardio... —suspiró antes de esprintar hacia los vehículos.
La nieve le llegaba casi hasta las rodillas dificultándole la carrera, pero las inclemencias del temporal no serían suficientes para doblegar su instinto de supervivencia.
Así Carla terminó brincando a una de las motos, que muy convenientemente tenía las llaves puestas. Giró las mismas y solo el sonido del motor al arrancar advirtió a los vigilantes de la fugitiva.
A continuación dos certeros disparos fueron escuchados.
Aunque la víctima no había sido la morena sino los mismos centinelas que se desplomaron desde lo alto de la torre impactando duramente contra el suelo.
El propio Soldado de Invierno los había abatido desde la salida de la cueva.
—ты моя... —"Eres mía", fue lo que musitó en ruso antes de apuntar con el arma hacia Carla.
Sin embargo la nieve en polvo que levantaba el vehículo de la misma y la velocidad que empezaba a alcanzar complicaron las cosas para la puntería del frío asesino, que a la carrera montó en otra de las motos de nieve dando inicio a una peligrosa persecución por la cordillera entre tiros y derrapes varios.